ANTONIO PELAYO | Corresponsal de Vida Nueva en Roma
Lamento de verdad el fallecimiento del embajador Gonzalo Puente Ojea, al que conocí en 1976 cuando ambos coincidimos en París. Volvimos a vernos y tratarnos en 1985, esta vez en Roma, donde yo había sido nombrado corresponsal del diario Ya y él embajador de España ante la Santa Sede.
Este nombramiento fue un craso error del entonces presidente Felipe González. Puente Ojea había sido subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores con el ministro Fernando Morán y, al cesar en dicho cargo, pidió ser enviado a la Santa Sede. Morán le objetó que le parecía del todo incongruente que él, único diplomático español que se había declarado públicamente ateo, fuese enviado a representar España ante el Vaticano. La respuesta del diplomático fue que consideraba necesario demostrar a la Santa Sede que España había cambiado, razón que no convenció al ministro.
Pocas semanas después, en julio de 1985, Morán fue sustituido al frente de la política exterior española por Francisco Fernández Ordóñez. En el primer Consejo de Ministros al que este acudió, Puente Ojea –que contaba con el apoyo, entre otros, del ministro de Justicia, Fernando Ledesma– fue nombrado embajador ante la Santa Sede sustituyendo a Nuño Aguirre de Cárcer.
El Vaticano se lo tomó con calma y, con el pretexto del verano, tardó algunos meses en conceder el plácet. Presentó sus cartas credenciales ante Juan Pablo II el 16 de noviembre. Pronunció entonces un discurso disparatado para tal circunstancia y, a partir de ese momento, comenzaron sus excentricidades diplomáticas y personales. Estas llegaron a tales extremos que el Gobierno decidió su cese en 1987, siendo sustituido por un excelente embajador, Jesús Ezquerra, cuya tarea fue recomponer las relaciones hispano-vaticanas.
Publicado en el número 3.020 de Vida Nueva. Ver sumario