(José María Arnaiz– Ex Secretario General de la Unión de Superiores Generales)
“Dios estaba misteriosamente en los muertos y en los heridos, en los terremoteados; sufriendo con el pueblo, como sufrió con la muerte injusta de su Hijo. Escuchaba el clamor de los oprimidos, miraba el derrumbe, la herida de la tierra capaz de hacer surgir manantiales de solidaridad comprometida”
Así me interpelaba ayer un joven haitiano que vive en Santiago y cuenta nueve muertos y heridos entre sus familiares. Es la pregunta del millón, que brota y se hace grito con el silencio de los muertos, el dolor de los heridos, la pena honda por los desaparecidos, la desolación de los que vagan por la ciudad que ha quedado sin casas, hospitales, escuelas, cárceles…; se hace grito con la imagen de los protagonistas de este escenario dantesco y de la brutal destrucción de lo construido o plantado con tanto esfuerzo.
Todo golpea por donde se mire; algunos lo leen como una maldición e incluso un castigo. La dificultad para entender este acontecimiento aumenta, ya que el dolor es de inocentes, de pobres; incluso se puede concluir que se cumple lo del evangelio: al que poco tiene, ese poco se le quitará. Por ello, es posible que este suceso aumente el número de los increyentes. ¿Dios Padre bueno qué hacía?
Pero también esta tragedia remece nuestra fe y nos lleva a ejercitarla y a creer que Dios vio este terremoto impactado, “impotente”, con compasión; suscitando solidaridad comprometida, acogiendo en el cielo a los que murieron, sembrando vida en medio de tanta muerte, escuchando la indignación de algunos, invitando a todos a responsabilizarnos del mal de este mundo. Dios estaba misteriosamente en los muertos y en los heridos, en los terremoteados; sufriendo con el pueblo, como sufrió con la muerte injusta de su Hijo. Escuchaba el clamor de los oprimidos, miraba el derrumbe, la herida de la tierra capaz de hacer surgir manantiales de solidaridad comprometida que habitan en el corazón humano.
Para todos, la tragedia de Haití es la Cuaresma adelantada de 2010 con conversión incluida: “Yo les digo que aquéllos no eran más culpables que los demás, lo que tenemos que hacer todos es convertirnos” (cf. Lc 13, 4).
jmarnaiz@vidanueva.es
En el nº 2.692 de Vida Nueva.