Tribuna

“Adoradores y Testigos”

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No es la primera vez que Francisco se encuentra con los claretianos reunidos en Capítulo General. Ya desde sus tiempos en Buenos Aires, el Papa mantiene nexos de afecto y amistad con un buen número de claretianos, y ese afecto se hace sentir en su presencia.



Hay una sintonía vital que viene, sobre todo, de ese espíritu misionero y sencillo que compartimos y que —entre luces y sombras— nos sigue haciendo vibrar y configura nuestras vidas. La sintonía también nace de la consagración religiosa que compartimos. Francisco no nos habla “de oídas”, sino desde dentro, con cariño y estima, sabiendo bien lo que quiere decirnos.

Palabras directas

Como es propio de su ministerio episcopal, Francisco se nos muestra como Padre sabio, hermano que nos conoce y amigo cercano. Nos espolea con palabras sencillas y directas. Con claridad y firmeza. Nos ofrece palabras de estímulo y, a su vez, llenas de exigencia. A nadie hieren. Van a lo esencial. Por eso las acogemos con gusto, como lo que son: advertencias de alguien que nos quiere, para caminar mejor. Al menos, nos servirán de brújula para orientar nuestra vida misionera. Con temor y temblor, Francisco nos ha hablado —así lo ha dicho él— “con la intención de ayudar”.

Así, lo primero es lo primero. Francisco nos ha insistido mucho en poner nuestro foco en la necesidad de vivir siempre unidos a Jesús en la oración y en la contemplación. “Sin oración, —nos ha dicho— la cosa no va”. La advertencia es clara: si queremos que la misión sea fecunda, nunca podemos separar la misión de una vida de intimidad con el Señor. Solo los adoradores pueden ser testigos.

Dimensiones inseparables

“Adoradores y testigos: dos dimensiones —insistió—que no pueden ir separadas”. Con alusiones y referencias carismáticas a nuestro padre fundador, Francisco nos recuerda que la misión nace, precisamente, de ese fuego primero del amor divino —que decía Claret— que hace al misionero arder en caridad. Desde ahí nace todo lo demás.

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El Papa, durante la audiencia general del pasado 8 de septiembre. EFE/EPA/MAURIZIO BRAMBATTI

Una vida de contemplación y de intimidad con Cristo nos lleva también a reconocer nuestra fragilidad y, desde ella, a dejar que se manifieste la fuerza de Dios. Débiles, sí, pero sabemos y confiamos en quien es nuestra verdadera fuerza. “El Señor ha de ser vuestra única seguridad”. Una invitación a caminar sin miedo, fiados en Él.

Esquizofrenia espiritual

Aparece en sus palabras su raíz espiritual ignaciana que incide en la necesidad constante de mantener la guardia en la batalla como buenos soldados. “Ténganles miedo a la esquizofrenia espiritual y a la mundanidad”. Se trata de un combate que hemos de mantener contra esas fuerzas que quieren invadirnos y transformarnos por dentro. “No se puede convivir con el espíritu del mundo y pretender servir al Señor”, nos ha advertido rotundamente. “Usen el Evangelio como vademécum, dejándose orientar siempre por sus opciones”. Son palabras que hacen pensar y nos llaman siempre hacia ese más (magis) siempre posible de toda vida que quiere crecer.

La audacia de la misión está precisamente ahí, en mantener vivo ese centro que es Jesús y el Evangelio. La misión audaz necesita misioneros no instalados: “mayores que se resistan al envejecimiento de la vida y jóvenes que se resistan al envejecimiento del alma”.

Proximidad, compasión y ternura

Esa conexión vital e íntima con el Señor hará que salgamos al encuentro de la gente con el estilo de Dios. “Un estilo que siempre nos habla de proximidad, de compasión y ternura”, nos ha recordado Francisco.

La cercanía a la realidad, la vida misionera encarnada y comprometida es también un subrayado habitual del papa Francisco cuando habla de la misión. El Papa tiene muy grabada aquella expresión del obispo argentino mártir Angelelli: “Es necesario tener un oído en el Evangelio y otro en el pueblo”. Por ello nos ha invitado con fuerza a no contentarnos con observar con curiosidad la realidad desde la distancia. “Podemos balconear delante de la realidad o comprometernos a cambiarla: hay que optar”. “Déjense tocar por la Palabra de Dios y por los signos de los tiempos. Desde ahí relean su historia, su carisma”.

A la altura de los tiempos

En Francisco late el conocido principio conciliar que nos invitaba hace ya cincuenta años, precisamente, a la renovación de la vida religiosa: “volver a los orígenes y adaptarnos a las condiciones cambiantes de los tiempos”(cf. Perfectae caritatis, 2). Eso hará —nos ha dicho Francisco— “que nuestra vida sea profecía e ilumine a la gente”. Eso es estar hoy a la altura de los tiempos, eso nos hará verdaderamente audaces y valientes.

Y como una luz que todo lo ilumina, Francisco aludió al necesario sentido del humor. Una invitación a que no falte en nuestra vida y en nuestras comunidades, pues “el sentido del humor es una gracia de la alegría —nos ha dicho— y la alegría es una dimensión de la santidad”.

Francisco nos ha hablado nuevamente y no lo ha hecho de forma complaciente, sino como Pedro que confirma en la fe a sus hermanos y los invita con sus buenos consejos a afrontar el futuro. Un futuro que tiene siempre en Dios su esperanza y fundamento. En Él está, en definitiva, el origen de nuestra misión y nuestra más convencida y audaz esperanza.

*Texto publicado originalmente en L’Osservatore Romano