Cada veinticuatro de octubre, muy cerca siempre de la Jornada Mundial de las Misiones, la Iglesia celebra la memoria de San Antonio María Claret: misionero, fundador y pastor. En medio del Mes Misionero Extraordinario convocado por el Papa Francisco, creo que vale la pena recordar esta significativa figura y su mensaje para hoy.
Su conciencia de creyente (bautizado) le impulsó a trabajar por la salvación de los hombres (enviado). A lo largo de su vida tuvo muchas responsabilidades, títulos y privilegios. Sin embargo, en los inicios como joven sacerdote se empeñó y se apasionó por conseguir para sí y para sus compañeros un solo título que, por entonces, se concedía por medio de Propaganda Fide: “Misionero Apostólico”. El papa Gregorio XVI se lo concedió en 1841. ¿Por qué ese marcado interés? En primer lugar, por una razón fundamental: llevar impreso en su acción evangelizadora el sello de la “eclesialidad”. Quizá subyacía en él aquello que decía san Cipriano: “No puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por madre”. Su pasión misionera y su acción evangelizadora no querían estar desvinculada de su madre, la Iglesia, por medio de la Sede Apostólica. Una vez alcanzado, a él no le interesaron los privilegios que comportaba dicho título. Por esa razón, no le dio no una forma jurídica, sino apostólica.
Urgencia misionera
Junto a la eclesialidad, en segundo lugar, podemos señalar la urgencia misionera y la creatividad evangelizadora. Celebrar al P. Claret en este mes es intensificar la conciencia misionera y consolidar el vínculo eclesial conscientes de trabajar incansablemente en una Iglesia en permanente estado de misión. Así nos lo ha recordado el papa Francisco: “Tú eres una misión”. Esa impronta evangelizadora y eclesial es la que marcó toda su vida como misionero en Cataluña y las Islas Canarias, como arzobispo de Cuba y como confesor real en la corte de la reina Isabel II. El fuego apostólico que llevaba dentro le hizo fundar editoriales, academias, cajas de ahorros, bibliotecas populares y escuelas profesionales en las cárceles y en las zonas rurales de la isla de Cuba, así como un sinfín de libritos y subsidios para todo tipo de creyentes.
En tercer lugar, el testimonio. Su celo pastoral le llevó a afrontar los graves problemas sociales, políticos, morales y religiosos de aquella tierra cubana que llevaba muchos años sin obispo. Fruto de ello, en febrero de 1856, fue víctima de un terrible atentado por arma blanca en la ciudad de Holguín, preludio de un buen número de atentados e intentos de envenenamiento en aquella corte madrileña.
En cuarto lugar, la misión compartida. En la tarea del anuncio del Evangelio tuvo clara conciencia de la necesidad de “hacer con otros” para llevar la Palabra de Dios a cada rincón y a cada corazón.
Comunión con Pedro
La última enseñanza, coincidente con el ocaso de su vida, es la profunda comunión con Pedro. El final de sus días vino marcado también por un acontecimiento de relevante eclesialidad: su asistencia al Primer Concilio Vaticano. Él mismo, durante la asamblea conciliar en el crucero de la basílica de San Pedro, pronunció una emocionante intervención en defensa de la infalibilidad pontificia que causó hondo impacto entre los Padres conciliares: “¡Ojalá pudiera yo en la confesión de esta verdad derramar toda mi sangre y sufrir la muerte! ¡Ojalá pudiese yo consumar el sacrificio que se empezó en el año de 1856 bajando del púlpito después de haber predicado de la fe! Traigo las cicatrices de nuestro Señor Jesucristo en mi cuerpo, como lo veis en la cara y en el brazo!” Tras su muerte en el monasterio cisterciense de Fonfroide (Francia), en medio de un contexto de exilio y persecución, se esculpieron en una sencilla lápida estas palabras de Gregorio VII: “Amé la justicia y odié la iniquidad; por eso, muero en el destierro”.
Celebrar al P. Claret en este Mes Misionero Extraordinario es ahondar en la eclesialidad, que hoy podemos llamar sinodalidad, como ese estilo eclesial marcado por el Papa; intensificar la conciencia misionera desplegando nuestra imaginación “en salida” para llegar a todos, cercanos y lejanos; llevar adelante nuestra vida como testimonio de entrega y de servicio; incrementar los lazos espirituales y carismáticos con quien también trabajan por la causa del Evangelio; y renovar la comunión con Pedro, conscientes de trabajar incansablemente en una Iglesia en permanente estado de misión. Buena aplicación para un mes que cuando llegue al final, ojalá haya dejado huella indeleble en el corazón de todos.