En Brasil se registra, desde hace dos años, una crisis política muy fuerte. Después de haber asumido el poder democrático con la ex presidenta Dilma Rousseff –quien representó a la fuerza del pueblo–, el país ha dado un giro hacia la extrema derecha con la elección del nuevo presidente del país.
A partir de enero del 2019 Brasil tendrá como presidente a Jair Bolsonaro, un ex militar lo mismo que su vicepresidente. Además, buena parte de la visión que se ha sembrado en el período electoral tiene que ver con la acentuación de una cultura de odio. Durante dicho período electoral fueron presentados dos proyectos de gobierno: Uno popular y de izquierda, representado por el profesor Fernando Haddad, y el otro de extrema derecha, representado por Jair Bolsonaro.
De ahora en adelante asistimos a una agenda política fundamentada en la fuerza, en la seguridad pública y en una visión militar para enfrentar los grandes problemas del pueblo brasileño. De este modo, los brasileños necesitaremos sembrar cultura de paz y de justicia social en favor de los pobres, del diálogo, de la sana laicidad y de la democracia. Por parte del gobierno electo se prevé una demostración de poder autoritario. Hay mucha incertidumbre. Aún no se puede precisar cuál será el camino y todo esto genera una gran expectativa.
Fijar la mirada en los más pobres
Por otro lado, la Iglesia, en tiempos del papa Francisco y con su énfasis en el Concilio Vaticano II, hace un llamado a los fieles a volver a la experiencia fundamental de Jesucristo, a tomar distancia de cualquier expresión de intolerancia religiosa o civil, a fijar la mirada en los más pobres, los desempleados y con el compromiso de construir puentes de diálogo y fraternidad.
La cultura del encuentro debe ser la brújula de la evangelización. Si la política se encamina hacia un contexto de intolerancia, los cristianos debemos estar abiertos a la tolerancia; si hay exclusión en la política, la Iglesia debe integrar procesos de inclusión; si la política quiere hacer uso de armas, la Iglesia debe sembrar el amor entre los pueblos; si la política quiere impulsar una agenda en torno a lo financiero y la economía liberal, la Iglesia, sobre la base de la Doctrina Social de la Iglesia, deberá rescatar la dignidad del hombre y de la mujer, acoger a los migrantes, a los que viven en la miseria, a los que no tienen a techo, tierra, trabajo, educación y salud.
La Iglesia está llamada a profundizar en el anuncio de Jesucristo, asumiendo su compromiso como Iglesia pobre con los pobres y, sobre todo, involucrada con ellos y sus necesidades espirituales y materiales. Este es el tiempo de Dios, un tiempo propicio para que la Iglesia pueda rescatar el misterio de salvación en la perspectiva del encuentro personal y comunitario con Jesucristo, en salida misionera y con espíritu de la conversión pastoral. La esperanza cristiana no está en la salvación política, sino en la encarnación del Verbo. Hemos aprendido que los cristianos necesitan ser evangelizados porque ha faltado mucha formación para comprender la fe y la vida del pueblo.