El pasado 21 de septiembre Dios llamaba a su presencia al obispo emérito de Cádiz y Ceuta, Antonio Ceballos Atienza. Pocos meses antes, apremiados por su llamada, dos sacerdotes de la diócesis habíamos acudido a Jaén a recibir de sus manos algunas insignias episcopales que quería dejar, como recuerdo, a las catedrales de Cádiz y de Ceuta.
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Le encontramos muy debilitado en su salud física, pero, como siempre, muy vivo y ardiente en su espíritu. Nos contó lo duro que se le hacía afrontar las graves limitaciones de su estado y ser dependiente de los demás para todo. Y nos refirió que, hablando de todo ello con el Señor, Jesús le había dicho: “Antonio, tienes que evangelizar en pañales”. Creo que utilizó ese término para eludir la expresión “desnudo”. Es decir, desasido absolutamente de todo.
Y nos explicó: “Creemos haber hecho grandes renuncias, pero aún estamos apegados a muchas cosas: deseos, aspiraciones, seguridades, pequeñas cosas… Dios nos quiere en pañales, para que solo Él sea nuestro guía y nuestra fuerza”.
Pobre y para los pobres
Sin duda, este fue uno de los rasgos definitorios de la personalidad espiritual de D. Antonio: el desasimiento de todo. Su modelo de vida fue Cristo humilde y pobre. Y así vivió: humilde, pobre y para los pobres. Nacido en el seno de una familia sencilla, jamás se desclasó, y mantuvo siempre un estilo de vida de trabajo y austeridad. D. Antonio jamás supo de cuentas corrientes, ahorros o propiedades. Había que estar muy atentos a sus necesidades básicas, porque jamás pedía nada.
Su sueldo se le entregaba en mano, en billetes pequeños, que se echaba en el bolsillo, para distribuirlos entre los indigentes de Cádiz, que cada día acudían a él aprovechando su caminar desde su casa al obispado. Ciertamente, los pobres ocuparon un lugar preferente en su corazón. Mantuvo una especial preocupación por la acogida e integración social, laboral y eclesial de los migrantes. Sus cartas del 1º de mayo eran muy esperadas y nunca dejaban indiferente. Supo hacer aplicaciones valientes y muy concretas de la Doctrina Social de la Iglesia, siempre en favor de una mayor justicia social.
En ese espíritu de desasimiento de todo, D. Antonio vivió su ministerio episcopal según el mandato del Señor, como un servidor que lava los pies de todos. La humildad, la paciencia y la misericordia fueron las claves de su trato con sacerdotes, consagrados y laicos. Todos encontramos en él a un padre benévolo, magnánimo y paciente, que ejercía la corrección fraterna siempre con delicadeza, buscando ayudar.
En diálogo con el Señor
El gran amor de su vida fue Jesucristo. Dedicaba horas y horas al diálogo con Él ante el sagrario. Nos enseñó que la mejor oración para el apóstol consiste en llevar cada momento o situación de la vida al diálogo con el Señor, a la luz de su Palabra. Y allí, preguntarle: “¿Qué quieres que haga?”, para terminar ofreciendo lo que se percibe como voluntad de Dios, aunque cueste la propia vida. Siempre con la confianza de que la gracia todo lo hace posible. Él nos exhortaba con frecuencia a sumergirnos en el misterio pascual, porque –insistía– solo aceptando morir del todo nacemos a la vida nueva del Espíritu.
La Iglesia fue su otro gran amor. Al servicio de la Iglesia consagró todas sus energías y desvelos. Convocó un Sínodo para la renovación pastoral y espiritual de la Iglesia de Cádiz y Ceuta. Fue una preciosa experiencia de sinodalidad, que concluyó en el año 2000, dejando unas conclusiones que siguen siendo válidas y que anticiparon las orientaciones pastorales del magisterio pontificio posterior.
Dedicó una atención especial a los sacerdotes, cuidando nuestra formación integral, vida espiritual y necesidades materiales. Nos quiso como un padre, y nos animó continuamente a vivir entre nosotros un ideal de fraternidad apostólica. Promovió con empeño las vocaciones. Para ello, restableció el Seminario en la diócesis, cancelando una prolongada ausencia de varias décadas. También fue un decidido promotor del laicado, alentando su formación y confiando a los seglares tareas de gran responsabilidad.
Muchas cosas se podrían decir y contar de D. Antonio Ceballos. Fue, sin duda, un hombre de Dios, un testimonio vivo del Evangelio, un obispo santo. La Diócesis de Cádiz y Ceuta no puede menos que bendecir a Dios y darle gracias por haber podido disfrutar de este “pastor según su corazón”.
*Óscar González Esparragosa es vicario general de la Diócesis de Cádiz y Ceuta