Tribuna

¿Afecta la Inteligencia Artificial a la Vida Religiosa?

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La cuestión propuesta puede tener dos respuestas inmediatas. La primera es que nada o casi nada, pues la mayor parte de las personas consagradas viven al margen de esos desarrollos, que les parece algo muy ajeno. Sin embargo, otra respuesta es que sí afecta y bastante, aunque no nos demos cuenta de su impacto.



Para empezar, hay que preguntarse en qué medida han afectado nuevas tecnologías a la Vida Consagrada, como los ordenadores, el internet, la telefonía móvil o las nuevas redes sociales. Está claro que esos desarrollos han cambiado la vida a muchos consagrados, sobre todo los menos mayores. Esas tecnologías han ejercido su influencia en la pastoral, en la vida de la Iglesia y de la mayoría de los ciudadanos. Otra cuestión es si dicha influencia ha sido positiva, o si ha supuesto una grave disrupción, por ejemplo, en la vida comunitaria, en las relaciones personales, en la forma de vivir los afectos.

Con la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) se percibe un efecto que continúa o incrementa las tendencias que ya se observan a partir de la difusión de esas otras tecnologías de la comunicación que la preceden. A no ser que la consagración sea un ejercicio de completa ‘fuga mundi’ y de aislamiento social y cultural, es inevitable que nos influyan los desarrollos técnicos, para bien y para mal.

El caso de la IA también presenta ambas facetas: la positiva y la negativa. En el primer caso, como todas las tecnologías, también esta contribuye a resolver problemas y a facilitar tareas que podrían resultar onerosas. Como asistente en varias labores presenta oportunidades de gran interés. Por ejemplo, lo usamos para preparar homilías y temas de los que debemos hablar, para escribir cartas, para corregir textos, para realizar presentaciones en reuniones. En esos campos se revela como algo muy práctico que muchos ya usamos con buenos resultados, como antes nos ayudaron los ordenadores, el internet y las redes, que han supuesto grandes avances y un ahorro de tiempo.

Factor positivo de compensación

Otras prestaciones de la IA pueden resultar ambiguas. Por ejemplo, el desarrollo de los chats, o de sistemas de conversación focalizada en temas o actividades. Ya se habla de hecho de chats espirituales, es decir, que plantean una conversación inteligente y bien fundada que puede reemplazar a un director espiritual mediocre – no a uno o una muy buenos. Ciertos servicios o formas de acompañamiento pastorales podrían ser confiados a sistemas inteligentes que podrían prestar ayudas de gran interés y eficacia.

Siguiendo por esa senda, también esos chats se proponen como sistemas de conversación interesante, que se pueden acompañar por una voz agradable, y además pueden visibilizarse en hologramas personales. En muchos casos dichos sistemas facilitan una conversación mejor que la de las personas cercanas y de las que estamos aburridos o cansados de escuchar.

Como el internet y las redes, estas propuestas plantean problemas de fraternidad y relacionales que a menudo no hemos afrontado en la vida religiosa, pues facilitan sustitutos muy realistas capaces de desplazar o compensar la dureza y exigencia de las relaciones interpersonales. Se dan bastantes casos de refugio de la soledad de los/las consagrados/as en esos ambientes virtuales, algo que no me atrevo a juzgar, pues puede convertirse en un factor positivo de compensación.

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Los problemas más graves para la Vida Religiosa se sitúan quizás en otros ámbitos. Hay que pensar por ejemplo en qué medida el desarrollo de la IA supone un ulterior desplazamiento y marginación de la Vida Religiosa, que se vuelve todavía más anacrónica e irrelevante en un ambiente en el que cuentan otros factores, en el que las nuevas tecnologías vuelven lo religioso una curiosidad del pasado, algo que no encaja en los escenarios futuristas que se perfilan con las nuevas tecnologías. La vida consagrada se vuelve muy sensible ante esos avances que la desplazan. De hecho, es fácil percibir la difusión de sistemas super-inteligentes como un paso más en la marginación del factor religioso, que puede incluso ser sustituido por sistemas artificiales de acompañamiento espiritual.

Algunos críticos apuntan además a otro efecto negativo de la IA. En cuanto se trata de algo “artificial” propicia una visión inauténtica del mundo y de las personas, una mirada cómoda y acomodadora, incapaz de compromiso, y falseadora de la libertad y sus tensiones; vamos un exceso de “simplificación” que nos aleja del mundo real y sus inevitables tensiones, dudas y la necesidad de probar y de experimentar errores. La Vida Religiosa también se vería afectada si se instala en ese nivel cómodo e inauténtico, perdería su identidad y sentido.

Quizás no esté todo perdido y sí sea factible concebir un lugar para los/las consagrados/as en un ambiente en el que las nuevas tecnologías ocupan cada vez más espacio y ofrecen mayores prestaciones. Un primer papel de los religiosos sería ofrecer cierta estabilidad, un sentido de certeza y autenticidad, a través del testimonio de unas vidas consagradas a Dios, y por tanto representando una referencia al Amor último, a lo más incondicional y trascendente. Ante los muchos temores que se asoman con el desarrollo de la IA, es bueno que ciertas comunidades mantengan un ritmo de oración, de celebración y de silencio adorante, de reivindicación de lo esencial. También son importantes como una reivindicación de “naturalidad” frente al artificio.

En sentido más práctico, la Vida Religiosa se ve como institución terapéutica, es decir, comunidades de sanación, en especial ante los crecientes problemas de salud mental. Muchas comunidades y personas consagradas se convierten en figuras de acompañamiento, escucha y oración en favor de quienes más lo necesitan. La IA podría plantearse como un sustituto funcional de dichas prestaciones positivas, pero me temo que la tendencia va a ser la contraria, y que su difusión y aplicaciones vuelvan todavía más necesario el recurso a personas de confianza, a comunidades de oración, a realidades de silencio y de intensa vida interior, a la búsqueda de un fuerte sentido de trascendencia y a una nostalgia del Dios del amor.

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