He estado estudiando con mucho detenimiento el libro ‘La mesa está servida’, del insigne psicólogo clínico José ‘Pepe’ Dávila, cuya lectura le recomiendo de corazón a los amigos teólogos y feligreses que en nuestra América Latina y el Caribe buscan rumbos para hacer viable, hacer vital, el llamado del amado papa Francisco de una Iglesia sinodal, en la que clérigos y fieles “caminen juntos”.
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Pero, además, no puedo sustraerme de la amenaza que está representando para todo nuestro continente la escalada de violencia civil en Estados Unidos, donde una y otra vez llegan noticias de matanzas y más matanzas en las que tiradores solitarios abren fuego a mansalva en lugares donde hay gente reunida. El deterioro de la “enfermedad social” en la sede del imperio nos hace daño a todos.
La “enfermedad social” se manifiesta hasta cuando se hacen intentos por corregir el rumbo. Por ejemplo, puedo entender el grito de “las vidas negras cuentan”, pero me pregunto si no hubiera sido mejor proclamar “todas las vidas cuentan”.
Por ahí mismo quiero comenzar esta breve reflexión sobre el pensamiento del amigo, Pepe Dávila.
Solidaridad afectiva
Dice el psicólogo que, en el individuo humano, “el crecimiento fortalecido de su relación con el otro en ‘diálogo y sentido de solidaridad afectiva’ posibilita que se realicen los ajustes para el fortalecimiento de las habilidades sociales, emocionales y conductuales dentro de un espacio multidimensional de amor eterno”. Se podrían escribir guías completas para cursos de teología o, mejor, para capacitación de las “comunidades eclesiales de base” reflexionando sobre esas palabras del psicólogo. Es como si hubiera resumido el mensaje de Francisco.
El propósito del libro, a modo de manual para profesionales de la conducta y de las relaciones sociales, es uno muy práctico. Quiere ayudar a prevenir la falta de los “desencuentros y la falta de diálogo social y comunitario” que, demasiadas veces, conducen a acciones de desprecio del otro y hasta a un mundo criminal.
Dice el libro que si miro al otro ser humano como un objeto, cuya importancia es solo si me resulta útil, “tampoco seré capaz de validar mi existencia propia. No puedo ver en mí lo que soy incapaz de ver en ti. Esto ronda demasiado cerca o se sumerge dentro de lo que es el mundo de la sociopatía. No hay dolor, ni hay angustia, tampoco arrepentimiento cuando daño al otro”.
Si queremos hacer un regalo a nuestros hermanos del norte imperial, propongo que desde aquí abajo, desde ese sur que Mario Benedetti proclamaba que también existe, prendamos el clamor de que “toda vida cuenta”.
Pero vamos a hacerlo de corazón, desde ese espacio en el que experimentamos las dimensiones múltiples del amor eterno. Que proclamemos que las vidas de los pobres cuentan, como también las de los ricos, que las vidas saludables cuentan tanto como las de los enfermos, que en una familia cuentan todos, que nadie puede liberarse solo, que valen los bien inteligentes tanto como los que tienen impedimentos de aprendizaje, que un humilde feligrés vale tanto como un obispo. Porque somos uno en la Trinidad amorosa del Padre.
Esta es la plataforma integral para crear espacios en el camino de la sinodalidad de la Iglesia a través de las conversaciones y diálogos transparentes que se pueden promover con la fuerza y compromiso vital de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). Así, ¡caminaremos juntos!
Caminemos juntos, porque lo otro, por más que movamos los pies, sería no caminar.