Hace uno meses, charlando con unos amigos de la parroquia, surgió la idea de peregrinar juntos a Panamá y compartir esta experiencia que ha movido los corazones de cientos de jóvenes en los últimos años. Finalmente, Pablo y yo nos decidimos a tomar parte en esta maravillosa aventura. Salí de España cargado de la ilusión y las dudas propias de quien se embarca en algo nuevo. Tras varios aviones y largas horas haciendo tiempo en aeropuertos, llegamos a Panamá.
Allí nos recibieron los voluntarios de la parroquia Santa María la Antigua (de los Agustinos Recoletos), lugar que se ha convertido estos días en nuestra segunda casa. Nos presentaron a María Isabel, nuestra “madre” durante toda la semana. Su sonrisa permanecerá en mi recuerdo y mi oración. Sé que todos los peregrinos dirán lo mismo, pero ella no pudo hacerlo mejor. Desde el primer segundo hasta volver a entrar por la puerta de mi casa en España, ha estado pendiente de que no nos faltase absolutamente de nada. María Isabel no fue una excepción, sino uno de los máximos exponentes de un pueblo entregado en la acogida, el pueblo panameño. De mi interior solo brotan palabras de agradecimiento por tan generosa acogida, por tanto entusiasmo y alegría regalada, por el cariño y el esmero con que nos cuidaron.
Pasando los días, comienza ese deseo irrefrenable de que se detenga el tiempo, queríamos disfrutar de cada instante, de cada segundo, de cada gesto, de cada palabra y, en medio de todo este huracán, llegó Francisco. Hay frases del Papa que he traído grabadas en mi corazón: “Solo lo que se ama puede ser salvado”; “la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida, es la de permanecer en el suelo y no dejarse ayudar”; “la grandeza no está en tener lo último. Fuimos creados para algo más. Hágase en mi según tu palabra”; y “tomad parte de esta historia de amor en el mundo. Estamos para más”. Estas frases son un regalo para mí, regalo de cercanía, aliento y esperanza que me ayudan a recordar lo necesario que es abrir siempre el corazón y estar dispuestos a caminar, formar parte de un proceso continuo y renovador de mi fe que se transforme en don de servicio para los demás.
Gracias a todos los que formáis parte de mi proceso, que me enseñáis y ayudáis a caminar con Dios en mi vida, a los Agustinos Recoletos en los que me he formado y descubierto la fe, a todos los panameños que tanto cariño nos han mostrado y, por supuesto, al Papa, por sus mensajes. Y, como no, a ti Señor por darme esta gran oportunidad, la de vivir la fe y descubrir que me amas. “He aquí la sierva del señor, hágase en mi según tu palabra” Lc 1, 38.