Como todo carisma fundacional, el carisma lasaliano se remite al propio Espíritu Santo. Es un don que el Espíritu ha concedido a la Iglesia en la persona de Juan Bautista de La Salle para servir a la misión de educar a los niños y jóvenes, especialmente a los pobres. Ese don es el que da vida al relato lasaliano y lo convierte en la historia de una comunión para la misión, o más exactamente, de una fraternidad para la educación de los pobres. La trama que hace interesante el relato y lo empuja a continuar le viene de ese núcleo carismático que muy pronto se expresó en estos términos: juntos y por asociación, para el servicio educativo de los pobres. La primera comunidad lasaliana, guiada por su fundador, intuyó que ese era también el núcleo central de su vida consagrada, y así lo expresó en los votos de su primera profesión.
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Apenas comenzado, aquel grupo de ‘maestros’ tomó el nombre de ‘Hermanos’, para decirse a sí mismos y dar a entender a los de fuera que lo que ellos pretendían no era simplemente ‘enseñar’, sino educar como hermanos desde un estilo de fraternidad. Esa fraternidad va acompañada por una aguda sensibilidad ante las necesidades educativas de los pobres especialmente, entre los niños y jóvenes, y por un sentimiento apremiante de responsabilidad de querer darles solución con las mejores respuestas posibles. La comunidad lasaliana busca convertir cada obra o proyecto de educación en un proyecto de evangelización, donde la persona del alumno es el centro del proceso y donde Jesús y su Evangelio es el horizonte que lo orienta. Con una pedagogía que intenta mover los corazones, y una dimensión personalizadora cuyo paradigma es la imagen del Buen Pastor.
Una comunidad ministerial
El hábitat propio de este carisma es la comunidad. Una comunidad ministerial: hecha para la misión, vive en el interior de la misión, se deja configurar por la misión. No se trata de una simple estructura formal, sino de un dinamismo que crea lazos entre las personas y las hace solidarias. La comunidad es la tierra firme en la que nuestros pies adquieren seguridad para marchar a la misión; es la tierra fértil donde la educación podrá fructificar; y es la tierra prometida, como estilo de vida hacia la cual conducimos a nuestros alumnos.
Los ojos y la mirada son en cualquier persona un rasgo identificador de los más infalibles. Del que es poseído por el carisma lasaliano se dice que mira más allá, con los ojos de la fe. Su mirada contempla, alternativamente, al Dios que salva, y a los niños y jóvenes que necesitan ser salvados. Así se desarrolla una espiritualidad de la mediación. El espíritu de fe nos conduce a descubrir nuestra historia y la experiencia diaria como historia de salvación en la que colaboramos con Dios para llevar la salvación a “los hijos de los artesanos y de los pobres” (La Salle). Esta es la Obra de Dios para la cual Él nos ha elegido, nos ha hecho sus ministros.