Es mucho lo que ofrece la larga y fecunda trayectoria de servicio a la Iglesia de monseñor Antonio Montero, arzobispo emérito de Mérida-Badajoz –y que hoy celebra sus bodas de oro episcopales– pero creo que, en estas páginas de Vida Nueva, que él fundó hace 61 años, junto con Lamberto de Echeverría y Casimiro Sánchez Aliseda, acompañados de Ángel Orbegozo, José Mª Pérez Lozano y Paco Izquierdo, es obligado destacar su importantísimo aporte a las comunicaciones sociales en la Iglesia y desde la Iglesia.
Ciertamente, esta es una faceta destacada de don Antonio desde que, cura recién estrenado, fuera llamado en 1953 a trabajar y después dirigir la revista Ecclesia y así iniciar, con el marchamo del nuevo y brillante “mester de clerecía” de las letras españolas de los Martín Descalzo, Javierre, Cabodevilla, Luis A. Schökel, Joaquín L. Ortega, etc. y la guía de dos grandes maestros en su vida, como el mencionado Lamberto Echeverría y Jesús Iribarren, novedosas iniciativas publicísticas eclesiales, entre ellas las de la Editorial PPC.
Escritor brillante y fino analista
Y proseguir después, nombrado obispo con apenas 40 años, en la responsabilidad de formar parte y presidir casi hasta el final de su servicio activo la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal y participar en los trabajos del Consejo Pontificio de las Comunicaciones y del Comité Episcopal Europeo para los Medios. Todo esto, sin dejar nunca de colaborar habitualmente, con su brillante escritura y lucidez de fino analista, en medios eclesiales y en los grandes diarios como el desaparecido Ya y en el centenario ABC.
Todo un despliegue de entrega a la comunicación social que don Antonio ha concebido y desarrollado siempre como un servicio pastoral, como una tarea necesaria, urgente e inseparable de la misión evangelizadora de la Iglesia en la época actual, calificada precisamente por ser la de la ‘sociedad de la Información’.
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