ALBERTO RUBIO. Economista
La amplitud de opciones disponibles en el mercado universal de los medios de comunicación de este tiempo nos impone ser idóneos en la particular habilidad de operar filtros de calidad. Dijo Umberto Eco en una entrevista de La Stampa: “las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”. Si es necesario cuidar la salud física en la prolija ingesta de alimentos, qué no decir de la salud intelectual y moral en el alucinante mercado de las opiniones y en los más empobrecidos anaqueles de las ideas.
¿Por qué el espacio pastoral y hasta el teológico debería estar exento de estas particularidades? Creo que no lo está. Uno debe mantenerse atento a la prosa vacía, al entretejido de conceptos diversos con apariencia de propuestas consistentes y a un lineamiento coherente. Al oportunismo. Al supuesto compromiso que genera rédito mediático y poco efecto concreto sobre las circunstancias denunciadas.
Creo que el problema de la opción por los pobres es un ejemplo adecuado. Lo tomo porque en los convulsivos cambios de época como los que vivimos, los falsos profetas proliferan y el tema de la pobreza se presta a tomarla por las manifestaciones en la superficie, cuando la cuestión es profundamente estructural, compleja y para abordarla es necesario operar cambios de conciencia y de actitudes. Recién entonces puede esperarse que aparezcan políticas adecuadas al problema. Sin esos fundamentos las políticas serán cartuchos vacíos siempre. Años atrás, unos cuántos, un eminente cancerólogo argentino a quien entrevistaba me dijo: “tenga en cuanta que ante estos desafíos que enfrentamos hay quienes viven para el problema y quienes viven gracias al problema”.
Un 10 por ciento de la población del mundo, poco más de 700 millones, está en condiciones de pobreza. Entiendo que este es el dolor del papa Francisco. Ni la de Roma, ni la de Italia, ni la de Europa. En esto habrá de pensar, reflexionar y de esto habla cuando habla. ¿Cree usted que hay una política global de aplicación viable para esto? ¿Le parece simple abordarlo? ¿Por qué lo hace entonces? Porque en realidad la pobreza tiene múltiples caras y las formas de atenderla están más cerca de cada uno de nosotros que de las instituciones sociales formales, salvo que usted tenga la responsabilidad de gerenciar una. El mensaje de Su Santidad es directo y personal. Nos interroga y nos convoca.
El pobre es un necesitado. De educación, de trabajo, de atención sanitaria, de habitación y condiciones de vida, de orientación y consejo, de comprensión. Quizás de todo eso junto. No debe usted ir a una zona marginal para contenerlo, salvo que de ese modo experimente una suerte de mención social gratificante. Lo tiene a su lado en el trabajo, en la escuela, en la universidad. Es la persona que trabaja en su casa y espera que se la trate con dignidad. Es su empleado que no quiere ser un objeto sino que se lo mire como un socio menor y quizás lo entienda si usted lo trata como tal. Es el alumno que espera su comprensión ante un fallido y no la soberbia académica de quien le habla desde el orgullo y el desprecio.
La “opción por los pobres” no es un mandato para despreciar al resto de la sociedad que no lo es. Es para usted. Es la libertad de elección de la que dispone para mirar a su alrededor y detectar quién lo necesita.
Un pobre es un necesitado no sólo en lo material. Ese es el mensaje que busca interrogarnos en soledad. No tengo que salir a la calle a recolectar menesterosos. Siempre habrá un carenciado de algo en torno mío. ¿Suelo tenerlo en cuenta? ¿Logro descubrirlo?
La epopeya más relevante, pero menos evidente, es la cotidiana. La suma de los logros individuales es la mejor contribución a la vida en común. El ejemplo de nuestra actitud ante la vida, contamina. Buenos ciudadanos hacen grandes países. Si el destino nos pone frente a responsabilidades mayores lo que cambia es que estamos más expuestos. La justicia divina se caracteriza porque la vara de medida se acorta según nuestras responsabilidades colectivas se agrandan.
Seamos exigentes. Sepamos discernir “las voces de los ecos”, como decía Machado, porque en un mundo lleno de cavernas cada día hay más ecos y menos voces.