Por Pablo Jaime Galimberti Di Vietri, Obispo de Salto (Uruguay)
Con el apoyo de vecinos, familiares, intendencia, bomberos, policía y ejército, y en espacios ofrecidos por instituciones deportivas e iglesias, muchos salteños estrenaron el nuevo año corridos por la crecida del río.
El miércoles 6 de enero por la tarde nos distribuimos para visitar familias en la zona del cerro. Acompañé a dos señoras y a un joven. En la valija del auto llevábamos bolsas con ropa clasificada, además de varios litros de cocoa y galletas de campaña.
Preguntábamos si habían podido salvar del agua lo más importante. ¿Acaso no veían subir el agua? Claro que sí. Pero en la vida todo tiene un límite, un “hasta aquí” que sólo Dios sabe. Y cuando lo que se tiene es poco, se lo cuida más. Una señora nos decía que la crecida llegó tan fuerte que le volteó las paredes del ranchito. ¡Que no eran de ladrillo!
Los memoriosos conservan algún registro en su cabeza, en alguna pared o en un árbol que sirven de mojón para registrar las grandes crecidas.
La conversación sigue mientras los gurises juegan y los adolescentes juntan tablas para improvisar una chalana.
“Es admirable ver cómo los pobres se las ingenian.
Pero a la vez cuánto se puede ayudar,
porque están ávidos de un consejo oportuno”.
En una parada, la charla improvisada transcurrió junto al cordón, donde la mujer mayor, madre y abuela, nos iba señalando a sus hijos y nietos. La conversación se orientó a conectar a esta gente con organismos del Estado de manera de poder darle continuidad a las ayudas puntuales. La abuela nos aseguró que tenían documento de identidad y que con calma intentaría revolver y buscar esos “papeles”.
Las dos mujeres de mi grupo me sorprendieron porque conjugaban cariño, memoria y practicidad. Con experiencia de varios hijos las dos hablaban con Daniela, una chica de 14 años embarazada de seis meses, a medida que le entregaban un “apronte” para salir hacia el hospital apenas sienta los primeros síntomas. Cada prenda con un consejo y una mirada de calor y aliento.
En varias paradas una de las mujeres, odontóloga, mientras regalaba a los niños un cepillo de dientes y pasta dental, les hacía abrir la boca y les daba instrucciones prácticas sobre cómo hacer un buen cepillado desde las encías. Mientras nos alejábamos vi a una niña que se disponía a poner en práctica los buenos consejos.
En determinado momento se sumó a nuestro grupo un médico de la comunidad a quien el padre José había consultado por una familia con hijos con particulares dificultades para hablar. Nos ayudó preguntando si tenían alguna documentación para consultar en el hospital y nos comentó que podría haber un problema de sordera que como consecuencia origina dificultades para hablar.
La valija que llevábamos en el auto se iba vaciando a medida que terminaba nuestro recorrido, pero aún quedaba algo de abrigo, medias y calzado. Las mujeres cruzaban informaciones de días anteriores y registraban nuevas necesidades mientras Valentín y yo vaciábamos botellas de leche chocolatada en los recipientes que nos iban trayendo. A uno le dijimos que la olla tenía un poco de aceite; y nos respondió “Es que estaba cocinando un huevo frito”. Optamos por dejarle la botella. Es admirable ver cómo los pobres se las ingenian. Pero a la vez cuánto se puede ayudar, porque están ávidos de un consejo oportuno.
En la esquina hay un baño químico y Obras Sanitarias del Estado les ha colocado agua. Al llegar a la intersección de las dos calles había una carpa e hicimos un alto. Allí, el diálogo con la gente fue con el fondo del río a unos 50 metros. Con una mirada en el agua que los empujó y el lamento por las cosas que perdieron.
Sentada en el cordón, una madre nos contaba las vueltas que habían dado hasta instalarse en esos metros de vereda con un nailon negro que protegía de la intemperie. Difícil imaginar cómo podían entrar tantos gurises, hijos y nietos. Le preguntamos a la abuela si estaban registrados para poder recibir un kit de limpieza (básicamente hipoclorito y algún instrumento para manipularlo) y nos respondió que no. Nos dijo que tenía cédula y algún otro papel o registro pero que los iba a buscar porque en el montón de cosas que había bajo la carpa ni idea tenía dónde podían estar. Me sumé para ayudarlos.
Desde su precariedad, los pobres también enseñan.