Tribuna

136.368 kilómetros después

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Esos son los kilómetros que he recorrido en tres años hablando, comentando, explicando, compartiendo, y aprendiendo sobre sinodalidad y el Sínodo que nos ha recordado su existencia. Reconozco que, cuando saqué la cuenta, sentí como un vahído, sin embargo, cada uno de ellos ha merecido la pena.



Han sido tres años vertiginosos en los que se nos ha invitado a aprender a mirarnos de otra manera, a escucharnos con el corazón, a comprender que la comunión no tiene nada que ver con la uniformidad, en definitiva, a conocernos mejor para querernos más, y ser Iglesia de otra manera.

Mirando al futuro

He disfrutado conociendo y descubriendo a muchas personas anónimas que siguen adelante cada día, pese a las dificultades, que no se autocensuran en su reflexión eclesial, y que viven mirando al futuro convencidas que es posible avanzar y hacerlo juntos, todos. Reconozco que, haber podido hablar con esas personas que parecen inalcanzables y que, luego, resultan de lo más cercanas y asequibles también ha sido muy gratificante. Descubrir que mi reflexión es la misma reflexión de otros teólogos y teólogas, y que se enriquece compartiendo puntos de vista, contextos vitales muy diferentes, y procesos personales, ayuda mucho.

Dos personas caminando por la playa de San Sebastián

Sin embargo, esas personas anónimas son las que de verdad han tomado el testigo que Francisco nos ha ofrecido. Porque, Francisco, desde que inició su pontificado, no ha dejado de abrir procesos, pero, también es verdad que casi no ha encontrado manos dispuestas a recoger el testigo para que otros siguieran afianzando esos procesos.

Devolver lo perdido

Durante estos tres años Francisco ha introducido muchos cambios en el proceso sinodal: alargó él mismo un año, permitió que sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas formáramos parte de la Asamblea sinodal, la mayoría con voz y voto, eligiendo él mismo a estos participantes, y, hace unos días, acaba de nombrar a dos mujeres como miembros del Consejo del Sínodo. Él, Francisco, está convencido del proceso que ha abierto para devolverle a la Iglesia la sinodalidad que perdió, y cuya pérdida tantos problemas nos ha traído.

El Sínodo ha terminado, sin embargo, la sinodalidad sigue aquí, y es maravilloso ver cómo siguen llegando peticiones de comunidades parroquiales, religiosas, de grupos que se formaron al inicio del Sínodo para seguir profundizando y resolviendo alguna duda que puede generar el documento. Un documento que, por decisión de Francisco, se ha convertido en magisterio eclesial, al renunciar el papa a escribir una exhortación, y propiciar así que este documento final se haya convertido en la “exhortación” del Pueblo de Dios.

Magisterio eclesial

Estamos ante un documento que ha recogido el sentir común del Sínodo y que han sabido plasmar bien los redactores del mismo. Lástima que su valía se haya confirmado por la cantidad de votos en contra que cosecharon algunos de sus números que, a pesar de todo, pasaron la votación y forman parte ya de ese magisterio eclesial que nos ha regalado Francisco. Digo que es una lástima, aunque, en realidad, también ha sido un regalo para ver en qué tenemos que poner mucha atención para que no caiga en el olvido por muy magisterio eclesial que sea.

Sínodo de la Sinodalidad. Mujeres

No somos las mismas personas que cuando empezó en Sínodo. No somos las mismas personas las que entramos en el Aula Pablo VI en octubre de 2023, con ilusión, respeto, expectación, y curiosidad, y volvimos a hacerlo de la misma manera en octubre de 2024. Vivir este proceso desde dentro, y todos los que hemos participado en él, lo hemos vivido así, y salir de él tal y como lo iniciamos, sería no haber vivido la experiencia transformadora de sabernos protagonistas, de sentirnos Iglesia de verdad donde nuestra voz no era un eco perdido, sino la parte imprescindible de una polifonía muy bien orquestada.

En algunas diócesis

Es una lástima que, en algunas diócesis españolas el Sínodo no sea más que un leve, muy leve recuerdo de algo que pasó hace unos años; en otras, no tienen ni ese recuerdo. A quienes hayan decidido negar la información, la posibilidad de participación, en definitiva, la libertad para hacerlo, supongo que sabrán que se les puede pedir una rendición de cuentas sobre el abuso de poder que han ejercido contra “su esposa”, la diócesis. Es algo que recoge el Documento final, ese que es magisterio eclesial.

En todo caso, nos queda una gran tarea a todos por delante. Todos deberemos corregir formas de comportamiento, mejorar las relaciones, abrirnos a la experiencia de la resurrección que nos regala una mirada nueva para todo lo que acontece en nuestra vida.

Una gran tarea que empieza por disfrutar del Jubileo de la Esperanza, que está ya ante nosotros como lugar de encuentro, pero, que no debe hacernos perder de vista que la sinodalidad está ahí y hay que empezar a vivirla incluso en, con, y desde ese Jubileo. Me temo que, algunos, con el Jubileo, sus celebraciones y rituales, podrían intentar distraer la atención sobre la sinodalidad, o pretender disfrazar el proceso de implementación del documento final, bajo el disfraz de algún Plan Pastoral de dudosa eficacia.

Un solo corazón

Francisco, desde el principio de su pontificado, ha actuado tal y como describe en Evangelii gaudium: “El obispo siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana siguiendo el ideal de las primeras comunidades cristianas, donde los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32). Para eso, a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos” (n.31).

Sínodo de la Sinodalidad. Mujeres

El Espíritu sopla, susurra, y se manifiesta de mil formas y maneras en la vida eclesial; a Francisco, obispo de Roma, lo tenemos junto a nosotros, obispos incluidos como pueblo de Dios que son, unas veces delante, otras en medio, y, otras detrás para que nos sintamos acompañados, no dirigidos; nosotros estamos llamados a ser los artífices de esta reforma que necesita la Iglesia y, supongo que, a estas alturas del proceso, ya nadie tendrá miedo de la palabra reforma. ¡No tengamos miedo!