Los que llegan a Nápoles rara vez pasan por el corazón de su antigua acrópolis. Caponapoli está escondida del tráfico de Piazza Cavour que, junto a la mole del edificio del Museo Arqueológico, distrae al visitante que se detiene en los decumanos del centro histórico, via San Biagio y via dei Tribunali. Pero la Nápoles sagrada desde la época de los colonos griegos y la Nápoles de las mujeres religiosas, está en la parte alta, en este decumano, el tercero que parte de los antiguos hospitales y desemboca en via Duomo, un poco más arriba de la catedral.
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Es la Anticaglia llamada así porque las antiguas murallas, el teatro donde cantaba Nerón, las casas de los alejandrinos apostados en la ciudad durante el Imperio, las torres bizantinas del Ducado, el hipogeo y los cementerios, son solo las bases de las edificaciones que surgieron entre los siglos XIV y XVII sobre estas piedras milenarias.
Por lo tanto, no es casualidad que el hospital de los Incurables, y sus tres monasterios femeninos fundados por la beata María Lorenza Longo, junto con otras instituciones similares como el monasterio Regina Coeli de Jean Antihide Touret, surgieran en esta línea, florecida con los templos magnogriegos y romanos, llena de iglesias y casas expuestas al viento desde la cumbre a la que solo hace sombra la colina de Capodimonte.
El precioso libro de Adriana Valerio, historiadora y teóloga, ‘Un tantillo di fe’ mi ha salvata!’ (Edizioni Paoline), reconstruye esta historia con un apéndice inédito de la primera biografía de la beata Longo escrita en el siglo XVII por Mattia Bellintani da Salò y transcrita por la actual abadesa del único de los tres monasterios supervivientes, –el conocido como de las Trentatré–, sor Rosa Lupoli.
La Nápoles de la primera mitad del siglo XVI era una ciudad efervescente; no solo porque don Pedro da Toledo, el primer virrey castellano, promoviera la edificación secular y religiosa y la bautizara como polo cultural de poetas, arquitectos, escritores y pintores, un faro de un virreinato sacudido durante los dos siglos siguientes por revueltas, hambrunas, pestilencias e impuestos, sino porque se produjo un extraordinario crecimiento espiritual en paralelo con el nacimiento de un ingenioso sistema de bienestar, religioso y laico, que suplía todo tipo de necesidades sociales, desde la pobreza a la enfermedad, desde el orden social al acompañamiento hasta la muerte.
Reforma espiritual
Y en este bienestar ante ‘litteram’ son las mujeres las que jugaron un papel central. Fueron las nobles españolas y napolitanas las que asumieron las demandas de la reforma espiritual en el ámbito católico con aires similares a los de la reforma protestante, o más bien pidiendo un retorno a la pobreza y a una fe que favoreciera la interioridad. María Longo, Julia Gonzaga, María de Ayerbe, entre las monjas nobles, y Caterina Cybo, Vittoria Colonna, Costanza d’Avalos, Maria d’Aragona, entre las intelectuales, son solo algunas de las sensibilidades que se concentraron en torno a los “alumbrados” Juan Valdès y a Bernardino Ochino. Fueron mujeres que en el siglo siguiente serían seguidas por muchas otras, entre ellas Orsola Benincasa.
Como escribe Adriana Valerio: “Estas mujeres sentían que la experiencia de la fe no tenía que pasar necesariamente por la opción monástica porque siendo laicas podían encontrar a Dios. La espiritualidad de estas protagonistas era una alternativa implícita a la Iglesia renacentista, jerárquica y masculina que ofrecía la imagen de un Dios omnipotente y juzgador y que fundamentaba el poder sobre la gestión clerical de lo sagrado, fortalecida por una invisibilidad estructural de lo femenino”. Y es imposible oscurecer la fuerza de una obra que en pocos años alumbraría el hospital más grande de Europa. Y juntas fundarían un banco, el Banco di Santa Maria del Popolo que se especializó en el microcrédito para favorecer a los más débiles. Constituyó la base de la banca moderna.
Es imposible hacer desaparecer la revolución de una mujer que, para solucionar las epidemias de sífilis y peste, pensó primero en un espacio adecuado para las curas, trasladando a los enfermos en camillas del vetusto hospital de San Nicola a las nuevas casas compradas para construir el hospital de Santa Maria del Popolo degli Incurabili (una épica procesión que tuvo lugar el 23 de marzo de 1522). Después, consiguió que la Compagnia dei Bianchi, creada para ayudar a los convictos y prisioneros, se trasladara de la antigua iglesia de San Pietro ad Aram dentro del Hospital.
No satisfecha con esto, hizo que las poderosas órdenes de los capuchinos y los teatinos asistieran a los enfermos. Con Gaetano da Thiene construyó el monasterio femenino de clausura de Santa Maria di Gerusalemme, hasta la fecha el único superviviente de las reformas napolenicas. También puso al servicio del hospital a las mujeres convertidas y arrepentidas, es decir, a las prostitutas a las que dio una profesión como enfermeras en un segundo monasterio. Y, para terminar, creó un tercer monasterio, el de las Reformadas.
Sin este extraordinario impulso, la virreina María Zúñiga no habría ayudado al nacimiento, a fines del siglo XVI, de las Madres del Bien Morir, prostitutas arrepentidas que atendían a los enfermos terminales, decisión ampliamente contestada por el mundo masculino al que escandalizaba que unas mujeres que alguna vez se dedicaron “al vicio” pudieran acompañar a los moribundos hasta el final. Para biógrafos, teólogos y críticos, las mujeres eran poco fiables, testarudas, iracundas, orgullosas, vengativas…
Cabía imaginar que la excepcional visión de conjunto de María Lorenza Longo y de las mujeres que la ayudaron encontraría obstáculos, pero, con el tiempo, las contrapartes religiosas masculinas se retiraron o se apropiaron de otros espacios. Otra dificultad sería el desencuentro en 1728 entre las monjas nobles de Santa Maria delle Grazie y las ex prostitutas Arrepentidas. Pese a todo, Gli Incurabili se convirtió en una institución por derecho propio que competía por el prestigio con los monasterios.
Tres siglos para ser beata
Era inevitable, en un mundo tan poco atento al genio femenino y al reconocimiento del valor de la mujer, que María Lorenza Longo tardara tres siglos en ser beata. Sucedió en 2021. Aun así, las monjas capuchinas se establecieron según las reglas inspiradas en santa Clara y definidas por la beata Longo se extendieron inmediatamente por Italia, España, Francia y Portugal hasta hoy, con doscientos monasterios repartidos en veintisiete países del mundo que todavía siguen sus pasos.
Si pasas por Anticaglia con el libro de Adriana Valerio bajo el brazo, el paseo te lleva de Sant’Aniello a Caponapoli a lo largo de Vico Settimo Cielo que alberga los restos de Sant’Andrea delle Dame, incendiada en 1799 y hasta la hermosa iglesia de Regina Coeli y la magnífica Santa Maria di Gerusalemme, el umbral secreto del Monasterio de Trentatrè. Se necesitan solo unos pocos pasos para contemplar el esplendor de Gli Incurabili, la Farmacia del siglo XVIII y el Museo de la Salud que allí se conservan. Un testimonio en piedra del valor que nunca faltó a las mujeres de María Longo, el valor para creer y obrar.
*Artículo original publicado en el número de abril de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva