Tribuna

Carta desde el exilio de dos cubanos con fe

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Estimado hermano y amigo que me puedes leer hoy, siendo embajador de mis palabras. Ofrecer aquí este testimonio nos brinda un aliento de esperanza después de todo lo que hemos vivido. Ahora solo nos queda presentarnos e intentar contar una vez más nuestra agria experiencia.



A mi pareja y a mí, a pesar de ser procedentes de diferentes generaciones y localidades, en nuestra Cuba natal nos unió el ser educados en un sistema con características muy complicadas. Por ejemplo, la laica es la única forma del sistema educativo. El único adoctrinamiento posible y existente está relacionado con el Estado político socialista comunista, dirigido por el único partido político, el Partido Comunista de Cuba (PCC).

Férreo control

Aunque parezca mentira, aún hoy se rigen por la filosofía marxista leninista y de esta forma quiero hacerle entender que cualquier cosa fuera de estos conceptos es mirada con recelo y hasta desprecio por muchos funcionarios del Gobierno. Aunque los medios internacionales tienen poco acceso a la verdad que vive el pueblo de Cuba, gracias a la llegada de Internet hoy se conoce un poco más, pero aún se está bastante lejos de la realidad por temor a ser reprimido o castigado si se habla de más.

Tanto Sony, mi pareja, como yo, somos personas con una preparación educativa que nos capacita para tener un criterio y saber defenderlo. Por eso no podemos estar callados ante las injusticias que, por ser diferentes, por nuestra condición sexual, nos han expuesto durante toda la juventud y en la actualidad.

Se levantó un pueblo cansado

Fue en julio de 2021 cuando un pueblo cansado se lanzó a la calle a luchar para exigir sus derechos en todo el país. Yo me considero una persona que ama la paz, la igualdad, la equidad, el respeto. Ese día no podía estar fuera de tal movimiento y fue ahí donde comenzó lo peor que nos pudo haber pasado de todo lo que anteriormente ya habíamos vivido. Nada se compara con las innumerables e intimidantes visitas de los agentes de la seguridad del Estado a nuestra casa.

Cada una de ellas eran una violación de nuestra intimidad. Se burlaban de nuestra relación bajo mi propio techo, hacían preguntas íntimas que no teníamos obligación de responder y todo lo resolvían con las amenazas de ir a prisión. Es poco lo que puedo decir para expresar lo que vivimos y el terror de tener a gente con armas en la casa que hasta con la mirada intimidaban.

manos unidas

Pesadilla en la comisaría

Un día, aprovecharon la oportunidad en un descuido y robaron nuestros teléfonos… Evidentemente, ¿cómo ir a hacer una denuncia al mismo que te roba? Pero allá fuimos y, como era de esperar, no querían tomar la denuncia; incluso entre dientes se sonreían cuando nos miraban. Allí pasamos uno de los peores momentos porque, por exigir nuestros derechos, nos llevaron por casi 12 horas a celdas separadas. Me dieron patadas, me arrojaron agua y me decían incontables veces la vulgar y ofensiva palabra “maricón”. Pero no fue nada en comparación con lo que quisiera borrar de mi mente y no tener que contar nunca más: a Sony le abusaron sexualmente entre dos en una escena tan fuerte que no quiero ni decir, pero acabaron con él… Actualmente, a pesar de que ha tenido algunos tratamientos, sigue padeciendo y en ocasiones hasta sangra.

Luego, siguieron haciéndonos amenazas y atentando de diferentes formas contra nuestra salud mental porque lo que querían era que yo desbordara de ira y me enfrentara a ellos para tener el motivo y la justificación perfecta para llevarme preso. Hasta me acusaban de hechos que no había cometido para provocarme. Nosotros vivíamos lejos de nuestros padres y ya no podíamos ir a verles con la frecuencia que siempre acostumbramos. Incluso no podíamos ir a la iglesia… Antes, al menos íbamos una vez al mes. Tenía la suerte de que mi hija vivía al lado mío, pero a su vez eso no era tan bueno porque vivíamos con el susto de que fuera a presenciar un evento desagradable.

Salida a escondidas

Después de meses, logramos salir de Cuba casi a escondidas. Nadie lo supo hasta que salimos, ni nuestra familia. Tengo una hija a la que extraño mucho y nos hicieron separarnos de todos y obligarnos al exilio como única alternativa para poder vivir.

Desgraciadamente, salir de aquel infierno no fue el final de todo. Llegaba la segunda parte de un tormento que iba a agudizar todos los traumas que ya llevábamos. Por fin, llegamos el 16 de marzo de 2022 a Surinam. Solo fue una escala de pocos días porque nuestro destino era Guayana Francesa. Allí íbamos a solicitar asilo porque, al ser un territorio de ultramar de Francia, después de aprobados los permisos, viajaríamos allí donde se supone que es un país cuna de los derechos humanos.

Vida en la calle

Así hicimos y, como muchos emigrantes, nos lanzamos a una travesía con sus riesgos, pero nada era peor de lo que ya habíamos vivido. Por fin llegamos y comenzamos el proceso con todos los trámites, pero no fue como supuestamente decían en los documentos que habíamos estudiado. Nada de eso era así. Casi todo el proceso fue viviendo en la calle como mendigos junto a personas de diferentes nacionalidades que nos encontrábamos acampando frente a la Oficina de Inmigración e Integración de Francia (OFII).

Yo creía que el racismo de blancos a negros era malo, pero allí experimentamos el de los negros contra los blancos y fue muy malo también. Por ese motivo, éramos muchas veces los últimos en coger las ayudas que daban las organizaciones y hasta de algunas Iglesias que hacían distinciones por raza. Nunca pensé en conocer estas experiencias, pero, realmente, dormir en el portal de una farmacia, comer de la caridad de personas o de la comida caducada de los mercados nos hizo cambiar nuestra óptica de lo que era el mundo.

Allí estábamos dos profesionales y hasta un master graduado con título de oro que es Sony, mezclados con personas de todo tipo. Respiramos cada noche del suelo donde vivimos el consumo de drogas, la prostitución cruda en nuestras narices… Las balas de los asaltos pasaban por nuestro lado… Pero sobrevivimos así casi dos meses gracias a nuestra fe, gracias a Dios.

Una respuesta negativa

Después de una dura lucha y de súplicas, nos dieron un techo donde dormir y hacer nuestras vidas hasta que llegara la decisión del asilo. Por fin empezamos a recuperarnos un poco físicamente porque, espiritualmente, aún quedan secuelas de aquello.

Y llegó el día esperado después de más de cuatro meses para recoger el resultado del tribunal de asilo… Respuesta: denegados los dos. Otro duro golpe. “¿Hasta cuándo será esto?”, nos decíamos los dos. Una psoriasis comiéndome la piel, Sony con traumas de Cuba… Un día, en una consulta del psicólogo, la traductora que asistió fue la misma de la entrevista de asilo. Para empeorar las cosas, le dijo a Sony que el problema no era el caso que presentamos, sino que a ellos le dan una cantidad de casos para aprobar al mes y, si ya están llenos, no pueden hacer nada.

Llegada a Perú

Ya puede imaginarse nuestro dolor cuando, después de todo lo que habíamos pasado, ese motivo tan injusto fuera la causa de la negación. Después de eso estaba tan decepcionado de la Guayana Francesa y de Francia que no quería estar ni un minuto más allí. Nos dedicamos a trabajar en lo que apareciera, limpiando casas, como ayudantes de construcción… Hasta que conseguimos un dinero que nos alcanzó para atravesar Brasil y llegar a Perú, donde llevamos casi siete meses.

Aquí en Perú es diferente. No todo ha sido malo, pero tampoco es un país para vivir la vida que queremos. Producto de algunas acciones de otros emigrantes que han venido por la situación económica de su país, a todos los que llegan de lugares como el nuestro nos ven igual y nos dan el mismo trato. Por desgracia, la sociedad es muy influenciable y casi siempre por las cosas malas. La homofobia y la xenofobia son las armas con las que a diario nos enfrentamos al salir a la calle a trabajar o hacer nuestras diligencias cotidianas.

Homofobia y xenofobia

Por suerte, mi pareja ha encontrado un trabajo que le absorbe de los pensamientos negativos y se puede desarrollar como informático y jefe de proyecto en una empresa, pero es un caso entre un millón, porque es una empresa extranjera en la que el 90% de los empleados son de fuera. Yo no he tenido esa posibilidad porque, como entrenador de atletismo o profesor de educación física, no quieren extranjeros por la xenofobia congénita que tienen los peruanos. Ya he tenido cuatro empleos y de los cuatro me he ido porque no quieren pagar. Por necesidad, tienes que trabajar en condiciones sin contrato y con horas excesivas que no te pagan a veces ni el salario básico del país. Estos son de los motivos más recurrentes a los que nos enfrentamos el día a día aquí, pero sin la esperanza de tener derechos en algún momento porque tenemos muy claro que, incluso si enfermamos, no podemos ir ni a hospitales públicos.

No es justo ni humano lo que le he expresado aquí, pero no nos queda más remedio que seguir luchando y pidiéndole a Dios a diario que nos ayude a poder tener esa vida que salimos buscando un 16 de marzo y que nunca llegó. Hemos sido buenos hijos, padre, nietos, hermanos, buenos amigos. Estoy seguro de que no merecíamos haber pasado por todo este sufrimiento y lo único que añorábamos era poder tener una vida normal con la paz y la libertad que nos merecemos todos.

Yo me he encargado de buscar hasta la fatiga una vía de poder llegar a Europa, pero no he podido encontrar nada. Mientras, la fe me sostiene y vuelvo a buscar y a escribir.
No perdemos la esperanza de, algún día, poder retomar una vida parecida a la de antes de todo esto y poder entrar a algún sitio sin miedo de ser discriminados por ser una pareja de hombres que se aman con todo el respeto mutuo y a la sociedad.