GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura
La colina tiene las mismas vistas que contempló Jesús hace dos mil años. Frente a ella se extiende el lago Tiberíades, que hizo de marco a la primera fase de su ministerio en Galilea. En uno de los cerros que este espejo de agua, en una localidad solemnemente llamada hoy Monte de las Bienaventuranzas, se levanta un santuario de planta octogonal, con lados correspondientes al número de Bienaventuranzas que indica el Evangelio de Mateo. En realidad, son aparentemente nueve, pero la última es el comentario ampliado de la octava. El basalto negro típico de aquella tierra usado para el edificio contrasta con las columnas en travertino de un deambulatorio que rodea al templete.
Hemos querido recorrer este paisaje topográfico y espiritual al mismo tiempo porque los peregrinos consideran que en este monte tuvo lugar el primero de los grandes discursos de Jesús, el “de la montaña”. En realidad, este marco geográfico es más simbólico que físico. Se trata de un contrapunto respecto a otro monte de valor capital en la historia bíblica, el Sinaí. Al igual que de aquella cumbre descendió la palabra de Dios para convertirse en la Torá, la ley por excelencia de Israel, también desde esta cima paralela desciende la Palabra de Cristo y su relectura de la Torá.
El “bienaventurado” cristiano es quien levanta la mirada hacia lo alto, hacia lo eterno e infinito y escucha un mensaje a contracorriente, desconcertante y provocador. Con mucha libertad podría casi pensarse en el final de la película de Charlie Chaplin El gran dictador, cuando el protagonista invita a la dulce Anna a mirar al cielo, desde el que desciende su voz: “Anna, ¿puedes oírme? Estés donde estés, ten confianza. Mira hacia arriba, Anna”. Las Bienaventuranzas son precisamente esos senderos que nos conducen al reino de los cielos. Son recorridos ideales y concretos que resultan paradójicos para el sentido común.
El papa Francisco ha elegido las Bienaventuranzas como base de las diversas ediciones de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). La diocesana de 2014 tuvo como tema la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. En 2015, la elegida fue la sexta bienaventuranza, dedicada a los “limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Finalmente, en el corazón de la próxima JMJ de Cracovia domina la quinta bienaventuranza, dedicada a los “misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Durante la JMJ de Río de Janeiro de 2013, el Papa ya exhortó a los jóvenes a releer “con todo el corazón” las Bienaventuranzas, transformándolas en un programa de vida, en una suerte de estrella polar que, desde lo alto, guíe los pasos en el camino de la vida.
También el evangelista Lucas nos habla de las Bienaventuranzas, poniéndolas como arquitrabe de un discurso más breve que el de Mateo. Aquí, sin embargo, el marco topográfico es distinto: las llanuras que se abren a lo largo de las costas del lago Tiberíades. Sorprende que las Bienaventuranzas pasan a 4 de las 8+1 de las que hablaba Mateo. También maravilla que a ellas se les asocien otras tantas maldiciones.
Concluyamos, pues, haciendo un llamamiento para escuchar una vez más el mensaje de las Bienaventuranzas. La clave musical-espiritual que gobierna idealmente su partitura está en ese adjetivo griego makárioi (bienaventurado), que abre un horizonte hacia el destino que constantemente anhela nuestro corazón, la felicidad.
En el nº 2.993 de Vida Nueva