Tribuna

Aclaración sobre el zen y la meditación cristiana tras leer un artículo publicado en Vida Nueva

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Es un motivo de alegría que haya tanta gente y movimientos que insisten en el desarrollo de la meditación cristiana, así como en recogerse en medio de una exagerada extraversión. Y que se recuerde la gran tradición de la mística cristiana.



En su número 3.323, el A Fondo de ‘Vida Nueva’ se titula ‘¿Espiritualidad sin Dios? Buscando a Jesús en el silencio’. El mismo se anuncia en portada como ‘Meditar también es católico’. Su autor, Miguel Ángel Malavia, historiador y periodista, redactor de esta revista, seguramente conoce el libro que Enomiya-Lassalle escribió al ver que era imposible comprender, valorar y asumir el zen entre cristianos si no se conocía bien la propia tradición mística cristiana, con la que hay grandes parecidos y también diferencias.

Raíces históricas

H. M. Enomiya-Lassalle, jesuita y maestro zen, lo escribió en 1966 con el título ‘Zen und christliche Mystik’ (‘Aurum Verlag, Freiburg im Breisgau’). Lo traduje al castellano (‘Zen y mística cristiana’, Ed. Paulinas 1991) y se reeditó por Ed. Zendo Betania en 2003. En la tercera parte, el autor hace una exposición cuidada de la tradición mística en el mundo cristiano desde los ermitaños y teólogos primeros de la Antigüedad hasta la Iglesia oriental actual, pasando por la mística de la Edad Media y la mística española del siglo XVI.

Malavia, desde luego, no relaciona la tradición mística cristiana con el zen. No trata de la ‘asunción’ del zen entre cristianos, como lo hace Enomiya-Lassalle, co-autor de un pasaje significativo de ‘Ad Gentes’, que en su artículo 18 dice lo siguiente: “Consideren con atención el modo de ‘asumir’ en la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas, cuya semilla había Dios esparcido con frecuencia en las antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio”.

Más Que Silencio, grupo de meditación. Foto: Jesús G. Feria

Influencias cercanas

Por lo que se desprende del artículo publicado en ‘Vida Nueva’, su autor presenta ‘adaptaciones de algunos elementos’ del zen. Lo que choca es la evidencia, por las posturas de las personas meditadoras fotografiadas, de que hay influencias más o menos cercanas o lejanas de zen y el yoga, y que no se explicite esta circunstancia.

Es de gente bien nacida ser agradecida, dice Cervantes por boca de don Quijote (cf. cap. XXII, 7). Y hay mucho que agradecer al Espíritu Santo, que obra en todas las culturas y religiones. Por eso, como proclama el propio Concilio Vaticano II en su ‘Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas’, en su artículo segundo, “la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero”. Por consiguiente, exhorta a que los cristianos “reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen”.

Experiencia en Kamakura

En la primera mitad de los años ochenta, estando en Kamakura, poco antes de ser reconocida como maestra zen, vino a ver a Yamada Koun Roshi el provincial de los jesuitas de Indonesia. El Roshi me pidió, al ser miembro de una comunidad católica de personas consagradas, que lo acompañara y enseñara algo de Kamakura. Lo llevé al Daibutsu, una gran estatua del Amida-Buda. Estando delante de ella, dije: “La verdad es que siento cada vez mayor agradecimiento a este hombre que ha significado y significa tanto para millones de personas en Oriente y ahora incluso nos beneficia a los cristianos”. La respuesta del provincial fue: “Esto es lo que quiso promover el Concilio Vaticano II”.

Hace más de 50 años desde la clausura del mismo y me entristece ver que se ocultan estos dones en lugar de resaltarlos. ¿Acaso estamos como en el siglo XVI, cuando san Juan de la Cruz y otros no podían hablar abiertamente de que, a través de Surius-Taulero, estaban en contacto con la mística renana?