A fines de octubre, la entrevista realizada por L’Osservatore Romano al cardenal Jean-Claude Hollerich, −arzobispo de la Archidiócesis de Luxemburgo y relator del Sínodo de la Sinodalidad−, tuvo una serie de repercusiones que, a más de algún creyente, no lo dejó indiferente. Sobre todo, cuando desvela su preocupación por la falta de jóvenes en la Iglesia: “Veo una y otra vez que los jóvenes ni siquiera consideran el Evangelio cuando tienen la impresión de que somos discriminatorios, pues el valor más alto para ellos es la no discriminación. ¡Realmente la discriminación molesta! Hace unas semanas conocí a una chica de unos 20 años que me dijo: ‘Quiero dejar la iglesia porque no da la bienvenida a las parejas homosexuales. No soy lesbiana, pero mi amiga más cercana sí lo es. Yo sé cuánto ella sufre y no quiero estar entre los que la juzgan´. “Eso me hizo pensar mucho”, sentenció.
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Para el cardenal Hollerich es claro que la Iglesia debe dar señales de cambio, pues su visión de la realidad eclesial es categórica: “Los que no están en la Iglesia a veces entienden el Evangelio mejor que los que están en ella. El papa Francisco señaló esta forma de predicar el Evangelio, que parte de la realidad y nos ve a todos como criaturas e hijos del mismo Padre”. Para el purpurado, anunciar el Evangelio implica sin reparos proclamar la alegría de vivir en Dios y encontrar el sentido de la vida en Él. Es decir, esto no es un eslogan, porque, según Hollerich, la Iglesia necesita poder transmitir que “vivir en los pasos de Cristo significa vivir bien y disfrutar la vida… estamos llamados a compartir buenas noticias, no un conjunto de reglas o prohibiciones”.
También abordó el tema de las bendiciones a parejas homosexuales y señaló: “Francamente, no me parece crucial. Dada la etimología de la palabra ‘bien’, ¿crees que Dios podría alguna vez hablar ‘mal’ de dos personas que se aman? Yo estaría más interesado en discutir otros aspectos del problema. Por ejemplo: ¿A qué se debe el llamativo aumento de las orientaciones homosexuales en la sociedad? ¿O por qué la proporción de homosexuales en las instituciones eclesiásticas es mayor que en la sociedad civil?”. En dos décadas, la Iglesia “será mucho más pequeña. La mayoría de los europeos no conocerán a Dios y su Evangelio… En algunas partes del norte de Europa, será principalmente una Iglesia de inmigrantes; los lugareños ricos son los primeros en abandonar el barco, porque el evangelio entra en conflicto con sus intereses. Eso es lo que quiere el papa Francisco: una Iglesia pobre y viva”.
Nuevas respuestas
Sin duda, que Hollerich está muy al tanto de cómo piensa nuestra sociedad y en particular los jóvenes. De sus palabras se desprende el nivel de acogida y el sentir de una sociedad que busca respuestas en el Evangelio a las nuevas formas de vivir sobre todo con relación a la moral sexual. Recuerdo que fue, en noviembre de 2010, cuando el papa emérito, Benedicto XVI, recibía a los 300 representantes de la Federación Italiana de Semanarios Católicos. En esa oportunidad, resaltó que una tarea de los medios de inspiración católica es ayudar a la opinión pública para observar y leer la realidad desde un punto de vista evangélico, pues esta aproximación tiene que hacerse presente en la esfera pública. Además, afirmó que con la creación de canales de comunicación entre los diversos organismos de la prensa local se respondía a la exigencia de promover la colaboración para aumentar la eficacia y el carácter incisivo del anuncio del mensaje evangélico: “anunciar la Buena Nueva a través de la narración de los hechos concretos que viven las comunidades cristianas y de las situaciones reales en que se insertan”. Benedicto XVI fue enfático en señalar de que “uno de los retos culturales más importantes de la postmodernidad es el modo de entender la verdad. La cultura dominante, la más difundida en el areópago mediático, adopta frente a la verdad una actitud escéptica y relativista, considerándola una más entre las opiniones y pensando, en consecuencia, que hay muchas ‘verdades’ posibles y legítimas”.
Vivimos tiempos complejos donde la opinión pública no incide tanto por la validez de sus argumentos o su contenido de verdad, sino por lo que piensa la mayoría. Y en este sentido, el Papa emérito da la clave para ver las consecuencias que genera, en la sociedad, relativizar la verdad hasta multiplicarla sin determinar qué es lo real o ficticio, qué es lo verdadero o verosímil, o lo que es peor, mostrar lo “bueno” como malo y lo “malo” como bueno. Hemos llegado a niveles insólitos de lo absurdo e insensato. Porque pareciera ser que los que están equivocados son las víctimas y no los agresores, los que intentan ser honestos y no corruptos, es decir, el ladrón se justifica al robar y matar, porque tiene necesidad; y el que es robado, es culpable por intentar de defenderse. En efecto, los “culpables” son quienes no van por el camino de la opinión general o de la mayoría.
Desafortunadamente, este mismo criterio se está aplicando en la interpretación del Evangelio; y el cardenal Hollerich lo confirma, pues plantea como argumento teológico el de la “mayoría”. Es decir, para él, no es determinante lo que diga la Tradición o el magisterio de la Iglesia, porque el Evangelio ha de adecuarse a los nuevos tiempos y a lo que quiere la sociedad. Es como el “terraplanismo”, una corriente ideológica, sectaria cristiana y, que, en pleno siglo XXI, ha regresado con fuerza la vieja y absurda teoría acerca de que vivimos en una Tierra Plana. De la misma manera, le ocurre a la Iglesia que, después de la resurrección de Cristo y la institución de los Doce, las enseñanzas de Jesucristo no tienen validez y hay que reinterpretarlas, porque son anacrónicas y perdieron su legitimidad como fuentes de la Verdad, y que, hasta ahora, han sido siempre: “La Sagrada Escritura y la Tradición”. De este modo, la Iglesia deja de ser Una, Santa, Apostólica y Católica para pasar a ser una Iglesia “popular”, donde la fuente de la verdad es lo que opina el pueblo. Ahora, esa voz del pueblo se adjudica la “voz de Dios” y todo aquel que no esté de acuerdo con “la mayoría”, será expulsado o reclamará a la autoridad civil, porque rompen la paz y la armonía social.
La verdad es Cristo
¿Ante esta realidad, como lglesia, de qué forma haremos frente? Sin duda, que ser la oposición ruidosa no será cosa fácil, pues cada vez, seremos una minoría y lo que es peor, considerados “culpables”, porque no aceptamos ir por donde la “Iglesia popular” o “la voz del pueblo” quiere transitar su fe. Sabemos que siempre la Iglesia ha acogido al pecador, pero no al pecado, sino recordemos las palabras del Señor a la adultera: “Vete y no peques más…”, no dijo: “Vete y sigue pecando …”. Por eso, si el sustento de la Iglesia es ser la sal de la tierra o la levadura en la masa entonces para qué existe: ¿dar gloria a Dios o a los hombres? Es decir, si Jesucristo consideró que el adulterio es un pecado entonces ¿se equivocó?, ¿qué haremos con Él o con dos mil años de historia? Ante tales cuestionamientos, la Iglesia no deja de proclamar que el hombre no puede contentarse con verdades parciales, pues hay en él un deseo profundo por hallar la verdad y esa verdad es Cristo. Porque, solo en el encuentro con esa “verdad”, hallamos la paz y la felicidad verdadera.
Por eso, la misión de la Iglesia consiste en crear las condiciones para que se realice el encuentro del ser humano con Cristo hasta que el Maestro Divino “viva” en cada persona como lo pensaba el beato Santiago Alberione (1884-1971), fundador de la Sociedad de San Pablo. En una Iglesia que ha perdido la brújula de cómo “enseñar” el contenido del Evangelio y de cómo tocar el corazón de sus fieles, el pensamiento del Beato puede iluminar el “cómo” presentar al Maestro Divino.
Este Maestro que es “Camino, Verdad y Vida”, como se autodefine Jesús en el Evangelio: Camino, porque desde que vino no hay otra manera de caminar la vida sino la de su evangelio, Verdad, porque sólo él es el verdadero, todos los otros falsos dioses son ídolos, incluida la opinión pública. Vida, porque fuera de su verdad y camino terminamos en la muerte. También podemos traducir como, ejemplo, luz y gracia, pero no sin entender cómo incorporar esta triada al quehacer cotidiano y también en los medios de comunicación y prensa. En efecto, el Maestro Divino es camino, porque él da ejemplo, orienta y edifica. Ante la doctrina de Jesús, aquella sabiduría que no esté iluminada por Él es ignorancia y estupidez. Quizás, frente a una sociedad, que ha cambiado y mucho, como Iglesia hemos exacerbado el aspecto moralizante del Evangelio y no el de la misericordia. Por eso, ante cualquier visión ideologizada o de la mayoría acerca de la realidad, el Evangelio no puede ser instrumentalizado. En este sentido, el pensamiento del beato Alberione nos clarifica el cómo entender el Evangelio y su praxis: “el evangelio son enseñanzas vividas, es decir, son la vida de Dios y por eso su eficacia. Quien lee e interpreta el Evangelio, al modo de Jesús, camina como le agrada a Dios”. Sin duda, que quien camina de esta manera, legitima las enseñanzas de Jesús y permite que estas todavía ganen un espacio y un derecho de ciudadanía en el debate público.