Poco conocida, al menos, en menor grado que su sucesor, es la relación particular que existe entre Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, y la Virgen del Santuario de Absam, pequeño pueblo austríaco situado en las cercanías de Innsbruck. Nuestra Señora de la Misericordia de Absam parece formar parte integral en la historia de la familia Ratzinger. Virgen venerada desde 1797 cuando su rostro mostró su luz entre los cristales de la casa perteneciente a la joven Rosina Buecher.
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La imagen de Absam es la única en Europa que no fue forjada por mano humana, caso muy similar al de la Virgen de Guadalupe. Bajo la mirada dulce de Nuestra Señora de Absam, los abuelos y los padres del futuro Vicario de Cristo contraerían nupcias. Quizás, bajo esta advocación mariana, María intercedió para allanar el camino del niño Joseph –y de su hermano– en el camino de la fe y del sacerdocio. Quizás, bajo esta advocación mariana, la Virgen María fue contemplada también por el papa Ratzinger como escuela de virtudes cristianas.
La escuela de María
La escuela de María, afirma el papa Benedicto XVI, abre sus puertas a la humanidad a partir de aquel «sí» que cambiaría la historia. “Cuando la Virgen dijo su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con Él comenzó la nueva era de la historia, que se sellaría después de la Pascua como «nueva y eterna alianza»”. Ese «sí» envuelve a la Madre y al Hijo en una misma obediencia al Padre, y gracias a ese encuentro, los hombres pudimos acceder al rostro de Dios hecho hombre. Por medio de ella, de su ejemplo, de su experiencia, los hombres entramos en contacto con la posibilidad de saber cómo el Evangelio comienza a vivir en nuestro seno, tomando nuestra carne, así como ocurrió con ella.
Ella, por ello es escuela para la fe y la esperanza, hace lo que tiene que hacer, aquello para lo que, desde el principio, se le había encomendado. Lo hace sin miedo, sin dudas, sin temores, se entrega total y absolutamente a la voluntad de Dios, pero, muy particularmente, lo hace con prudencia y sencillez, sin escándalos, más allá que el que puede proporcionar el gozo que teje la caricia amorosa de Dios.
La sabiduría de María
En su sencillez, afirma Benedicto XVI, María es muy sabia: no duda del poder de Dios, pero quiere comprender lo mejor posible cuál es su voluntad, para adecuarse total y absolutamente a ella, ya que, uno de los grandes problemas de los hombres que vivimos en este mundo agitado y de constantes atropellos, es no tener claro dónde termina nuestra voluntad y dónde comienza la del Señor. “María es superada infinitamente por el Misterio y, sin embargo, ocupa perfectamente el lugar que le ha sido asignado en su centro”. La humildad que mueve a su corazón y a su mente se desnuda con brillante calidez en las bodas de Caná y ese silencio lo hace para que sólo la voz del Verbo sea la que retumbe en la historia.
María es escuela de fe, es camino de fe para cada cristiano, “encontramos momentos de luz, pero hallamos también momentos en los que Dios parece ausente, su silencio pesa en nuestro corazón y su voluntad no corresponde a la nuestra, a aquello que nosotros quisiéramos”. Aquí, cuando nuestros deseos no logran cumplirse, cuando nuestra voluntad no se ve satisfecha, es cuando la fe suele debilitarse, al menos eso hemos creído, aunque, es lo que pienso, la fe no puede debilitarse, la fe no se pierde. Cuando esto ocurre es porque realmente nunca hubo fe. Quien tiene fe, quien ha sentido su potencia recorrer sus venas, comprende que esto no puede perderse, ya que nada pone fin o debilita lo que viene de Dios. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela