Tribuna

Asintomáticos espirituales

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Hay palabras que, dependiendo del momento o del contexto en que las usemos, adquieren connotaciones diferentes y pasan a tener un protagonismo del que antes carecían. Seguramente muchos de nosotros no habíamos utilizado mucho la palabra ‘asintomático’ antes de que se iniciara la pandemia de Covid-19, pero ahora es un término que forma parte de nuestras conversaciones diarias.



A grandes rasgos, se considera que uno es asintomático si se ha recuperado de una enfermedad y ya no presenta ningún síntoma, o si tiene una enfermedad pero no tiene síntomas de ello. Aunque en estos meses lo de ser asintomático se restringe, casi exclusivamente, a carecer de síntomas aun habiendo dado positivo en un test PCR, se puede ser asintomático a muchas cosas, incluso se puede ser asintomático espiritual.

Iglesias vacías

Por lo que se va escuchando en unos lugares y otros, la larga experiencia de confinamiento, entre otras muchas cosas, ha dejado las iglesias vacías. Unos dicen que las misas online son mejores que las presenciales porque no hace falta salir de casa y se hacen menos pesadas. Otros dicen que si hemos estado sin comulgar y sin recibir el Sacramento de la Reconciliación durante meses, tampoco va a pasar nada si continuamos un tiempo más así. Otros dicen que siguen teniendo miedo a ir a espacios con mucha gente y que las iglesias son lugares de alto riesgo de contagio. Con mayor o menor legitimidad o razón, éstas son algunas de las cosas que escuchamos en un significativo número de ‘católicos practicantes’.

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Feligreses oran en la catedral mexicana de Saltillo, tras el cierre durante seis meses por el Covid-19. EFE/Antonio Ojeda

¿Serán indicios de que se esté gestando una enfermedad, no física, sino espiritual, que podríamos denominar asintomáticos espirituales? Si así fuera, se trataría de aquellos que no tienen síntomas de necesitar cultivar su vida interior, que han podido cubrir los vacíos de su vida con otras cosas y cuyo termómetro espiritual pueda estar tibio. Es algo que recuerdan las fuertes palabras de Apocalipsis 3, 15-16: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca”. Ser tibio, espiritualmente hablando, es tener una vida aparentemente llena sin precisar de un sentido trascendente.

Riesgo de contagio

Los enfermos asintomáticos son peligrosos porque no son conscientes de poder estar graves ellos mismos o, en el caso de una enfermedad contagiosa, poder contagiar a otros sin saberlo. Y qué duda cabe que la tibieza espiritual es una grave enfermedad que podemos sufrir todos y que, en ocasiones, resulta ser muy contagiosa. Por eso resulta iluminador seguir leyendo un poco del citado capítulo 3 del Apocalipsis: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos».

Se trata, por tanto, de una llamada de atención a aquellos que han podido experimentar unos mínimos síntomas de tibieza espiritual en sus vidas. Siempre se está a tiempo de poner remedio, pero es necesario reconocer la enfermedad y pedir ayuda a un especialista para iniciar un tratamiento.

Cambio de época

Venimos diciendo desde hace años que nos encontramos en un cambio de época, en un momento de muchos y rápidos cambios y crisis. Todo cambio, toda crisis, es siempre una oportunidad de cosas nuevas y mejores. Pero no todo es positivo, y también mucho de lo anterior deja de tener sentido por ser sustituido por algo más bonito, más sencillo y, aparentemente, mejor.

Conscientes de que nuestra vida interior no se llena con cualquier cosa, que no se conforma con modas pasajeras y que necesita de fundamentos fuertes, no dejemos que esta enfermedad espiritual nos coja desprevenidos. El que espera del otro lado de la puerta no se cansa de llamar y está deseoso de sentarse a cenar con nosotros.