El Seminario Metropolitano de la Inmaculada Concepción ha cumplido durante 2022 sus primeros 400 años. Su fundación, en 1622, cuando Buenos Aires no contaba con más de 2.000 habitantes, nos muestra la preocupación del primer obispo, que seguramente impulsado por el Concilio de Trento (1563), aplicaba una novedosa forma de instruir a los futuros sacerdotes que se venían educando “artesanalmente” conducidos por algún párroco generoso a quien se encomendaba la tarea.
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Desde ese momento hasta la actualidad, se han desarrollado una cantidad de tareas, proyectos y estrategias para lograr buenos pastores, que podríamos asegurar que no hay forma conocida que no se haya aplicado en el transcurso de estos cuatro siglos.
¿Para qué?
Nuestra tarea podría definirse con pocas palabras: hacer que quienes se sienten llamados por Dios a ser sacerdotes, puedan configurarse con Cristo para vivir y hacer lo que Él mismo hizo. Esto supone dos necesidades. En primer lugar, ayudar a discernir al candidato si realmente es llamado a esta vocación. Y, en segundo lugar, lo que podríamos llamar su formación profesional, o sea darle las herramientas necesarias para lo que será su futura vida como sacerdote. A la primera etapa del discernimiento la llamamos del discipulado, dura unos cuatro años y el acento está puesto en que el seminarista conozca las exigencias del llamado y pueda confirmar en el tiempo y con más conocimiento el “sí” con el que respondió al ingresar al seminario.
A la segunda etapa, los cinco años siguientes, la llamamos de la configuración con Cristo y de síntesis pastoral. El acento está puesto en la formación que va adquiriendo con el trabajo en contacto con la gente, que es a lo que dedicará su vida. No es extraño que, durante este tiempo, vaya además surgiendo una segunda vocación dentro del sacerdocio. Por ejemplo, aquellos que se sienten llamados a tratar con enfermos, con los más pobres, a profundizar los estudios y luego ser profesores, y muchas otras, además de la de atender las parroquias que es lo básico para todos.
El equipo de formadores y las etapas
En nuestro caso, contamos con un equipo de ocho sacerdotes para una población de 60 a 70 seminaristas; a saber: uno dedicado al curso propedéutico inicial que se realiza en un lugar independiente del Seminario durante el primer año al ingresar, otro dedicado a los dos años siguientes (2° y 3° de primera etapa y estudios filosóficos), luego otro para un año de residencia en parroquias (4° año – ARP) durante el cual se cortan los estudios, otro para la 2° etapa (5° y 6° año de estudios teológicos) durante los que se recibe la admisión y ministerio del lectorado, otro para la 3° etapa (7° y 8° año de estudios teológicos) durante los que se recibe el ministerio del acolitado. El 9° y último año de la síntesis pastoral (a cargo del rector), en el que reciben la ordenación diaconal y sobre el fin del año la presbiteral. Además, hay cuatro sacerdotes (tres a tiempo completo y uno parcial externo) dedicados al acompañamiento espiritual de los seminaristas.
El recorrido formativo
Podemos describir el proceso como de mayor interioridad al ingreso, hasta una mayor dedicación a la labor exterior hacia el final. Durante los nueve años de formación, irán viviendo en grupos comunitarios durante uno o dos años, cada una con un formador diferente. El año introductorio, los seminaristas solo salen los domingos para estar con sus comunidades de origen y sus familias. La primera etapa sale los sábados al mediodía hasta el domingo por la noche. En la etapa del ARP, viven permanentemente en una parroquia, volviendo al seminario un día a la semana. En la segunda etapa salen nuevamente los sábados y la tercera etapa salen los viernes y regresan los domingos el primer año, mientras que en el segundo (último año en el Seminario) salen los miércoles y regresan el domingo, viviendo mientras tanto en las parroquias asignadas.
El criterio es ir cada vez más tiempo a las parroquias, que es el lugar donde luego comenzara su ministerio sacerdotal. Otro aspecto importante en este recorrido es que los seminaristas vivirán en contacto con al menos diez sacerdotes entre los del seminario y los párrocos de las comunidades a las que son destinados los fines de semana. Esto hace que no queden con solo un modelo de sacerdote, sino que vayan enriqueciéndose con los que adquieren de la relación con varios de ellos. Por otra parte, cada uno de estos sacerdotes irá realizando oportunos informes de los candidatos, de modo que es un importante instrumento de discernimiento y confirmación de la vocación sacerdotal.
¿Qué se enseña?
Son cuatro las áreas en la que el candidato es formado durante los nueve años: la dimensión humana, la intelectual, la pastoral y la espiritual.
- Para la dimensión humana y afectiva recurrimos a cursos con especialistas tanto dentro como fuera del seminario y, en muchos casos, con la colaboración de un grupo de profesionales en psicología que brindan adecuadas ayudas en casos particulares.
- La formación intelectual la realizan en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina cursando durante seis años la licenciatura o profesorado en Teología, al fin de la que adquieren el título de licenciado o profesor con validez civil. Para aquellos que tienen dificultades en ese tipo de estudios, el seminario brinda otros profesores y materias para que puedan cumplir con una formación adecuada a sus posibilidades.
- La formación pastoral está dada por el paso que hacen los candidatos por cinco parroquias distintas los fines de semana, en las que, en acuerdo con los párrocos, se les van dando tareas conforme a sus posibilidades. Al comienzo de cada año, realizamos las misiones de verano, que consisten en el envío a las cárceles, cotolengo, barrios pobres, hospitales y otras “periferias”. Se trata de trabajos conjuntos que buscan hacerlos conocer algunas realidades particulares y trabajar en equipo. Brindamos también cursos de pastoral hospitalaria, escolar, juvenil, catequesis, carcelaria, y en la última etapa, liturgia, ad audiendas y administración.
- La dimensión espiritual está dada por la participación diaria en la liturgia, charlas semanales de los acompañantes espirituales, dos tandas anuales de una semana de ejercicios espirituales. Ejercicios ignacianos al promediar la formación, confesión frecuente, adoración, rezo del rosario, etc.
Los formandos
Si bien el seminario es arquidiocesano y, en su mayoría, los seminaristas pertenecen a la ciudad y Arquidiócesis de Buenos Aires, recibimos a una parte de candidatos de otras diócesis y comunidades, en acuerdo con sus respectivos obispos y superiores religiosos. En la semana reciben todos (locales y foráneos) la misma formación, y los fines de semana concurren a sus respectivas diócesis y comunidades.
También hay lugar para las vocaciones adultas, esto es, de personas mayores a 40 años. En estos casos, se arma un proyecto a la medida para cada uno, de acuerdo con sus antecedentes, que por lo general supone vivir en una parroquia al comenzar los estudios, y luego otros periodos en el seminario bastante más abreviados que en el caso de edades menores.
Durante el gobierno de la arquidiócesis por parte del actual Papa, se creó también una casa especial para realizar el curso propedéutico de ingreso de vocaciones provenientes de lugares pobres y eventualmente para, desde ese lugar, ayudarlos a culminar con los estudios secundarios, si es que no los habían completado.
El tamaño importa
La progresiva disminución de vocaciones en las últimas décadas ha dado lugar a un planteo que cada vez cobra mayor actualidad en función de procurar la mayor calidad de formación para los candidatos. Y la pregunta es: ¿se logra mejor esta calidad en seminarios más reducidos, digamos hasta 10 o 12 personas, o en seminarios más grandes que reúnan a mayor cantidad de formandos?
La formación tiene una dimensión comunitaria. Viviendo la comunidad formativa es como uno se prepara para luego ser artífice de comunidades en los lugares en que le toque desarrollar el ministerio. Es difícil que quien no ha vivido esta experiencia, pueda luego desarrollarla para otros.
El equipo de formadores es, sin duda, el principal recurso de un seminario. Es raro que en un seminario pequeño se forme un equipo, con todo lo que ello supone. Muchas veces es solo uno o dos sacerdotes a quienes se encargan todas las tareas y ello en detrimento de los modelos sacerdotales de los que los seminaristas aprenderán a sintetizar su propio estilo sacerdotal.
Los recursos académicos. Es mucho más difícil armar un filosofado o teologado para pocos alumnos, que para una mayor cantidad. Al menos para quienes no viven cerca de centros educativos independientes del seminario, que impartan estas disciplinas. En algunos casos, concurrir a estos centros supone invertir dos o tres horas diarias de viaje. Esas 10 o 15 horas semanales, ¿no hubieran sido mejor invertidas en dedicarlas al estudio, la oración o el trabajo?
La amplitud de criterios que brinda una apertura de fronteras diocesanas. Muchas veces en los grupos parroquiales se suele hablar de un defecto que es de cuidar cada grupo “su propia quintita”. Pero también podemos aplicarlo a la formación, cuando se sostienen durante mucho tiempo seminarios con menos de media docena de personas, en lugar de ayudarlos a formarse junto a otros que además de los aspectos comunitarios citados, enriquecerían la visión pastoral más allá de lo propio y brindarán más “compañeros de viaje” tan importante en estos tiempos.
Consolidar seminarios interdiocesanos
Este desafío ha sido lanzado recientemente por el papa Francisco en un curso de formadores de Seminarios Latinoamericanos (noviembre 2022). Ciertamente, el seminario no es solo un tiempo y un lugar para formar sacerdotes. Es también un importante centro vocacional con el que la diócesis puede contar para motivar las vocaciones. Es el lugar en el que se formaron muchos de los actuales presbíteros que verían su cierre con pena y hasta con rabia.
Es también teniendo por parte del obispo local el control de lo que ocurre puertas adentro, en donde mejor puede brindarse lo que se considere más adecuado en cada momento, conforme a la idiosincrasia de la propia diócesis. Pero también se corre el riesgo de que, por esta forma de ver las cosas, proyectos supra diocesanos que en otro momento contaron (o que en la actualidad necesitarían contar) con el acuerdo de un grupo de obispos, poco a poco se van como desgajando por los acentos distintos con que los nuevos toman sus decisiones.
Este problema no se puede dejar de considerar a la hora de realizar un proyecto que necesariamente requiere de un número de años (al menos más de diez) para mostrar sus frutos y verse consolidado. Así como a los países les exigimos que tengan ciertas políticas de Estado, lo que significa que más allá del gobierno de turno esas políticas se deberían mantener, lo mismo debería requerirse en cuanto a la política de formación en seminarios que exceden el límite de la diócesis. La experiencia muestra que esto es algo bastante difícil…
‘Ratio Fundamentalis’
El Seminario no suscita las vocaciones, sino que lo hace el Señor, de la mano de todos los que conformamos un presbiterio local, que debe sentirse interpelado y comprometido en el aliento de los llamados a la vida sacerdotal. La Iglesia cuenta para formarlos con una ‘Ratio Fundamentalis’ para la institución de los sacerdotes, elaborada por la Congregación para el Clero, además de otras versiones de aplicación adecuadas a cada país, que se actualiza con regularidad. Se encuentran en ella directivas, modelos y criterios que ya han sido probados y que haremos bien en aplicar en nuestros seminarios, mientras seguimos buscando formas nuevas de generar los pastores que nuestro tiempo demanda. Y, sobre todo, no dejemos nunca de rogar al dueño de la mies que envíe trabajadores para la cosecha.