La misión, explica Francisco, no es el resultado de la aplicación de “sistemas y lógicas mundanas de militancia o competencia técnico-profesional”, sino que nace de la “alegría desbordante” que “nos dona el Señor” y que es fruto del Espíritu Santo. Es una gracia, esta alegría que nadie puede darse solo. Ser misioneros significa reverberar el gran regalo inmerecido que se ha recibido, es decir, reflejar la luz de Otro, como lo hace la luna con el sol.
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“Los testigos –escribe el Papa– en cada situación humana, son aquellos que dan fe de lo que está haciendo otra persona. En este sentido y solo en este sentido podemos ser testigos de Cristo y de su Espíritu”. Es ese ‘mysterium lunae’ querido por los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, que tenían bastante claro que la Iglesia vive instantáneamente de la gracia de Cristo. Al igual que la luna, la Iglesia tampoco brilla con su propia luz y cuando se mira demasiado a sí misma o confía en sus habilidades, termina siendo auto-referencial y ya no da luz a nadie.
La Iglesia crece por atracción
El origen de este mensaje es el contenido de la exhortación ‘Evangelii gaudium’, el texto que ha trazado el camino del pontificado actual. Francisco recuerda que la proclamación del Evangelio y la confesión de la fe cristiana son otra cosa con respecto a cualquier proselitismo político, cultural, psicológico o religioso. La Iglesia crece en el mundo por atracción y “si sigues a Jesús feliz de sentirse atraído por él, otros lo notarán. Y pueden sorprenderse”.
Es evidente, del mensaje a las OMP, la intención del Papa de detener esa tendencia a considerar la misión como algo elitista, para ser abordada y dirigida a través de programas de escritorio mediante la aplicación de estrategias, que obtienen una “conciencia” a través del razonamiento, recordatorios, militancia, entrenamiento. Es igualmente evidente por el texto pontificio publicado hoy que el Obispo de Roma considera que esto es un riesgo presente y, por lo tanto, sus palabras tienen un valor que va mucho más allá de las Obras Misionales Pontificias, a las que se dirige.
Para evitar la auto-referencialidad, la ansiedad de mando y la delegación de la actividad misionera a “una clase superior de especialistas” que consideran a las personas de los bautizados como una masa inerte para ser revivida y movilizada, Francisco recuerda algunas de las características distintivas de la misión cristiana: gratitud y gratuidad, humildad, proximidad a la vida de las personas allí donde están y como están, preferencia por los pequeños y por los pobres.