Como nos ha dicho el papa Francisco, el misionero (y en la Iglesia todos somos misioneros), ha de amar y respetar las lenguas de los países donde vive. Así era Alexandre Alapont, un sacerdote valenciano, un hombre dulce y lleno de bondad, que en Zimbabwe tradujo la Biblia a la lengua nambya y que falleció el pasado 7 de septiembre a los 90 años.
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Nacido en 1932, el sacerdote Alexandre Alapont, misionero durante más de 50 años en Zimbabwe, supo encarnarse en las tribus donde vivió su ministerio sacerdotal. Como me contaba él mismo, con poco más de veinte años fue a la antigua Rhodesia hablando solo inglés. Y por eso pronto se dio cuenta que esa lengua no le servía para nada, ya que los habitantes de los poblados a donde llegó, no la conocían. Por eso Alexandre aprendió nambya y codificó los sonidos por escrito, enseñándoles a traducir los sonidos en grafías, ya que aquellas personas que hablaban aquella lengua, no tenían una gramática. Alexandre fue un referente en la inculturación de la Iglesia en aquel país africano y un ejemplo para los sacerdotes y obispos valencianos, por su amor a la lengua, ya que siempre que venía a l’Alcúdia, su pueblo, celebraba la misa en valenciano y animaba a hacerlo a los otros sacerdotes.
Los últimos años, desde la residencia de sacerdotes Betania, en Quart de Poblet, Alexandre Alapont seguía cada domingo la misa en valenciano, presidida por el sacerdote y amigo, Jesús Corbí, retransmitida por À Punt, la televisión pública valenciana. Como me ha dicho Corbí, Alexandre era un fiel seguidor de esa misa, animando al sacerdote que la presidia y elogiando la belleza de la celebración y la pedagogía y cercanía de sus homilías.
Conocí a Alexadre hace muchos y muchos años, ya que su familia vivía en el horno que tenían sus padres, al lado de la casa donde vivían los míos, con mis hermanas y yo mismo, en la calle Mayor de l’Alcúdia.
Relación familiar
Fue hablando con mi padre que Alexandre tomó conciencia de la importancia del valenciano, lengua proscrita y prohibida por el franquismo. Y fue con sus cartas en valenciano, aún llenas de faltas de ortografía, que Alexandre le escribía a mi padre, que este seminarista, en el Seminario de Misiones de Burgos, aprendió a escribir nuestra lengua, a base de las correcciones que mi padre hacía de sus cartas, corregidas, que le reenviaba. Y juntamente con eso, mi padre le dejaba revistas en catalán, que Alexandre, que no había visto nunca literatura en la lengua del poeta Ausiàs March, devoraba. Así aprendió a escribir la lengua de Sant Vicent Ferrer. Por eso, por sugerencia suya, mi padre y el gran escritor Joan Fuster, en 1956, le regalaron a Alexandre las estampas recordatorio, en valenciano (o catalán) de su primera misa.
Con esta sensibilidad por el valenciano, el joven Alapont fue a la antigua Rhodesia y aprendió nambya para poder evangelizar a aquel pueblo. No contento con eso, Alexandre Alapont tradujo a esa lengua la Biblia, después de un trabajo de más de veinte años. Cabe recordar que Alexandre hizo, hace más de cincuenta años, lo que el cardenal Marengo hizo en Mongolia: aprender la lengua del pueblo que servía. Y es que adelantándose a la ‘Sacrosactum Concilium’, Alexandre Alapont se encarnó en el pueblo nambya y enseñó a rezar y a celebrar la Eucaristía en la lengua de ese pueblo.
El amigo Alexandre se adelantó a lo que hace unos meses decía el papa Francisco en una entrevista, cuando elogiaba a los misioneros, por la capacidad de “meterse en la tierra y respetar las culturas”, que además “hay que ayudar a desarrollar”. El Papa decía que los misioneros “no desarraigan a la gente”, ya que “anuncian el Evangelio según la cultura de cada lugar”. Y es que “un misionero respeta lo que encuentra en cada lugar”, por el hecho de que “la fe se incultura y el Evangelio toma la cultura del pueblo” (Mundo Negro, 4 de enero de 2023).
El valenciano en la liturgia
Eso tan elemental y tan de sentido común que hizo Alexandre Alapont durante más de cincuenta años en Zimbabwe, no pasa aún en el País Valenciano, donde los obispos y los sacerdotes desprecian y arrinconan el valenciano, usando (salvo raras excepciones) el castellano en la liturgia.
Por el contrario, Alexandre siempre se mantuvo fiel al Evangelio y al pueblo y a la cultura que servía, primero en Zimbabwe y luego, en los últimos años de su vida, al pueblo valenciano. Por eso deseaba con todo su corazón que el Misal Romano traducido por la Acadèmia Valenciana de la Lengua, y que debe estar lleno de polvo en algún cajón del palacio arzobispal de València (como decía el añorado obispo Rafael Sanus), sea presentado por los obispos valencianos y aprobado por la CEE, para que los cristianos valencianos no nos sintamos huérfanos en nuestra propia Iglesia, que expulsa nuestra lengua de los templos.
Alexandre Alapont, un sacerdote con “olor a oveja”, y que venía de un país pobre como Zimbabwe, afirmaba en una entrevista, hace diez años, que “algunos queremos una Iglesia con menos poder y riqueza”. Sacerdote enamorado de Jesús, Alexandre Alapont quería una Iglesia que “realmente esté abierta a cambios. Queremos una Iglesia más progresista y abierta”. Y esperanzado y optimista como nadie, así era siempre, Alexandre Alapont decía, avanzándose al papa Francisco: “Creo que la Iglesia cambiará para bien; hay fallos, pero cambiará para bien”. Afirmaba que “los sacerdotes deben ser menos prepotentes y no estar anclados en el pasado” (Levante, 24 de enero de 2013).
Últimos días en la residencia de sacerdotes
Sus últimos años, Alexandre los vivió en una residencia para sacerdotes, en Quart de Poblet, falleciendo el martes 7 de septiembre. Ya hacía tiempo que Alexandre pensaba en su funeral y por eso dejó escrito que había de ser en valenciano, y por lo tanto, no quería que lo presidiera el cardenal Cañizares. Su deseo de una eucaristía en valenciano se le transmitió al arzobispo Enrique Benavent, que presidió la misa funeral en la parroquia de la Purísima de Quart de Poblet, acompañado de una treintena de sacerdotes y por sus familiares más directos. La celebración, muy digna, fue preparada, en unos folletos para seguir la misa en valenciano, por los amigos del Oratori de Sant Felip Neri de València y por la Associació Ecumènica de Cristians pel Valencià.
Alexandre quería también que en su féretro se depositara tierra africana y un ejemplar de la Biblia en nambya, que él tradujo, como así se hizo.
Hijo Predilecto de l’Alcúdia y Premi Tio Canya del Bloc de Progrés, Jaume I de l’Alcúdia, por la defensa del valenciano, Alexandre Alapont ha sido un sacerdote que ha vivido la alegría del Evangelio.
Un apóstol del Evangelio
Alexandre Alapont, siempre con un espíritu joven y bondadoso, atento a las necesidades de la gente más pobre y enamorado de Jesucristo, ha sido para todos los que hemos tenido la suerte de conocerlo y de tratarlo, un amigo, un ejemplo de sencillez como apóstol y un testigo del Evangelio.
Alexandre vivió su estancia en Zimbabwe como un servicio y por eso decía en aquella entrevista de hace diez años: “Hay quien piensa que el misionero va a dominar y a pisotear, y eso crea enemistad. El misionero, ni tan solo va a predicar, sino a compartir la fe cristiana”. Por eso Alexandre decía que estaba “contento de mi vida”, de tal manera que “si volviese a nacer, volvería a ser misionero”.
Ojalá la Archiócesis de València (con el arzobispo Benavent), haga un homenaje público al amigo Alexandre por sus largos años de misionero y también por la defensa de nuestra lengua y nuestra cultura.
Sus más de 90 años de vida fructífera, son un ejemplo de fe y de amor al Evangelio, a Zimbabwe y al País Valenciano. Por eso agradecemos a Dios la gracia y el gozo de su vida. Ahora Alexandre ya ha sido recibido por el Señor, que habrá recompensado su gran fidelidad y su entrega, de largos años, en el servicio al Reino.
Alexandre es también un ejemplo y un modelo para los sacerdotes y los obispos valencianos, ya que siempre se mantuvo fiel a la lengua de sus antepasados. Por eso luchó por una Iglesia valenciana encarnada en la lengua y en la cultura del País Valenciano, una lengua que, irracional e incomprensiblemente, la jerarquía valenciana, desde tiempo inmemorial, ha rechazado. Por eso, ahora (como me ha dicho un amigo), que tenemos, después de muchos años, un arzobispo en València que habla (y ama) el valenciano, si no se consigue valencianizar a la Iglesia, como deseaba Alexandre Alapont, habremos perdido una oportunidad de normalizar y acercar la Iglesia valenciana al País Valenciano. Es una lástima que el arzobispo no aproveche las ocasiones como ésta, del funeral del amigo Alexandre Alapont, para hacer el magisterio que esperamos de él, a favor de nuestra lengua en la Iglesia. Como me decía otro amigo, el arzobispo piensa que solo por predicar en valenciano, sin entrar en contenidos más allá de los previsibles, ya tiene hecho su trabajo. Y a pesar que debe estar rodeado de aquellos (lobos rapaces) que le impiden tomar decisiones valientes para normalizar el valenciano en la Iglesia, el arzobispo ha de ser audaz y firme, como lo es el Papa, para hablar con libertad y para introducir nuestra lengua, una lengua que el 1965, más de 20.000 valencianos pedían que fuese oficial en la Iglesia, ante la indiferencia de los obispos valencianos, a excepción de Pont i Gol i Cases Deordal.
Hemos de dar gracias a Dios por la vida y el trabajo apostólico del amigo Alexandre Alapont, un hombre de una gran bondad, un sacerdote con olor a oveja, un hijo predilecto de l’Alcúdia que ha sabido darse a todos por el Evangelio.
Desde el cielo esperamos su intercesión para que la Iglesia valenciana acoja nuestra lengua, en vez de rechazarla y prohibirla, como ha hecho hasta ahora.