La etimología de la palabra sínodo = camino juntos, me sigue resonando en la cabeza y sobre todo en el corazón. Es objeto de lecturas, de diálogos, de intercambios, pero sobre todo de tiempos ante el Señor preguntándole cómo desea Él que vivamos este proceso que estamos lanzando.
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Y me vuelven de modo insistente algunas breves palabras: acogida inclusiva y misericordiosa.
1. Acogida ¿a quiénes?
A todos y todas, de manera particular a quienes hemos dejado o se han situado en los márgenes porque no han encontrado lugar en el centro… tenemos muchos hermanos y hermanas en la periferia.
Voy citando como me aparecen en el corazón con dolor, pero también con esperanza luminosa de que podamos enmendar los caminos; no puede faltar una actitud de conversión, de cambio profundo en nuestras actitudes.
- Personas divorciadas, con segundo matrimonio o no; marginamos mucho y dentro de los ambientes, grupos y comunidades que nos decimos cristianos…
- Me duele profundamente que no tengamos una única mesa para el banquete eucarístico, mejor dicho, que no todos podamos sentarnos a compartir; y sobre todo cuando las personas sufren y necesitan más fuerza espiritual entonces quedan fuera de la mesa donde se comparte el pan y el vino, la palabra, la paz…
- Sacerdotes secularizados, casados o no; son personas preparadas, formados en nuestra Iglesia, pero porque han cambiado de opción ya no pueden seguir formando parte de nuestras comunidades y nos privamos de tanta riqueza como pueden ofrecer.
- Intelectuales que han pasado al agnosticismo, al ateísmo porque no hemos sabido compaginar ciencia y fe, o porque no hemos dejado avanzar la ciencia y hemos frenado procesos de estudio e investigación… también podemos decir lo mismo de muchos teólogos.
- Personas de distinta orientación sexual que quieren vivir su fe, que buscan a Dios, y les marginamos en nombre de ese Dios. ¿En qué Dios creemos?
- Los jóvenes que nos molestan, hacen ruido, no sabemos ni queremos escucharles… nos descolocan con sus códigos distintos y no siempre nos esforzamos en entender su propio lenguaje, olvidando que también los adultos hemos pasado por ese estadio.
- Los laicos/as y sobre todo mujeres, que debemos ser tratadas como adultas en la fe, bautizadas y, por tanto, en relaciones de igualdad, sin luchas de poder, sentándonos juntos a reflexionar y discernir las respuestas que hoy pide nuestro mundo.
- Los ancianos, a quienes en muchas comunidades se atormenta y abandona en sus soledades, no valorando su vida de servicio ni haciendo uso de su experiencia ni siquiera una memoria agradecida de esas vidas que encierran tanta entrega.
- Religiosas abusadas por sacerdotes y/o religiosos, desde la dirección espiritual, manipulando conciencias y, en ocasiones, también sexualmente.
2. Inclusiva
Da la impresión de que miramos poco al evangelio y mucho a las leyes, olvidando que la ley es para la persona y no a la inversa. Nos marcan la vida el Catecismo de la Iglesia católica, el Código de Derecho Canónico, etc. Pero, ¿y el programa de vida que nos presenta Jesús, es decir, su Buena Nueva?
Si recorremos todos los encuentros de Jesús con las diversas personas a lo largo del evangelio, hay dos elementos que se repiten invariablemente: la persona llega destruida, todas, aquejadas de diversos males y todas, no hay ninguna excepción, vuelven recuperadas. Parece que en la Iglesia la persona acude necesitada y se vuelve peor porque no se siente incluida por sus males, por sus pecados…
¿No será que tenemos que optar de manera clara y definida por el evangelio, donde Jesús se juega claramente y apuesta de manera definitiva siempre por la persona transgrediendo la ley si es necesario?
3. Misericordiosa
La esencia de Jesús y su evangelio: que haya paz, justicia, amor… sí, pero si falta la misericordia, la compasión, el perdón, de nada sirven otras justificaciones. Dios es misericordia. Incluso en el campo social, nos recuerda W. Kaspers en su libro La Misericordia, clave del evangelio y de la vida cristiana (Sal Terrae 2012, p. 122). Es este el nombre que supera a la justicia.
¿Por qué no dejamos que se afecten nuestras entrañas para ser compasivos? Para sufrir y gozar con la persona en su situación; para empatizar con ella y poder dar una palabra de ánimo y consuelo.
¿Por qué somos rígidos en la aplicación de la ley, escondiendo quizá cosas propias que no están bien? ¿Es que acaso olvidamos el máximo mandamiento del amor y entonces la ley nos hace rígidos, tal vez por mera defensa, por miedo a nosotros mismos, nuestras propias debilidades no asumidas, nos torna rígidos, sin recordar aquel principio de la física: un material cuánto más rígido, más quebradizo? ¿Por qué con la ley en la mano condenamos a la persona sin ofrecer nuevas oportunidades?
En conjunto, me parece que este Sínodo podría ser la ocasión propicia para hacer un proceso más cristológico y menos eclesiológico, es decir, sí, a la comunidad eclesial, sin duda, pues somos Iglesia, pero, si esta no se fundamenta en Jesús, nos faltará la savia de la raíz y no llegaremos a donde deseamos.
También es ocasión de discernir para elegir bien, lo esencial de lo relativo; porque a veces gastamos energías, tiempo, fuerzas… en cosas superfluas, que no pasan de ser secundarias y mientras tanto las centrales quedan al margen. Ocultas u ocultadas.
Y para discernir necesitamos una metodología más inclusiva y sencilla. El mundo de hoy –y la Iglesia– reclama participación activa e inmediata. Las redes sociales, la rapidez de las comunicaciones y el denominado “continente virtual” donde todos interactúan, nos muestra paradigmas que también nos ayudan a volver la mirada a los primeros tiempos del cristianismo: Iglesia-comunidad.
Hoy debemos estar abiertos a la Ruah que sopla donde quiere y cuando quiere. Es la hora del desafío. El Concilio Vaticano II ya nos lo pedía. El mundo del tercer milenio, nos lo impone. La sinodalidad es el modo cómo hoy nos interpela el Señor para continuar siendo su comunidad, amada, perdonada, invitada y enviada a dar mensajes de esperanza y confianza.