Tribuna

Agradecidos a Francisco y a todos los Pedros

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Corrían los meses y la Iglesia se iba haciendo al magisterio y modo de proceder de Benedicto XVI. Cada obispo de Roma, es lógico, tiene su estilo. No era fácil suceder a Juan Pablo II. Algunas voces empezaron a decir que el papa Ratzinger se dirigía poco a la Vida Religiosa. Tantos años del papa Wojtyla habían acostumbrado a la gente a sus numerosas intervenciones con ocasión de las visitas ‘ad limina’, sus mensajes en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada (instituida por él) o sus incontables audiencias a capítulos generales.

La sobriedad de su sucesor sorprendía. Muchas veces, como recuerda Jorge Mario Bergoglio, el problema está en la manera de ‘mirar’. ¿Qué buscas?, ¿dónde lo buscas?, ¿qué estás dispuesto a ver?, ¿qué te resistes a escuchar o a contemplar? ¿Qué pasa, que cuando el Papa habla a todos los discípulos de Jesús no está hablando también a religiosos? ‘Laudato si’’,’ Verbum domini’, ‘Caritas in veritate’ son también palabra para la Vida Consagrada.

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Un sucesor de Pedro habla de muchos modos. Como cualquiera de nosotros, hayamos sido pescadores, recaudadoras de impuestos o maestros de la ley. Hablamos cuando hablamos; pero también cuando callamos, nos movemos, saludamos. ¡Vaya si hablamos cuando fruncimos demasiado el ceño, cogemos el teléfono de mal humor o miramos para otro lado!

Francisco se está dirigiendo mucho a la Vida Consagrada. Su mismo ‘estar’ en la Iglesia, en la comunidad, ya es un modo (¡y bien relevante!) de iluminar nuestro camino. Vivir en Santa Marta, dedicar varias horas diarias a la oración, reconocerse discípulo en medio del resto del Pueblo de Dios, preparar bien la homilía, arrodillarse en un confesonario, escuchar una plática desde la sexta fila, elegir ciertos países para viajar, determinadas personas para el cardenalato… son modos bien elocuentes de hablar.

Palabras estimulantes

Abundan también sus mensajes expresos, llenos de un lenguaje fresco que toca la vida porque parten de ella y del Evangelio, mensajes que –aun en su dureza– saben ser caricia, que no se doblan a lo política ni eclesialmente correcto, que llaman sin cesar a una conversión de la que nunca se excluye.

Tenemos muchas razones para dar gracias: los consagrados y consagradas hemos sentido este último medio siglo con una intensidad singular la cercanía de nuestros pastores, especialmente de los sucesores de Pedro. Desde el Pablo VI de ‘Evangelii nuntiandi’ y ‘Evangelica testificatio’ hasta el Francisco de ‘Gaudete et exsultate’ y ‘Evangelii gaudium’, nunca nos ha faltado la palabra estimulante y cercana de Pedro.

Claro que Francisco nos habla. Verle es entender ‘Vita consecrata’ (20, 22, 103, 105…): bendecidos con una sobreabundancia de gratuidad y de amor, ungidos para seguir a Jesús como memoria viviente de su modo de existir y actuar ante el Padre y los hermanos, llamados a ser interlocutores privilegiados de quienes buscan a Dios, a dejarnos transfigurar hasta sorprender al mundo, a deshilacharnos (¡por gracia!) en opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha, “signo que no debe faltar jamás” (EG 195). ¿Quién llamaría a esto ‘una vocación pasada de moda’?

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