Y, de repente, todo quedó en suspenso. A los que nos gusta tener preparado un “plan b”, la situación creada nos dejó boquiabiertos. Porque no se había preparado un plan alternativo a una Pascua Joven anulada, los Caminos de Santiago y campamentos en duda, las actividades de pastoral de los colegios y parroquias, ni tan siquiera medido, realmente, el impacto. Llegó la incertidumbre, y eso genera miedo, porque nos enfrenta a un vacío. Me sentí como los concursantes de ‘Ahora caigo’ que esperan, aterrorizados, que se abra la trampilla.
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Ante la incertidumbre muchos optaron rápidamente (y optamos) por sustituir una parte de lo habitual por lo extraordinario, casi tratando de continuar con la realidad anterior como si el salto fuera natural y explorando nuevas posibilidades. Llegaron las Eucaristías online que permitían suplir en parte una ausencia y dar respuesta a una necesidad interior, la oración diaria transmitida por nuestras redes, el envío de mensajes de ánimo, imágenes, recursos pastorales, llamadas sosegadas, o la viralización de retos que trataban de hacer presente nuestra fe de puertas hacia fuera como expresión de lo interior. Pensaba, tal vez con ingenuidad, que pasaría pronto.
Atrás han quedado dos meses de acción pastoral intensa y muy dura. Sé que han sido “tiempos recios” para todos los cristianos: los fieles, que, en muchos casos, acostumbrados al ritmo de la parroquia, el colegio o la comunidad de referencia, han tenido que enfrentarse a una ausencia; los “pastores” (catequistas, maestros y profesores, laicos y jóvenes en pastoral, religiosos y religiosas, sacerdotes y obispos), que hemos experimentado la dureza del silencio en la respuesta, el vacío de los templos y la privación de la acción habitual que daba sentido a buena parte de nuestra pastoral. ¿Dónde queda la esperanza?
Habitar los nuevos horizontes
Hay vida (y vida espiritual) más allá de los sacramentos. Y no estoy con ello quitando importancia a la Eucaristía. La Eucaristía construye nuestra Iglesia, la alimenta y da sentido a todo lo que hacemos. Pero hemos aprendido a ver más allá y, hemos descubierto la riqueza de la comunión espiritual, la oración personal con la Palabra, la oración en familia, los pequeños gestos y símbolos domésticos, y nos hemos habilitado para otros modos de encuentro y oración con los jóvenes.
Tras este periodo tendremos que darnos herramientas y compartirlas para poder crecer a nivel personal, construir con todo el Pueblo de Dios dinámicas que superen el clericentrismo, para que cuando celebremos la Eucaristía, sea auténtica expresión de una fe intensa, signo de unidad en la diversidad de carismas y propuestas. Hemos saboreado lo que la creatividad puede hacer en nosotros, ¿vamos a renunciar a explorar ese camino?
De fondo, he vivido la importancia del “aquí estoy”. Tal vez sea uno de los ‘runrunes’ de estos días. Hacer propia la entrega de María al Ángel y repetir la dinámica de Dios en Jesús: “Aquí estoy”. A pesar de todo, por todos. Pero no solo como expresión interior y disposición del corazón.
La disponibilidad se ha manifestado también en las llamadas de consuelo, los mensajes de apoyo y la certeza, comprobada, de que muchos de los que recurrían en este tiempo a nosotros encontraban abiertas las puertas de nuestra vida. Es curioso: encerrar nuestra vida nos ha permitido abrir nuestras comunidades. ¡Cuánto consuelo he podido vivir al decir “rezamos por ti y contigo”.
Ahora toca mirar al futuro. No sabemos el modo de afrontar lo que queda. La incertidumbre sigue. Pero no el miedo. Es momento de la esperanza activa, a la que tenemos que unir otras palabras: creatividad, riesgo, valentía, diálogo, cercanía, confianza. Así, podremos “habitar los horizontes” de este tiempo nuevo .