Por ALBERTO RUBIO, catedrático y economista
Una visita. Encuentro de dos presidentes. Uno comienza, el otro se aleja. Diálogos, para restablecer y también institucionalizar vínculos más allá de las personas. Exposiciones públicas intensas. Algunas individuales, otras conjuntas.
Los invito a reconstruir ese presente cercano desde una lectura distinta. No desde las múltiples imágenes que nos proporcionaron, hasta con excesiva reiteración los medios, ahora potenciados por las actuales tecnologías de la información y la comunicación. Mensajes efímeros porque una sucesión de nuevas imágenes los sustituyen en minutos. La propuesta es otra, es recrear lo sucedido a partir del valor de las palabras, restablecidas desde la observación atenta y la memoria.
Estamos en un tiempo de exceso de noticias y escasez de análisis. A lo largo de casi dos intensos días en la vorágine que caracterizó la visita quedaron, desdibujadas y diluidas, ideas expresadas en los mensajes públicos. A eso voy: qué se dijo con independencia de quién lo dijo. Identificar “imágenes conceptuales”, mensajes valiosos para ser considerados y recordados más allá de las circunstancias en las que se produjeron.
El compromiso ético de la dirigencia gubernamental es uno de los temas. “He obrado con integridad y equidad. No tengo de qué arrepentirme”. ¿Cuántos líderes políticos de la región y el mundo podrían suscribir hoy estas palabras? El resquebrajamiento moral de la clase política no tiene fronteras. Valioso mensaje para consideración de la juventud congregada en la Usina del Arte. La responsabilidad moral de los dirigentes tiene una doble faz: hacia sí mismos en honrar la función que desempeñan y hacia la sociedad de la cual son guías, faros orientadores de la acción individual y ciudadana. Cuando esas referencias fallan, las virtudes sociales se diluyen. Cuando la dirigencia lucra con su posición pública o se deja tentar por intereses privados, la sociedad encuentra justificación para soslayar y evadir sus compromisos tributarios o justifica la práctica de pequeñas y medianas corruptelas procurando beneficios particulares.
Otro. Valor del diálogo y la interacción política en democracia. “Trabajar en colaboración entre partidos políticos. Escucharse, respetarse, debatir”. Una democracia que funciona regida por actitudes unilaterales de quienes acceden al poder y se justifican apoyados en la voluntad de la mayoría que los eligió no es democracia, es una variante del autoritarismo con riesgos de mutar en totalitarismo democrático. Hay reconocidos casos de estas situaciones. Las democracias maduras operan en función al intercambio de criterios y la elaboración de consensos. Eso supone diálogo, voluntad de entender y coincidir. Con la intolerancia no se construye ciudadanía verdadera.
Tercera referencia: “recuperar credibilidad a partir del valor de la palabra”. La palabra dada es compromiso, es seguro de confianza, es clave en la arquitectura de las relaciones humanas. Era la virtud que para el orden político romano prodigaba Fides, la diosa de la Fe. Si en el espacio local la palabra ha perdido valor, en el orden de nuestras relaciones internacionales el terreno a recuperar es inmenso. Llevará tiempo. Encapsulados en nuestras miserias internas hemos perdido capacidad de leer, entender y actuar en un mundo cada vez más vinculado e interdependiente, del que sólo se autoexcluyen los fundamentalismos.
Ética gubernamental, democracia deliberativa, compromiso con la expresado, tres conceptos que a mi criterio merecían ser rescatados de todas mis notas. Por dos motivos. Porque en estos tiempos, por momentos tan angustiantes, tienen valor en sí mismo y abren una ventana a la esperanza. También porque, recordando esa sentencia árabe “el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”, es bueno no olvidar cuándo y quiénes las dijeron.