Unamuno canonizó al protagonista de su última novela, convirtiendo al párroco de Valverde de Lucerna en San Manuel. En ‘La fe de Miguel de Unamuno’, libro publicado en Italia (Pazzini Editore) a partir de un Pliego de Vida Nueva, se canoniza en su obra a San Unamuno: el bilbaíno salmanticense y universal, mártir de la lucha quijotesca por la fe en incertidumbre, testigo de bondad, como Alonso Quijano, y soñador de la vida, como Pachico al final de ‘Paz en la guerra’ (1807).
En ambos casos de beatificación, la postulación de la causa corre a cargo del pueblo lector, desde abajo; no se puede dejar en manos de instancias canónicas, dogmáticas o ceremoniales, desde arriba.
Un pensador cristiano
(…) Dejo hablar a San Unamuno: “Tiene razón el autor al reivindicarme como pensador cristiano. Lo demuestra cuando, a lo largo de su obra, me descubre como quien grita y canta su ir y venir entre la fe y la duda. Porque mi pensamiento y fe fueron poéticos. No fui también poeta, sino primero poeta y, luego, todo lo demás… Tan cierto es que agonizó mi fe al querer racionalizar dogmas, como que resucitó la esperanza al meditar imaginativamente y contemplar cordialmente los misterios. Solo siendo pensador poético y poeta espiritual, se puede pasar del vanidad de vanidades y todo vanidad al plenitud de plenitudes y todo plenitud…”.
(…) A San Unamuno le imaginamos evocando sus diálogos de comienzo de siglo con jóvenes italianos renovadores. Eran días de polémica antimodernista. Llegaron a acusar de modernismo al entonces joven profesor de Historia Eclesiástica, Angelo Giuseppe Roncalli. Ahora, en la tertulia celeste, Juan XXIII comparte café con Unamuno y le cuenta batallitas: “En 1907, tras la encíclica ‘Pascendi’, se desató el odium theologicum en los ambientes inquisitoriales de la Curia romana. El cardenal Merry del Val organizó una red de informadores sobre seminarios o escritos sospechosos. Yo había dado una conferencia sobre la crítica histórica y el encuentro de fe y ciencia. Comparé el siglo XVI con el comienzo del XX para insistir en la reforma de los estudios católicos. Desde el Vaticano, me consideraron peligroso. Menos mal que me defendió mi obispo, Radini Tedeschi, pastor abierto…”.
Una postura atípica
San Unamuno interrumpe al Papa Juan: “Justamente. por aquellas fechas intercambiaba yo cartas y libros con Boine y otros jóvenes de la revisa Il Rinnovamento. No era como en el siglo XXI, con la rapidez del e-mail; pero, a lo largo de los meses, en aquella correspondencia, recién desempolvada por Sandro Borzoni, les reiteraba mí postura de fe atípica”.
Y añade, citando sus propias cartas: “La Iglesia católica es irreformable, pues se ha declarado infalible. No queda sino salvar el legado cristiano que ella guarda. La Iglesia católica ha descristianizado a los intelectuales al querer obligarles a admitir una filosofía del siglo XIII. Yo no soy protestante; soy cristiano, pero no católico, tal como aquí se entiende eso…”.
Despertar a los vivos
Con San Unamuno, el discurso no puede avanzar sistemáticamente; salta de un punto a otro, como cuando se adelantaba a su tiempo anticipando en época de coplas el ritmo acelerado de letrillas cien por cien rap postmodernas: “Una voz en mi entresueño / me llegó de tras la mar: / ¡No despiertes a los muertos, / fatídico despertar! / Déjales, pues que se fueron; / déjales en gloria y paz, / déjales –duermen su sueño– / sueño de oculta verdad. / A los vivos, se creen cuerdos, / les tienes que despertar! (Cancionero, 379, 6-X-1928)”.
Despertar a vivos que se creen cuerdos: tal era la misión de San Unamuno, predicador laico, en clases de griego, conferencias políticas y ensayos culturales. Pero, tras cada representación, aún sonando los aplausos, le viene al actor la duda radical sobre su papel y su ser; la Esfinge, sin respuestas, se torna espejo para devolver al pensador acongojado preguntas nacidas del hondón del alma: ¿quien soy yo? ¿Qué será de mí al morir? ¿De dónde vengo? ¿A donde voy? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué y para qué todo? ¿Dónde está Dios? Y un largo etcétera de ultimidades…
El yo luchador y el yo contemplativo
Por eso le satisface al pensador agónico que este libro describa la lucha interna del yo bifronte unamuniano. Como dice el maestro de las contradicciones, “atina al destacar la tensión entre mi yo luchador y mi yo contemplativo; entre el ‘yo se quien soy’ del Don Quijote seguro de sí y el ‘no sé lo que busco con mi esfuerzo’ del Caballero de la Triste Figura en su momento depresivo; entre el adiós a la infancia de los días universitarios de mis cuadernillos de ‘Filosofía lógica’ (1886) y el retorno a una nueva ingenuidad: sueño místico en los atardeceres del ‘Cancionero’ (1928-1936)”.
“Pero las contradicciones de vida y muerte –prosigue– no se resuelven con silogismos aristotélicos, ni con dialéctica hegeliana. Hay que soñarlas y hay que confrontarlas. Ya lo dije desde el comienzo en mi ensayo ‘En torno al casticismo’ (1895): suele buscarse la verdad completa en el justo medo, y así solo se llega a una sombra de verdad, fría y nebulosa. Es preferible la afirmación alternativa de los contrarios, hacer resaltar la fuerza de los extremos en el alma del lector para que el medio tome en ella vida, que es resultante de lucha”.
Sentirse utopía
Por eso San Unamuno felicita a quien hoy le redime: “Yo solía subrayar en cursiva alguna frase para despistar a los investigadores que escribieran sobre mí en el futuro; pero esta vez subrayo para constatar que aquí se describe bien mi fe cuando se enuncia: ‘¿Piensa Unamuno que, al morir acongojados, en un instante de horror absoluto, seremos abrazados por Dios y eso nos eternizará? ¡No! Unamuno sueña y siente esa utopía. Y se agarra a ella para vivir mientras se vive’”.
A lectores que sintonicen con este retrato, les invito a entonar como un mantra sus versos del éxodo por la puerta de la muerte hacia la Vida de la vida: “Morir soñando, sí, mas si se sueña / morir, la muerte es sueño; una ventana / hacia el vacío; no soñar; nirvana; / del tiempo al fin la eternidad se adueña. (Cancionero, 1755, 28-XII-36).
Morir es despertar
“En estos versos –prosigue– se condensa la visión de vida y muerte que medité y canté (a dúo con San Juan de la Cruz, y Milton en el coro) durante los años de gestación (1907-1921) de mi poema ‘El Cristo de Velázquez’. Para el pensamiento poético y la poesía espiritual, morir es despertar, transformarse, renacer y dejarse iluminar en el nirvana de ser-se en quien nos ilumina… Por cierto, me cuenta San Gabriel, patrono de hermeneutas, que un cura español de hoy, lector y traductor mío, utiliza mi poema, en vez del breviario, para rezar las Horas. Me parece bien, pero le recuerdo que entone en voz alta mis endecasílabos: ‘La humanidad en doloroso parto / de última muerte que salvó a la vida. / Te dio a luz como Luz de nuestra noche (El Cristo de Velázquez, 1,VI)’”.
La cita de su poema le ha debido recordar a San Unamuno recientes acontecimientos unamunianos que se dieron en Tokio y Salamanca: dos exposiciones internacionales sobre la pintura del artista japonés Toshima (1934-2017), ilustrada con frases del poeta pensador del sentimiento trágico, que sigue diciendo: “Desde mi atalaya en el más allá, tengo visión simultánea del mundo editorial español, italiano o japonés. Me complace comprobar que el filósofo nipón Shigyô Soshû, presentador de la traducción de mi poema, coincide con mi canonizador al reivindicarme como pensador poético de la fe y despertador de las conciencias, no solo en mi país y en mi época, sino más allá en otros tiempos y culturas. De acuerdo con él, me alegro de ver que hay lectores como los que yo siempre deseé, que no se hagan unamunófilos, sino pensadores por sí mismos y poetas de lo humano y de la fe, por encima de ortodoxias y heterodoxias”.
Carta desde el más allá
(Aquí se corta la señal acústica de transmisión con el más allá; no nos llegan más palabras de San Miguel de Unamuno, que descansa en la vida verdadera…).
Hasta aquí escribí como amanuense de Unamuno reproduciendo su carta desde el más allá. Ahora solo me queda agradecer esta oportunidad para habernos ayudado a conversar con Unamuno sobre la fe, para reivindicarle como pensador cristiano y para redescubrir la vigencia actual de su vivencia artística y espiritual.
Extracto del prólogo de ‘La fede di Miguel de Unamuno’ (Pazzini Editore)