Reconozco que, el pasado sábado 15 de marzo, me sorprendió la carta del cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo, en la que comunicaba que el papa Francisco había decidido abrir “un proceso de acompañamiento y evaluación de la fase de implementación” que concluiría “en 2028 con una Asamblea Eclesial en Roma”.
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Me sorprendió porque, justo esa misma tarde, había repasado para su publicación la intervención que tuve el jueves anterior en el Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de la Diócesis de Bilbao. En ella ofrecía a mi Iglesia local –la verdad es que con muy pocas esperanzas– la lectura implicativa que, como presbítero diocesano, hacía del ‘Documento final’ del Sínodo de 2024. Y lo hacía enfatizando que, sin la implicación –se entiende que proactiva– de los obispos, esto (el Sínodo sobre la Sinodalidad) no iba adelante, por muy infalible que fuera el Pueblo de Dios.
Agradable sorpresa
“Mira tú por dónde –me dije–, me encuentro con una decisión papal que me pasa por la izquierda y que parece removerme del escepticismo en el que he estado sumido estos últimos meses, vista la casi nula recepción que estaba teniendo dicho ‘Documento final’ en no pocas de las diócesis que conozco, incluida, por supuesto, la mía”. Pero confieso que me gustó experimentar tal “pase por la izquierda”. Esto de una Iglesia sinodal me pareció que volvía a tener toda la pinta de ser –como ya lo dijo el mismo papa Bergoglio en octubre de 2015– “el camino que Dios” esperaba “de la Iglesia del tercer milenio”.
Tras esta primera reacción de agradecida sorpresa, leí la entrevista que le hacía Andrea Tornielli en Vatican News al cardenal Mario Grech. Y fue entonces cuando me percaté de que la Asamblea Eclesial iba a estar presidida –como el Sínodo celebrado recientemente– por la “escucha”.
La “escucha” y el “desborde”
Bueno –pensé–, no ha de extrañarte que la “escucha” sea tan central en esta convocatoria, como también lo ha sido a lo largo del proceso sinodal desplegado desde 2021 a 2024. No has de olvidar el mensaje que dirigió Francisco el 21 de noviembre de 2021 a los participantes en la también “Asamblea Eclesial”, en este caso de América Latina y el Caribe (Ciudad de México, 21-28 de noviembre de 2021): la “escucha” y el “desborde” –les dijo entonces– son las claves que vertebran la sinodalidad. La escucha, en primer lugar, de “la voz de Dios hasta escuchar con Él el clamor del pueblo, y escuchar al pueblo hasta respirar en él”. Y el “desborde”, en segundo lugar, para “evitar que “las diferencias se conviertan en divisiones y polarizaciones”.
Ya por la noche, comentando con unos buenos amigos esto de la “escucha”, hubo quien me recordó que, a su luz, se comprendía que la Asamblea Eclesial convocada para el año 2028 fuera, igualmente, un doble ejercicio de “escucha” y “desborde”, y que, por ello, también fuera muy posible que lo allí votado por la mayoría acabara “aprobado expresamente” por Francisco como magisterio suyo.
De regreso a casa
Pero, luego, de regreso a casa, me dije que también cabía la posibilidad de que Francisco concediera a la Asamblea Eclesial –en conformidad con el número 18 & 2 de la constitución apostólica ‘Episcopalis communio’– “potestad deliberativa” y que el ‘Documento final’ aprobado participara del magisterio auténtico “del Sucesor de Pedro”.
Si la “escucha” y el “desborde” acabaran de esta manera, estaríamos –sin duda alguna– ante la decisión más importante de su pontificado y, probablemente, de la historia de la Iglesia de los últimos siglos.
Una vez escrito este último párrafo, me he vuelto a preguntar –reconozco que, de nuevo, con cierto escepticismo–: ¿es razonable esperar este modo de proceder de Francisco o se trata, más bien, de un sueño imposible?