Tribuna

Adiós a Merkel, la canciller que gobernó en cristiano

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La celebración de las elecciones parlamentarias en Alemania el 26 de septiembre cierran un amplio ciclo de 16 años de un liderazgo político excepcional, el de Ángela Merkel. La inmediatez del acontecimiento no permite evaluar la dimensión del mismo desde la necesaria perspectiva histórica, pero difícilmente encontraremos en la historia más reciente una evaluación final tan positiva de una gestión política muy dilatada, que sea aprobada por alrededor del 75% de la población en el momento de su cierre, sin haber caído nunca por debajo del 50%, y con una evidente transversalidad ideológica.



Liderazgo cimentado en una personalidad sólida, en la que los criterios éticos y morales han presidido sus actuaciones, incluso en aquellos momentos de especial gravedad y por encima de cualquier cálculo electoral. La gestión personal de la crisis de los refugiados, por ejemplo, fue un fiel reflejo de su compromiso con los derechos humanos básicos, y con la protección de las vidas humanas más allá del coste político que tuvo que asumir por impulsar su decisión de dar cobertura a una población que lo había perdido todo.

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Hay que recordar que más del 40% de las peticiones de asilo solicitadas en el territorio de la Unión Europea durante 2015 se realizaron en Alemania. Hija de un pastor evangelista, interiorizó los valores del cristianismo desde su infancia, a pesar de no haber tenido un entorno favorable en la sociedad totalitaria de la República Democrática de Alemania. En 2012 declaraba: “Creo en Dios y la religión es mi constante compañía y lo ha sido durante toda mi vida”.

Superar barreras ideológicas

Su gestión de la pandemia acreditó su capacidad científica y docente con la empatía sin estridencias. Poco dada a los rodeos –tan innecesarios como absurdos en otro tipo de liderazgos de la impostura–, su lenguaje directo conectó con la ciudadanía en un momento en el que había que comunicar la dureza del COVID-19: “Es serio, tómenlo en serio”. Solo cinco palabras que conmocionaron a los alemanes en su discurso a la nación del 18 de marzo de 2020.

Imágenes icónicas jalonan estos años: la visita a la zona cero de las inundaciones en Renania-Palatinado en julio, cogida de la mano de la ministra principal del länder, la socialdemócrata Malu Dreyer, transmite esa jerarquía en los valores que adornan su personalidad. Un pragmatismo que supera barreras ideológicas y que permite tejer acuerdos y avanzar. Solo con una excepción: la férrea oposición a las posiciones ultraderechistas de alguna formación política (AfD) que han avanzado en Alemania durante los últimos años y que resucita los viejos fantasmas del nazismo.

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