El título de este escrito puede parecer provocador en estos tiempos de incertidumbre y de dolor por la pandemia que padecemos. Pero, acaso ¿no era provocadora la noticia que dieron las mujeres a los apóstoles cuando volvieron de ver el sepulcro vacío? Ellas, asustadas pero llenas de alegría, les dijeron: “Su cuerpo no está en el sepulcro. ¡Ha Resucitado!”. Y el corazón de los apóstoles se sobresaltó, la actitud interna de ellos empezó a cambiar. La luz de la esperanza empezó a brotar en sus corazones y fueron al sepulcro a comprobar que no estaba allí el Señor.
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El papa Francisco nos ha regalado la preciosa meditación Un plan para resucitar, que publica Vida Nueva, que está transida de esperanza. Nos ayuda a mirar la realidad en su profundidad y a descubrir que hay cosas nuevas que empiezan a brotar, pero que habrá que estar atentos para ayudarlas a crecer y a madurar.
Los ojos del corazón
Algunos místicos de la Edad Media afirmaban que el hombre nace con tres ojos: los de la cara, los de la inteligencia y los del corazón. Y decían que podemos pensar que, cuando vemos la realidad con los ojos de la cara, ya lo hemos visto y comprendido todo, pero no es así: la inteligencia nos hace comprender cosas que los ojos de la cara no ven y no pueden entender. De ahí que sea necesaria la reflexión, activar el entendimiento para comprender bien las cosas. Pero aun así, no basta para llegar al fondo de las cosas: es necesaria otra mirada más profunda, y esa mirada se hace con los ojos del corazón. Por eso decía Saint Exupéry, en El Principito, que “no se ve bien sino con los ojos del corazón”. Es lo que el papa Francisco indica cuando habla de que tenemos que hacer un buen discernimiento, pasar las cosas por el corazón y bajo la mirada de Dios.
En esta pandemia van apareciendo unos valores que nos asombran y que pensábamos que ya no existían y que, si sabemos cuidarlos, son brotes anunciadores de una hermosa primavera. Me impresiona cómo ha aparecido el valor del servicio y de la entrega en los médicos, enfermeros, personal de los hospitales, cuerpos de seguridad, bomberos, voluntarios… aun a pesar del riesgo de un posible contagio, hasta el punto de dar la vida.
Ha brotado el valor de la solidaridad en tantas personas, empresas, conventos de clausuras, familias, haciendo mascarillas, trajes, máquinas para respirar… gente entregando dinero, parte de su sueldo, para vencer la pandemia, para alimentar y cuidar a los más desfavorecidos. Y no podemos dejar de agradecer la labor de tantos sacerdotes, religiosos, personas anónimas, entregadas a prestar consuelo, a ayudar a los que sufren, a dar materiales de trabajo a niños y jóvenes. Cuidadores de personas mayores en residencias o en sus casas para que el virus no les trastorne la vida. ¡Cuánta generosidad! ¡Cuánto amor verdadero, gratuito, desinteresado! Brotes verdes que están creciendo, que anuncian una nueva primavera.
Trabajar todos juntos
El Papa nos pide estar atentos a un detalle: no globalizar nunca la indiferencia. Nos invita a que no consideremos nunca a los otros como unos enemigos, sino como unos hermanos. Y para ello, para crecer en fraternidad, para vencer la pandemia y los otros males que vendrán después de esta pandemia, será necesario trabajar juntos todos: Gobierno, partidos políticos, sociedad civil, instituciones, empresarios, asociaciones, instituciones religiosas, etc. Solo unidos podremos vencer el virus de la indiferencia, el COVID-19 y tantas otras pandemias como hay en el mundo: el hambre, la exclusión social, el desprecio de la vida, la fabricación de armas, las guerras…
¿Seremos capaces de darnos la mano todos y luchar unidos por un mundo más humano, más libre, más solidario, más justo, más respetuoso de la persona humana, sea de la condición que sea, y abiertos a Dios? ¿Seremos capaces de optar por una vida menos estresada, más contemplativa, más capaz de escuchar y de relacionarse con respeto con los demás? ¿Seremos capaces de ganar menos dinero para que otros tengan lo necesario para vivir? ¿Será posible una gestión más eficaz de los recursos que evite la corrupción y asegure una economía más humana?
Eso es lo que el Resucitado nos enseñó. Así trataron de vivirlo los primeros cristianos. Decían de ellos: “Mirad cómo se aman”. Eso es lo que, quizás, nos está pidiendo el Señor este año en el que hemos vivido una Semana Santa tan atípica. En todo caso, el anuncio sigue siendo el mismo: “Hermano, Aleluya, Cristo ha Resucitado. Sigue vivo. Está entre nosotros. Aleluya”.
Esos son algunos brotes nuevos que están naciendo y que debemos cuidar para que crezcan y nos hagan caminar por un mundo nuevo que se acerque más a la existencia que nos aguarda para toda la eternidad. Este es el deseo del papa Francisco. Gracias, Santo Padre, por su mensaje.