Tribuna

A once años de Pontificado: la revolución cultural y antropológica del papa Francisco

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Este trece de marzo, el papa Francisco cumplirá once años en la sede de Pedro como obispo de Roma. Su pontificado se ha caracterizado por delinear una Iglesia “en salida”, lista para acoger a todos, sobre todo a los “descartados” de la sociedad y que la sociedad la reconozca como “un hospital de campo” que cura las tantas heridas de una humanidad que a menudo se presenta “descarriada” y desorientada, sin un pastor.



Esta condición de fragilidad y de impotencia la viven muchos pueblos en razón de los conflictos y de las guerras que ensangrientan todo nuestro planeta en una “tercera guerra mundial a pedazos”, como lo ha definido el mismo Pontífice argentino.

Frente a la guerra, el papa Francisco, en la misma senda de los otros pontífices del siglo XX, quiso ponerse en una condición de neutralidad, que no puede tomar partido por uno de los beligerantes, sino que en nombre de una revolución cultural, quiere combatir aquella concepción, cada vez más presente en la mentalidad corriente, de la ineluctabilidad de la guerra.

Cada vez más los gobernantes y las opiniones públicas están convencidas que para solucionar las controversias, es necesario recurrir a la guerra, al conflicto bélico. De hecho, se especula que “después de la guerra ya llegará la paz.”, sin considerar el alto costo en miles de millones de víctimas, como se puede verificar en los 59 conflictos que enlutan a nuestra tierra, desde Ucrania a Yemen, de la Franja de Gaza a la República Democrática del Congo.

 Scaled

“Artesano de paz”

El realismo del papa Francisco es aquella visión de una Iglesia que vive en la historia y justamente por esto no quiere ver ni ser cómplice de la destrucción de ciudades, sino de la convivencia pacífica, en fin, de la humanidad.

El papa Francisco ha hablado varias veces que ha llegado el tiempo de la abolición de la guerra. Y en efecto, si la guerra no es desarraigada de la vida de los hombres, la vida entera quedará amenazada en manera definitiva. Es la insistencia tenaz de llegar a realizar una fraternidad universal, expuesta en la mentada ‘Fratelli tutti’, como brújula para la humanidad.

En esta perspectiva el Papa Francisco empuja hacia una nuevo giro antropológico: el hombre debe apoderarse del propio destino y el propio destino no es la guerra, sino la paz. No ser el hombre “belicus” que construye las razones para transmitir odios y divisiones, sino el hombre “artesano de paz” como a menudo el Papa Francisco ha pedido a sus diversos interlocutores. La paz tiene que volver a gozar de ciudadanía en nuestras sociedades polarizadas y amenazantes.

Somos conscientes que el mecanismo bélico es infernal: se sabe cuando comienza, pero nadie conoce el final. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, ha amonestado sobre el riesgo de la “eternización” de las guerras. El Papa vuelve a poner al hombre en el centro, como constructor de puentes y de convivencias complejas, pero que pueden engendrar círculos virtuosos para la entera humanidad. El pontífice argentino con su predicación evangélica y su gran cultura humanista ha comenzado un proceso que contiene una nueva revolución antropológica por la cual el hombre no debe someterse huidizo al poder tecnocrático y del mercado, sino recuperar la libertad de tomar en sus manos el destino de la humanidad y desvincularse de una eterna y triste “cultura del enemigo”.

Tal la enseñanza de la pandemia, reconocerse todos en el mismo barco, es el comienzo de una nueva conciencia que empuja también a construir una nueva humanidad. En medio de tanta incertidumbre, la estrella del papa Francisco nos indica el norte de un futuro de esperanza.