Los apuntes manuscritos en la agenda personal de Juan Pablo I, utilizada durante los 34 días de su pontificado, nos llevan directamente al centro de su magisterio: “Nosotros = humildad = san Agustín”. Así se refirió al ‘Sermón’ 99 del santo durante la primera de sus cuatro audiencias: la del 6 de septiembre de 1978, que versaba sobre la humildad, virtud empleada por Luciani como lema episcopal porque, para él, representa la esencia del cristianismo. La virtud traída al mundo por Cristo y la única que nos lleva a él.
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Precisamente, las audiencias posteriores sobre las tres virtudes teologales –fe, esperanza y caridad– corazón y clave de la vida cristiana, precedidas por la audiencia sobre la humildad, distinguen el magisterio de Juan Pablo I. Un magisterio cuyo corpus completo, constituido por los textos y documentos de su pontificado, con la sinopsis de las intervenciones escritas y orales, así como las transcripciones de las notas a mano, está por primera vez disponible gracias a la Fundación Vaticana Juan Pablo I.
Se trata de una colección oficial de referencia para adentrarnos en la actualidad de una enseñanza persuasiva y atrayente, que sabe cómo combinar, en una síntesis brillante, lo sagrado y lo profano, la erudición y la claridad, ‘nova et vetera’. Fruto de aquello que los Padres de la Iglesia llamaban “el arte de conversar sencillamente con los hombres”, e implantado, además, en la radical elección teológica de un lenguaje simple, común y accesible, hace de ese’ sermo humilis’ canonizado por san Agustín un mensaje comprensible para el mundo, con quien se muestra dialogante, de tal manera que el mensaje de la salvación pueda llegar a todos.
Fe, esperanza y caridad
Y eso es lo que le consagra hoy, como lo hacía entonces, en un Papa pegado a la realidad. En 1959, apenas consagrado obispo, estas palabras suyas quedaron como hilo conductor de todo su ministerio hasta la cátedra de Pedro: “Procuraré tener siempre este lema frente a mi episcopado: fe, esperanza, caridad. Si ponemos en práctica estas tres cosas, estamos en el buen camino: si tenemos fe, si tenemos esperanza y si tenemos caridad. Intentad también vosotros hacer lo mismo. Somos todos pobres pecadores”. Proximidad, humildad, simplicidad evangélica, insistencia en la misericordia de Dios, amor al prójimo y solidaridad son sus rasgos más destacados. Y las características sobresalientes, también, de su santidad.
En su agenda personal podemos observar cómo el inicio de su uso –ya como Papa– está marcado simplemente por la palabra “Roma” y la fecha en la parte inferior: 3/9/78. El 26 de agosto del mismo año, Albino Luciani –con un consenso casi plebiscitario tras un cónclave rapidísimo, de apenas 26 horas, el más breve del siglo XX– ascendía a la sede de Pedro. O, más bien, había descendido como ‘servus servorum Dei’, rebajándose a la cúspide de la autoridad que es el servicio, como quería Cristo. De hecho, en su agenda personal como Pontífice definía así el ser ministro de la Iglesia: “Siervos, no dueños de la Verdad”.
De sólida formación teológica, experto en humanidad y en las heridas del mundo, Luciani fue un pastor nutrido de humana y serena sabiduría y de fuertes virtudes evangélicas, que precede y vive junto al rebaño con el ejemplo, sin separación alguna entre vida personal y vida pastoral, entre vida espiritual y el ejercicio de gobierno, en absoluta coincidencia entre lo que enseñó y lo que vivió.
Medicina de la misericordia
Y si el Concilio quería ser “un signo de la misericordia del Señor hacia su Iglesia” –como se propone en ‘Gaudet Mater Ecclesia’ y, efectivamente, fue el lugar donde la Iglesia apostó por la “medicina de la misericordia”–, con Juan Pablo I fue elegido un apóstol del Concilio, del que había hecho su noviciado episcopal y cuyas enseñanzas explicó, con cristalina lucidez, y tradujo correctamente en la práctica con coraje perseverante. De hecho, las encarnaba. ‘Naturaliter et simpliciter’. Sobre todo, en la pobreza, que para Luciani constituía la esencia de su ser como sacerdote, pero también en el ser ‘propter homines’, con alegría evangélica.
En la última audiencia general, centrada en la caridad y celebrada el 27 de septiembre, Juan Pablo I sintetiza su magisterio. Sus palabras sobre el amor de Dios y el amor al prójimo son también la representación más elocuente acerca de una reforma de la Iglesia que, en el breve espacio de su pontificado, tal vez pueda definirse como una “reforma del amor” basada en el modelo de san Francisco de Asís, de quien Luciani, como patriarca de Venecia, había escrito: “En la Iglesia de su tiempo, que necesitaba muchas reformas, Francisco había adoptado el método correcto de reforma: el amor apasionado por Cristo. Su plan era vivir como él, de él, aplicar el Evangelio, adherirse a él como si estuviera presente”. (…)