Tribuna

Carta a ti, mujer afgana

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A ti. A ti que has perdido todo lo que se podía perder y no sabes si algún día lo recuperarás. A ti que no tienes rostro, ni ojos, ni cuerpo porque te ves obligada a esconderlos detrás de unas vestiduras que te hace parecer un fantasma. A ti para quien ser mujer es una carga en lugar de una bendición. A ti que no tienes nombre porque no eres libre. A ti que esperas que la vida que crece en tu vientre sea un hombre, porque pensar en ella como mujer te parece una maldición.



Quiero escribirte, aunque no puedas leerme, ya que no puedes leer nada porque te han quitado hasta la posibilidad de estudiar. A ti que ibas a la universidad por las mañanas aferrada a esa especie de normalidad como se aferra el náufrago al último salvavidas del barco. Y que ibas a clase porque te gustaba estudiar y te gustaba pensar que mientras fueras capaz de aprender, tu futuro no estaría del todo perdido y tú vida no estaría acabada. Te escribo porque eres la única que me gustaría que me leyera. Tú y tus compañeras y también tus compañeros, los que han decidido protestar contigo para que las puertas de la universidad se abran de nuevo a sus amigas, a sus hermanas y a sus novias.

Te escribo a ti que has sido traicionada muchas veces y por muchas personas diferentes por la misma razón: indiferencia, egoísmo y ceguera. Te enseñaron que una mujer vale menos que un hombre, que tiene que agachar la cabeza para obtener su consentimiento, que en la calle tiene que arrastrarse contra la pared, que es inútil llorar o gritar y que su voz es como un alfiler en el fondo del océano. Te enseñaron a vestirte, a comportarte, qué palabras decir, qué pensar y las ventajas y desventajas de una vida ya encaminada por caminos que tú no elegiste.

Te mintieron, y lo sabes, pero no has podido hacer otra cosa y te ha tocado seguir adelante. Todos los días te arrebataban una parte de ti hasta que llegó el peor de los días, el más difícil, cuando llegaste por la mañana a la puerta de la facultad y la encontraste cerrada. Cerrada solo para ti, para las que son como tú, con el vestido largo azul cielo y los ojos ocultos tras un velo.

Te escribo a ti, que un día te apuntaron con sus armas y te ordenaron que te fueras, porque aquel donde ibas a estudiar, donde te preparabas para imaginar un futuro diferente al de tu madre y tu abuela, ya no era tu sitio. Te escribo porque no debería haber un solo país en el mundo donde alguien crea saber cuál es el lugar de una mujer; y no debería haber nadie que pueda decirnos dónde estar y encerrarnos entre alambre de espino. Ningún país debería ser así, ni siquiera en el que yo vivo, donde las mujeres no usan el burka y tienen libre acceso a la universidad, pero son asesinadas por decir no a quienes les dicen que las aman.

Te escribo a ti, joven de tez de ámbar y de hermosos ojos, para disculparme en nombre de un Occidente que prometió salvarte y luego te dejó sola en las mismas manos que decíamos combatir. Y cuando ya no nos convenía hacerles la guerra, les dejamos recuperar el territorio, las leyes, la política, la religión y vuestras vidas. Te escribo porque naciste al abrigo de la bandera de la OTAN y te encontraste como mujer a la sombra oscura del régimen talibán. Te habían enseñado a sostener un lápiz que luego te quitaron, te habían enseñado a leer para después confiscarte los libros, te habían enseñado a pensar y luego creyeron que no les convenía, porque pensar no sirve para obedecer.

“No, porque eres mujer”

Te escribo, pero sé que mis palabras no te llegarán; entonces, ¿para qué escribirte? Para entender, para contar a quienes no lo sepan, para sembrar una semilla en la tierra negra y esperar a que brote algo, porque algo siempre brota. Y si esa semilla es la semilla de la revolución, entonces dará a luz una planta que es imposible de cortar, como está sucediendo en Irán. Para ser fuerte, no puedes estar sola. Y por eso te escribo, mujer afgana, porque estoy cerca de ti, solidaria y hermana. Porque también he oído, al menos una vez en mi vida, la expresión, “tú no, porque eres mujer”.

Te escribo porque tú sabes más que nadie lo que es sentir que te arrebatan el presente de las manos, sabes lo que es ser testigo impotente del futuro que se desvanece porque alguien ha decidido que “no, porque eres mujer”. Y precisamente, por eso te escribo: porque eres mujer. Hoy más que nunca la revolución es femenina, la transformación es femenina, la vida es femenina y la libertad es femenina. Todas estas palabras, cada una femenina y singular, como tú. Te escribo porque eres única, y también como muchas otras, eres símbolo de la injusticia, metonimia del mal que muchas veces ciega al mundo y metáfora de una vida medio vivida.

Que estas palabras vuelen hacia ti, que sean aire que levante tu velo, que sean agua que alivie tu sed de justicia, que sean la llave que te abra todas las puertas y que sean fuego que queme las leyes de aquellos hombres que saben lo que es la humanidad.

Las paredes hablan

Shamsia Hassani, de 35 años, es una artista afgana, grafitera y profesora de escultura en la Universidad de Kabul (hasta 2021). Nació en Teherán donde sus padres, originarios de Kandahar, emigraron durante los años de la guerra. Se la considera la pionera del arte callejero afgano. Sus murales son borrados constantemente por las autoridades, pero ella no se detiene porque  “el arte es más fuerte que la guerra”. Sus mujeres están representadas como graciosas siluetas, inmersas en sus pensamientos, con la mirada hacia abajo y sin labios. Grita desde el silencio. Publicó en las redes sociales su obra, “La colegiala”, de 2022, con este comentario: “El primer día del nuevo año escolar, cuando las niñas afganas volvieron a la escuela con mil esperanzas y aspiraciones, los talibanes las expulsaron de clase y las mandaron a casa”.


*Artículo original publicado en el número de marzo de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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