Hoy las voces de las mujeres se alzan desde todos los rincones del planeta en un movimiento que se visibiliza cada vez con más fuerza y claridad. En grupos con diferentes propuestas, enfoques, reivindicaciones, la mitad de la humanidad sueña nuevos espacios de dignidad y justicia.
Este movimiento, sin embargo, no es un fenómeno reciente, sino que viene de lejos, desde el origen de los tiempos, porque desde siempre las mujeres supieron de su desigualdad, experimentaron la invisibilidad y soportaron el silencio.
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En la memoria de los pueblos, sin duda, se guardan historias femeninas, se recuerda la excelencia de su coraje o de la virtud de sus vidas, pero pocas veces esos relatos fueron contados por ellas. El imaginario patriarcal domesticó, época tras época, los anhelos y necesidades de las mujeres, y les ofreció modelos de virtud como madres, esposas, vírgenes o mártires y sancionó con el exilio del silencio y el rechazo a quienes disentían o sobrevivían en los márgenes del sistema.
Hoy necesitamos volver a escuchar a nuestras antepasadas, recordar sus historias porque sus luchas, sus fracasos y sus éxitos han de formar parte de nuestra memoria colectiva, una memoria que hemos de construir juntos mujeres y varones, para que la justicia y la equidad de género sean patrimonio humano.
El 8 de marzo es ya una fecha destacada en nuestras agendas, en ella confluyen sueños y reivindicaciones que invitan a recordar a aquellas que nos precedieron en la lucha por esos sueños y reivindicaciones. Entre las muchas que vienen a nuestra mente y corazón quiero nombrar a Bonifacia Rodríguez porque ella es también memoria para nosotras de aquella generación de reformadoras creyentes y fuertes que habitó un siglo tan conflictivo como fue el siglo XIX.
Bonifacia, desde su condición artesana y en una ciudad pequeña como Salamanca, lideró un proyecto para dar respuesta a la situación vulnerable de muchas mujeres pobres, necesitadas de dignidad y trabajo, pero también de fe y esperanza. Ella junto al jesuita F. Butinyà y seis compañeras más fundó en 1874 las Siervas de San José en un pequeño taller en el que abrió un espacio de dignidad para las mujeres y les ofreció trabajo y formación. Ella puso su vida al servicio de la causa de las mujeres.
Su historia nos recuerda que la fe cristiana no es ajena a las causas de las mujeres y especialmente de las más pobres y que las razones que cada año nos llevan a la calle el 8 de marzo tienen en mujeres como ella un referente. Y quizá, como de otra mujer afirmó Jesús de Nazaret… en cualquier parte del mundo donde se proclame la Buena Noticia, también se contará lo que esta (y otras muchas) ha hecho, en memoria de ella (Mc 14,9).