Tribuna

Cómo ser mejor persona en este tiempo de coronavirus

Compartir

Lo primero que debemos tener claro en el momento de enfrentar una crisis personal, familiar, social o mundial, como es el caso de la pandemia del coronavirus, es que se ven afectadas todas nuestras dimensiones relacionales que nos constituyen como seres humanos. El cuerpo se tensa, se estresa frente al peligro y la cantidad de cortisol que producimos nos pone en alerta.



Obviamente, nuestro mundo emocional entra al ruedo y emergen como en arcoíris todos los sentimientos, heridas, traumas y automatismos que podamos tener en nuestra historia consciente e inconsciente. Nuestra mente tampoco para; al contrario, está hiperventilada y buscando recursos para asimilar esta “destrucción” y poderse reconstruir. Ideas y creencias personales, familiares, nacionales o religiosas salen con megáfono a tratar de ordenar el caos y nuestra cabeza puede parecer una Torre de Babel donde nadie se entiende ni quiere oír.

Un nudo de angustia

A nivel espiritual también hay movimientos muy fuertes y profundos; nos preguntamos por el sentido de nuestra vida, la posibilidad de la muerte, nuestra fragilidad como especies, la pérdida, la incertidumbre… Todo se enreda y, entre sensaciones, emociones, ideas y mociones, se nos arma un nudo de angustia que no nos deja ver el regalo que nos puede traer lo que estamos viviendo.

Con sencillez, trataremos de verbalizar todo esto y ordenarnos; volver a centrarnos y a unificar lo que se ha disociado con el movimiento telúrico que representa una crisis y sacar provecho de ella. La crisis nos pone la vida en frente: durante siglos, hemos vivido engañados frente a nuestra realidad como seres humanos. El consumismo, los seguros, el dinero, la tecnología, las redes sociales, el rendir y el positivismo nos han disfrazado y maquillado tanto nuestra fragilidad que nos lo llegamos a creer que era verdad. Que, teniendo un buen pasar y éxito social, estábamos libres de las tragedias que le ocurrían a los más pobres y desfavorecidos.

Muertes, carencias, migraciones, aislamientos, riesgo, descontrol, peligros, partir de cero, ignorancia, sufrimiento… Eran solo para los débiles o para los que no habían hecho “bien su trabajo” de competir en una sociedad frenética y deshumanizada. Hoy, la pandemia no hace distinción; nos llega a todos y no hay recurso humano ni dinero que pueda frenar el avance de un enemigo minúsculo y voraz.

 Scaled

Nuestra fragilidad extrema

Una crisis viene a ser un ladrillazo que nos despierta de golpe de este ensueño y nos hacer ver que no controlamos nada y que somos de una fragilidad extrema desde todo punto de vista. Sin embargo, pasado el impacto inicial, tenemos la posibilidad de seguir viviendo con paz y alegría, encontrándole sentido…, o sumarnos a la histeria generalizada y sembrando caos, egoísmo, desconfianza y más crisis a la ya existente.

Cara a cara con nuestras luces y sombras… Probablemente, en esta crisis han surgido dentro de tu ser acciones solidarias, la bondad, la solidaridad, la esperanza, la fortaleza, la resiliencia, la fe y muchas acciones, emociones y pensamientos buenos, nobles y llenos de luz. Pero, junto con ello, están nuestras sombras que nos hacen hacer, sentir y pensar sombríamente o con mala intención. El acaparamiento, la queja en redes sociales, la mala convivencia en casa, la mala “vibra”, el irradiar mensajes negativos, la intolerancia, la impaciencia, el echarle la culpa a alguien y convertirse en un “agujero negro” que consume la energía del entorno.

Estas luces y sombras son parte de todos los hilos que nos han ido construyendo como seres relacionales. Es una tensión constitutiva de nuestra realidad, lo que nos lleva a una lucha espiritual permanente entre lo que podríamos denominar “el bien y el mal”.

Generar más vida

Una verdadera lucha se da en nuestra conciencia en todo momento y se ve influida por una lucha mayor a nivel social, mundial y universal. Y ahí lo que debemos hacer es discernir para poder elegir siempre relaciones que generen más vida y no las que nos lleven al lado oscuro de nuestro ser y de la totalidad.

Para poder elegir bien, es necesario discernir y no actuar impulsivamente. Discernir… Lo primero es parar y darse unos momentos para sopesar. Nos podemos ayudar con una palabra o un gesto. Luego, al inspirar, literalmente, tratar de mirar desde afuera esas voces buenas y malas que nos hablan. Es necesario pensar bonito, y con esto me refiero a darle sentido a lo que se está viviendo y subirle el volumen a las voces internas que nos generan más creatividad, entusiasmo y bienestar personal y comunitario.

Hay que bajarle el volumen a las voces tóxicas que degeneran, debilitan, entrampan y dañan. Solo de este modo, podremos ver cuáles de todas las voces de nuestra cabeza están al servicio del bien común. Y, ojo, que es importante incluirnos en ese bien. No quedamos exentos. No podemos inmolarnos por no sentirnos merecedores de bien ni tampoco creernos tan fuertes que podemos prescindir de él.

Elección consciente

Solo después de discernir podemos responder adecuadamente a una elección consciente que nos permita amar más y servir mejor. Nos permite aportar vida y no destrucción; esperanza y no confusión; centrarnos y no disociarnos por dentro; nos permite elegir con libertad sobre las circunstancias y estar en paz pase lo que pase.

Aun cuando las circunstancias de una crisis sean en extremo dolorosas e inciertas, como decía Viktor Frankl, creador de la logoterapia, podemos elegir cómo vivirlas y darles un sentido. Al tener un sentido, podemos ser felices e irradiarlo a los demás, siendo un faro de luz para nuestra familia, comunidad, sociedad y humanidad. En sus investigaciones, realizadas por la experiencia como prisionero en un campo de concentración, él vio que las personas que más sobrevivían no eran necesariamente las más fuertes físicamente, sino aquellas que tenían un propósito de por qué seguir viviendo, y eso las hacía fuertes espiritual y emocionalmente.

Así, también, habrá que ser conscientes de que, en tiempos de crisis, la vida no solo se muestra cara a cara en su fragilidad, sino que nos descubre el verdadero rostro a todos. Frankl decía que, en tiempos “normales”, la inmensa mayoría de los seres humanos se comporta con relativa decencia. No obstante, cuando surge una crisis, los seres humanos se dividen solo en dos clases: los decentes y los indecentes. Los primeros son aquellos que, sin importar cómo ni en qué condición estén, siguen siendo dignos, actúan con libertad interior y reconocen la dignidad de los demás. Los segundos son los que se olvidan de sus lealtades, se venden a cualquier precio y son capaces de arrasar con la propia dignidad y la de los demás, sin escrúpulos ni vergüenzas.

Todos los días, oscilamos entre nuestro lado luminoso y el lado oscuro. El hecho de hacer más conscientes nuestras luces y sombras es importante, no por querer erradicar el lado oscuro, sino para atravesarlo e iluminarlo, de modo que, cada día, podamos integrarnos más y aprender a sacarle provecho a esta crisis.