La verdad, sin lugar a dudas, constituye un valor supremo para el hombre y la sociedad. No hay manera de conocer y comprender la realidad si no se tiene como sustento la verdad. De esto se dio cuenta muy temprano Antonio Rosmini. Su vida personal gravitó en torno a ella, no sólo como hombre con natural inclinación hacia el pensamiento filosófico, sino como un ser humano que bebió de ella para poder definir su vida. Comprendió desde muy temprana edad que no se puede caminar sino es alumbrado por la luz que viene propagada desde la Palabra de Dios.
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Sostendrá que la luz de la mente es el ser iluminante. El ser no puede no ser iluminante, iluminador, lo que hace inteligible a todo lo que conocemos, y sin él nada podemos conocer. Porque si el ser no fuese por sí mismo inteligible, entendible, nada lo podría hacer inteligible, pues la nada no es, resume del pensamiento rosminiano el profesor William Daros. Para Antonio Rosmini hemos sido creados para la verdad, pero somos constantemente seducidos por el error: “para la verdad, la mente humana es fácilmente seducida por un principio que le es ajeno y enemigo, y que, con sus artes ilusorias, la induce a tomar por verdad las apariencias de la verdad”. Riesgo de estos tiempos.
Rosmini y la verdad
En el Nuevo Ensayo sobre el Origen de las Ideas, Rosmini plantea que la verdad es la forma inteligible de los entes en el pensar. Creyó intensamente en la verdad y en que ésta no es más que lo que el ser o los entes son y revelan ser a una mente. Fue, como sabemos, un lector voraz de Platón y Aristóteles, pero orientados por la luz que emana radiante del Evangelio. Valoró la intuición metafísica de Platón y la rigurosidad lógica de Aristóteles. Sin embargo, no los reconoce como creadores de la mente, sino como sus descubridores, de tal manera que enfila sus baterías en determinar el origen de las ideas y, por ello, a buscar la verdad para ser, efectivamente, un colaborador de ella.
Para nuestro beato, la verdad es el patrimonio más preciado de la humanidad. La verdad es la luz que orienta y ayuda a ver con claridad a la mente, pero reconoce que “en la raza humana, la tradición del error continúa junto a la tradición de la verdad. Pero ni una ni otra es una simple tradición; es un progreso; no un progreso de fondo, sino de forma, y precisamente de forma dialéctica”. El Evangelio es la brújula que orienta tal forma dialéctica.
Verdad y tolerancia
La idea de tolerancia está intrínsecamente vinculada al concepto de verdad. Considero que lo que Rosmini plantea en cuanto a estos términos es fundamental para estos tiempos llenos de confusiones, pero, en especial por el manejo interesado de estas confusiones. Escribe nuestro beato que la tolerancia es un virtud, pero “una virtud que se ejerce con las personas, no con los sistemas de pensamiento, y precisamente porque es una virtud, es un hábito de la voluntad humana, no una ciencia”.
Para Rosmini es una gran confusión imputar al intelecto las leyes de la voluntad y procurar que obedezca a leyes distintas de las suyas. “Quién no sabe que la tolerancia es una ley imposible para la mente, porque la mente es, por su naturaleza, siempre intolerante […] Obligar a la mente, por lo tanto, a ser tolerante es obligarla a anularse a sí misma”.
En la actualidad, vemos con pasmosa frecuencia cómo algunas personas consideran intolerancia el ánimo de confrontar sus ideas, en especial cuando éstas ostentan de fragilidad argumentativa, teórica y doctrinal, si hablamos de fe. Ante temas tan delicados y profundos, como la identidad, la sexualidad, el aborto, la dignidad del matrimonio y la propia verdad, acusan de intolerancia, por ejemplo, a la Iglesia Católica, madre y maestra, experta en humanidad. “La verdad, afirma Rosmini, siempre se reconcilia con la verdad, el error rara vez se reconcilia consigo mismo, y nunca con la verdad”. Paz y Bien.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela