Querer, deber, poder. Tres verbos que hice carne hace muchos años. Van juntos. Me sirven para medir cualquier decisión que esté en duda en mi cabeza o en mi corazón. En la conjunción de los tres −si los tres me dicen que lo que quiero, lo debo y lo puedo− estaré parada sobre un equilibrio justo y necesario. Porque además de sopesar para mí, estaré mirando lo que también será bueno para los demás.
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Creo que estos verbos, en este tiempo, son invalorables si podemos usarlos para buscar las mejores salidas a nuestro encierro. Porque hay cosas que queremos, pero no debemos ni podemos. Por ejemplo, queremos salir a caminar o correr, pero no debemos y por eso, no podemos. Quiero ver una peli que de antemano sé que es violenta, si estoy con mis chicos no debo y no puedo. Me guardo el querer cuando el límite es el otro.
Entonces, podemos intentar obedecer lo que nos piden, buscando lo que sí puedo, metiéndome en la piel de los que casi nada pueden, como son las personas mayores.
Llamada a traspasar
Sería bueno querer extender la mirada para hacernos todos uno con la humanidad que hoy gime y sufre en diferentes lugares del mundo. Querer ser parte activa en la atención a distancia de situaciones que están pidiendo que salgamos de la pantalla del televisor para pasar a la vida de quienes están lejos. Podemos y debemos hacer ese llamado a un amigo y a los familiares que están lejos.
Entonces, comparto con quienes lean estas líneas, que decididamente no me gusta que le llamen aislamiento social a esta condición de mantenerme en casa. Porque yo me quedo en casa, pero estoy llamada a traspasar toda frontera, todo ladrillo, todos los límites de mi mente y de corazón, por hacer aquello que debo y puedo, por todas las personas que quiero y también por las que no conozco y aún no sé querer.
No hay sociedad que banque un aislamiento social y que valga la redundancia. No somos islas en nuestras casas. Somos personas de condición única, cada una es irrepetible y sagrada.
Hoy puedo y debo querer que el aislamiento me transforme en parte de la comunidad planetaria. Con las posibilidades que nos da la tecnología a los lugares más remotos del planeta, allí donde ni siquiera tengo rostros conocidos, quiero, puedo y debo llegar para acompañar y para consolar.
Porque lo no visible del otro insiste en este tiempo y quiere hacerse parte de mi propia piel.