En España ha sido en el siglo XXI cuando se han iniciado los llamados popularmente “bautizos civiles”, como parte del movimiento que impulsó el laicismo y la apostasía a la sombra del conflicto entre la Iglesia católica y el Gobierno socialista. En 2004, el ayuntamiento barcelonés de Igualada instauró el ‘Acogimiento civil’. En 2007 le siguió Rivas-Vaciamadrid y en 2009, Madrid, bajo la alcaldía del popular Alberto Ruiz-Gallardón. En 2019 se ha unido la izquierda de Getafe (Madrid) para crear una ceremonia similar en la que se otorga la ‘Carta Municipal de Ciudadanía del Niño y la Niña’.
Si miramos el fenómeno con ojos de antropólogo, constatamos que a lo largo de la historia de la humanidad han existido en numerosas culturas actos de reconocimiento, bienvenida y celebración del nacimiento de un nuevo miembro. Las formas han sido múltiples. Que exista un acto similar en las sociedades contemporáneas es buena noticia en tanto en cuanto generan reconocimiento, vínculos, conciencia, celebración y compromiso con los hijos, la familia y su entorno.
Sin embargo, un problema puede proceder del papel del Estado en el mismo. En el contenido y forma de la ceremonia, los gobiernos inculcan elementos ideológicos que no son universales o que son objeto de discusión. La propuesta no es unánime, sino que es defendida por los partidos de izquierda como un instrumento ideológico. Se hace como alternativa al bautismo cristiano, lo cual es una comparación indebida e injusta. El bautismo es un acto religioso en el ámbito de la sociedad civil.
El bautismo cristiano nada tiene que temer de una ceremonia civil de acogida pública. Todo lo que celebre la condición humana es una buena oportunidad. Hay una necesidad en el ser humano de celebrar y de darle trascendencia a su vida personal. Si alguien lo viera como “competencia desleal”, entonces es que es momento de mostrar mejor a la sociedad el verdadero significado del bautismo.