Jesús Pérez Rodríguez. Arzobispo emérito de Sucre (Bolivia)
Cuando alguien está muy feliz solemos decir que anda “como niño con zapatos nuevos”. En realidad no son solos los niños los que disfrutan con lo nuevo, ni son solo los zapatos los que tienen el poder de ponernos contentos con su novedad. Todo estreno es hermoso. Cuando llega algo nuevo a casa, aunque sea solo un sacacorchos, todos quieren ver cómo funciona, para gozar de aquella novedad. Y la alegría del Adviento es como la alegría del estreno, de lo nuevo. Esta consigna debe acompañarnos siempre, pero especialmente en este tiempo de Adviento que se nos invita a vivir y estar más cerca del Señor. La proximidad de Dios no debe ser motivo de tristeza sino de alegría. La alegría que se nos propone es también la de un estreno. Estamos invitados a estrenar un corazón nuevo, una vida nueva, en esta Navidad.
Juan el Bautista envía mensajeros a Jesús para preguntarle si es o no el Mesías que espera el pueblo. El eco de la pregunta de Juan a Jesús no se ha apagado nunca a través de dos milenios, todavía sigue resonando en la búsqueda de mesías y de redentores. Frente a la supuesta liberación de la persona por la persona, por la sociedad del bienestar, por el consumismo y el desarrollo, la fe del cristiano confiesa a Jesús, el Hijo de Dios, como el único hombre salvador del hombre y de la historia humana, que se convierte así en historia de la salvación que Dios ofrece al mundo. Debido a la dimensión social que conlleva la fe, el auténtico creyente no puede desentenderse de los problemas del mundo, ni se muestra conformista con la injusticia social, ni se resigna al fatalismo tranquilizante, sino que capta y aporta los signos de la liberación que han de acompañar a la venida del reino de Dios entre nosotros.
“La proximidad de Dios no debe ser motivo de tristeza sino de alegría.
La alegría que se nos propone es la de un estreno”
En la respuesta de Jesús a los mensajeros de Juan, el anuncio de la Buena Noticia va unido a los signos de las curaciones milagrosas o signos, como Juan llama a los milagros de Jesús. Es esta unión de palabra y signos (milagros) con que Jesús deja constancia de la indisoluble unidad que existe entre evangelización y liberación. Donde se dan estos signos, está el reino de Dios y su justicia, es decir, su gracia que salva a la persona integralmente del pecado y de la degradación humana. Los mismos “signos del Mesías”, o sea, las mismas acciones de Jesús, que lo caracterizan a él, son las que tendrían que caracterizar a sus seguidores, a la Iglesia que la forman todos los bautizados.
A Cristo no lo vemos físicamente, ni lo oímos en nuestras calles. Él ya no cura directamente a los enfermos, ni anima a los cobardes, ni consuela a los tristes… Los cristianos todos no hacemos milagros como él, pero sí podemos ir transformando este mundo con nuestras acciones más solidarias y humanas, con el compromiso de ser instrumentos en las manos de Dios. Jesús sigue curando, liberándonos de tantos males a través de nuestro trabajo hecho en comunión con él. El cambio de mentalidad y de conducta que nos está pidiendo el Adviento es el de la conversión a Dios, a los hermanos y a la construcción de un mundo mejor.