A mi hija Miranda…
En distintas ocasiones, Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, afirmó con insistencia su pasión por la literatura y la música. Pasión que revela cómo la belleza ha sido una presencia fundamental en su vida. Junto con la razón, ha recordado cómo la belleza del cristianismo constituye un convincente argumento en esta sociedad posmoderna y algo esteticista.
La belleza viene a ser una revelación de la nostalgia del hombre por la justicia, la verdad y el bien; es decir, así lo expuso, la nostalgia de Dios. Nostalgia que siempre le brindó tiempo para tocar el piano y orar profundamente abrazado a las notas de la música de Mozart o Bach.
La dimensión estética constituye una instancia irrenunciable, todo un horizonte de su espíritu. En este aspecto podemos ver con mayor claridad la marca agustiniana de su pensamiento. Tuvo claro desde muy temprana edad que la belleza evidencia y enaltece todavía más el atractivo de la verdad y, por eso, la fe cristiana ha sentido siempre la necesidad del arte, para hacerse todavía más visible y patente. “La experiencia de la belleza es, por ello, señalará, fundamental en la vida y la cultura del hombre”.
Benedicto XVI y la belleza antigua de San Agustín
En las Confesiones, San Agustín nos conmoverá con unas líneas que pueden ser leídas perfectamente como una oración del alma enamorada del Esposo: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!” De esa manera, era descrito su encuentro íntimo con Dios. Comprendió que la forma y el alma son bellas en sí mismas y de que la belleza que comunican a los cuerpos la reciben de Dios, suprema belleza. Toda belleza procede de Dios, y así lo entenderá Benedicto XVI quien contempla en el rostro de Cristo toda la belleza del Padre.
La belleza antigua que resalta San Agustín la resalta como siempre nueva Benedicto XVI en el rostro de Cristo: “Sólo en Cristo resplandece la belleza del Ser de Dios, y sólo en Cristo y por Cristo esta belleza se hace experiencia humana. Una belleza marcada por el dolor y que en el dolor adquiere su más completa y humana verdad”. Esta visión me recuerda a esa hermosa conciencia medieval, mística y moral, tiende a concebir toda la experiencia del arte a la presencia de Dios.
La belleza más profunda, la verdadera belleza
Para hablarnos de la verdadera belleza, aquella que va más allá de toda convención estética y se hunde en la profundidad de la Verdad, el Bien y el Amor, contempla el rostro martirizado de Cristo durante su Pascua. “Quien cree en Dios, escribe, en el Dios que se ha manifestado precisamente en los semblantes alterados de Cristo crucificado como amor «hasta el fin» (Jn 13,1), sabe que la belleza es verdad y que la verdad es belleza, pero en Cristo sufriente aprende también que la belleza de la verdad implica ofensa, dolor y, sí, también el oscuro misterio de la muerte, que sólo se puede encontrar en la aceptación del dolor, y no en su rechazo”.
La belleza a la se refiere Benedicto XVI es una belleza profunda, antigua y, por lo tanto, verdadera ya que, precisamente la herida que ella procura al hombre lo llama a su destino final. En tal sentido, más que una cuestión estética, se trata de una forma superior de conocimiento que sacude al hombre interiormente, desde la raíz, con la grandeza de la verdad: “Ser afectados y conquistados a través de la belleza de Cristo produce un conocimiento más real y más profundo que la mera deducción racional”, señala.
Podríamos suponer que en el episodio de los discípulos de Emaús queda esto bellamente expresado. No fue hasta que volvieron a entrar en contacto con la verdad de la Escritura que sintieron arder el corazón para que, posteriormente, pudieran reconocer a Cristo. Por ello, afirma que el encuentro con la belleza puede llegar a ser el golpe del dardo que hiere el alma y con su impacto le abre los ojos, de tal forma que ahora el alma, “a partir de la experiencia, tiene criterios propios de juicio y se encuentra en condiciones de poder valorar
correctamente los razonamientos”. Esto le brinda enorme relevancia a lo que nos ha pedido en su Testamento Espiritual: mantenernos en la fe en todo momento y ante cualquier circunstancia. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela