Transparencia, alfombras levantadas, escucha, diálogo, rigor, petición sincera de perdón, abrazo a las víctimas, cerrar heridas, reparación. De eso se trata. De eso se tiene que tratar. Aunque más tarde de lo deseable, aunque empujada por la fuerza de los hechos y las propuestas políticas y no por un impulso propio, la Conferencia Episcopal Española ha manifestado su deseo de ser veraz y confiable, de afrontar de una vez la tragedia de los abusos y, sobre todo, de pedir perdón a cada una de las víctimas, de reparar en lo posible, sin descartar indemnizaciones, el daño causado y, también, de poner la mirada en lo que se puede hacer para que eso no se repita nunca más.
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Ha puesto la investigación en manos de un solvente y prestigioso despacho de abogados y de profesionales, como Encarnación Roca, una garantía de independencia y rigor. Tampoco se opone a otras investigaciones en el seno del Parlamento o fuera de él. Por el contrario, ofrece colaboración sincera.
Aunque hay que entender los tiempos de la Iglesia, si esto se hubiera hecho hace un año nos habríamos evitado un enorme daño de reputación y habríamos ganado tiempo para las medidas que son imprescindibles en la reparación del daño y en la lucha contra este terrible mal.
Que la Iglesia se haya atrevido a levantar las alfombras de la pederastia es una excelente noticia. Una Iglesia que no esconde los problemas, que no oculta o defiende a quienes han cometido uno de los crímenes más monstruosos, es una Iglesia viva, valiente y, sobre todo, coherente con el mensaje evangélico. Una Iglesia que se pone sin fisuras al lado de los vulnerados y que da recursos a los vulnerables, es una Iglesia profética.
Algunas congregaciones ya han dado pasos firmes para la investigación de estos hechos y para su reparación. También algunas diócesis, aunque de manera insuficiente. Ahora hace falta que todas, sin excepción, colaboren activamente y que esta investigación no nos decepcione. Un solo caso es una indignidad.
Darlo a conocer
Habría que dar a conocer este compromiso en todas las iglesias y colegios católicos. Los templos y las aulas tienen que ser también lugar de esta reparación y de esta voluntad real de que nunca se repita. No es un terremoto para la Iglesia, sino una oportunidad. Para que se renueve, para que recupere su autoridad moral, su esencialidad y su credibilidad.
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