“¿Cuántos respiradores tiene el Papa?”. Quizá sería la pregunta que hoy le realizara un Stalin redivivo al papa Francisco en medio de la pandemia del Covid-19, parafraseando aquella que el dirigente soviético le dirigiera a Pierre Laval, ministro francés de Asuntos Exteriores, sobre el número de “divisiones” papales, poco después de que Alemania restableciera sus fuerzas aéreas e implantase el servicio militar obligatorio, en mayo de 1935. Quizá sea la pregunta que muchas personas se pudieran hacer hoy respecto a la cantidad de medios materiales de los que dispone el Vaticano para afrontar la dramática situación que atravesamos.
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Escribo estas líneas tras vivir por televisión el momento de oración ante el Santísimo y después de que el papa Francisco impartiera excepcionalmente la bendición urbi et orbi. Me reconozco sobrecogido. Si son impresionantes las imágenes de San Pedro cuando la plaza está llena, aún lo son más cuando un anciano solitario en sotana blanca y cierta dificultad para caminar accede al sagrato para pronunciar unas palabras que buscan confortar y esperanzar a la ciudad de Roma y al orbe católico. Acostumbrados a ver una basílica repleta de cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles, schola y coro, ejércitos de acólitos y hasta las trompetas de plata…, el corazón se encoge viendo cómo se aleja la custodia bajo la umbrela por el centro de la nave central hacia la capilla del Santísimo.
Las ‘armas’ de Francisco
Pero volvamos a la pregunta inicial que quiere poner en valor “las armas” del Papa para luchar en estos días de tragedia, dolor y confusión. En lenguaje coloquial, podríamos decir que la Iglesia ha sacado “toda la artillería”. Dos estandartes presidieron la homilía: el icono mariano de la Salus populi romani, invocada en tiempos de guerra y dificultad, y el Cristo de San Marcelo, crucifico de madera que quedó intacto en un incendio en 1519 y que tres años después fue sacado en procesión por los barrios de la ciudad para invocar el fin de la peste que la asolaba, por lo que se considera “milagroso”.
La tarde lluviosa hizo que, además de la indeleble sangre del costado, se deslizasen por la talla de madera ríos de agua como si el Cristo quisiera unirse a las lágrimas de tantos que han perdido a sus seres queridos en estos días, a aquellos que luchan en todas las líneas y todos los frentes contra la enfermedad, y a los que, en situación de vulnerabilidad, atraviesan momentos muy difíciles. Finalmente, la bendición con el Santísimo, presencia real sacramental del mismo Señor Jesucristo, recordaba la Palabra de Dios para ahuyentar el miedo en medio de esta tormenta y expresaba la bendición esperanzada y solidaria para todos: porque nunca un aislamiento unió tanto a hombres y pueblos.
Palabra de Dios, súplica a Cristo, intercesión de María, fe esperanzada, caridad comprometida, oración ferviente, bendición sacramentada. Quizá nadie pueda librarnos de aquel “sangre, sudor y lágrimas” que Churchill prometiera en los albores de la guerra mundial, representado en el esfuerzo ingente de tantas personas con o sin fe que libran la brutal batalla diaria. Sin embargo, hoy Francisco, le podría haber respondido a Stalin (recordando al cardenal Cisneros): “estos son mis poderes” y, con ellos, también alcanzaremos la victoria final.