Querida Luisa: nunca pensé escribirte esta carta y lo hago desde el cariño y la complicidad de sentirme hermana y compañera. Habíamos llegado a Haití por la misma época y fue poco el tiempo que compartimos juntas dando clase en el Instituto de Filosofía de los salesianos. Eran los años posteriores al terremoto y realizábamos nuestra tarea docente allí donde se podía: en tiendas de campaña, contenedores, casitas de madera…
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Te recuerdo siempre serena, profesional donde las haya, educadora convencida y con ese compromiso en favor de los más desfavorecidos que no se predica, sino que se contagia. Tu comunidad de Hermanitas del Evangelio, la congregación de Carlos de Foucauld, siempre ha sido un referente para otras muchas comunidades que compartimos con vosotras el servicio a los más pequeños y olvidados de nuestro querido pueblo haitiano. Conocemos el peligro, sentimos miedo muchas veces, pero siempre nos empuja el deseo de tender una mano al que más lo necesita.
Servicio desinteresado y generoso
Y fue en ese servicio desinteresado y generoso donde te encontraste con el Señor de la Vida saliéndote al encuentro. Tras 20 años de misión, dejando atrás tu Italia natal para encarnarte en el pueblo haitiano, te asesinaron este 25 de junio de 2022 en Puerto Príncipe.
Desde aquí solo puedo dar gracias por tu vida entregada, como la de Jesús, por este pueblo al que serviste sin escatimar esfuerzos. Sigue cuidando a este país que tanto amas y que sufre cada día el terror, la violencia, la frustración y el hambre. Que Dios nos siga bendiciendo y acompañando para continuar con generosidad y esperanza por el camino que Él con amor nos traza.