He leído un libro del poeta, militante y maestro puertorriqueño Juan Camacho titulado ‘Benito: El más querido’ y, aunque el autor no lo dice explícitamente, todo el texto testimonial destila la aplicación más firme de la Doctrina Social de la Iglesia desde una vida de lucha social y sencillez auténtica. Les cuento que no solo me lo he devorado lleno de entusiasmo, sino que siento unas ganas irresistibles de contarlo a quienes alcance en Puerto Rico y me gustaría que el mensaje corra por todas las comunidades de fe de nuestros pueblos hermanos. Así de importante considero este homenaje, del género de literatura testimonial, sobre las hazañas de este comprometido puertorriqueño (Benito Reinoso), quién pasados sus 68 años, dedicó los veinte años más que vivió a una entrega total en defensa del prójimo social.
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Los que conocimos a Benito sabemos, nos consta, que Camacho dice verdad. Pero lo que muchos no sabíamos era cuántas maravillas y detalles hubo en la vida de ese viejito que se las pasaba de manifestación en manifestación, con ropa sencilla, barba, crucifijo al pecho y sonrisa permanente que derribaba durezas y encendía cariños. Pero Juan, los familiares de Benito y algunos de sus muchos amigos acometieron con éxito la empresa de dejar constancia escrita de lo que conocieron.
El amoroso “viejito” católico
Durante los primeros veinte años de este siglo XXI, este amoroso “viejito” católico se convirtió en una especie de símbolo vivo de la resistencia y la lucha del pueblo puertorriqueño frente a los abusos y desmanes de las fuerzas armadas de Estados Unidos, de los atropellos del gobierno colonial y de las grandes empresas contra el pueblo, y, sobre todo, de la defensa del ambiente y la naturaleza. Era prácticamente imposible que hubiera un levantamiento de pueblo, una marcha, un piquete, una lucha social, sin que apareciera Benito a incorporarse a la primera línea de lucha. En el libro, prolijo en fotografías, aparece Benito en múltiples luchas y eventos, desde enfrentando a la policía antimotines, hasta en la Habana, participando en la brigada de solidaridad con Cuba.
El relato cubre diversas facetas de su vida, desde la infancia y juventud, sus décadas como trabajador en la industria hotelera y en el puerto, donde siempre se distinguió por su responsabilidad y buen trato, hasta que, en 1999, una bomba de la Armada mató a un vecino de la isla puertorriqueña de Vieques. Aquel evento marcó el inicio de la lucha para sacar la marina de guerra con el apoyo de todo el país, y la transformación definitiva de Benito.
De buen padre de familia trabajadora y buen vecino, Benito dio el salto a convertirse en una leyenda. Camacho no relata que Benito diera grandes discursos, ni ocupara o buscara puestos de poder e influencia. Según nos cuenta el libro, lo que quería era ser uno más. Pero su prédica con el ejemplo era un arma poderosa. En la lucha de Vieques se concentró en trabajar en la cocina y en garantizar albergue y cariño a los que llegaban. Entre otras, se destacó en luchas por la defensa de las costas, la educación y el patrimonio nacional histórico. ¿Dónde se le encontraba de manera preferente? Pues sembraba, limpiaba, hacía las tareas menos notorias y siempre estaba en las de regalar su sonrisa y su voluntad de compromiso.
Los que le conocimos podemos dar fe de que Benito tenía siempre desplegadas las alas del alma y la fe. Recordarlo me hace sentir muy cerca un aroma de santidad. Por eso, me encantaría que el libro de Camacho, su mensaje, llegue a cuanto confín se pueda hacer llegar de mi Caribe, de mi América Latina.
Es hora de abrazar testimonios tan intensamente sagrados.