Tribuna

Conchita, madre de todos los sacerdotes

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El 4 de mayo de 2019, Concepción Cabrera de Armida fue beatificada por el papa Francisco. Hasta hace un mes no tenía ni idea de quién era y ahora me parece que sin ella poco se entiende de la Iglesia actual. Creo que esta fecunda mujer ha trazado caminos para afrontar nuestro tiempo y que ahora dentro la Iglesia muchas otras mujeres (pero no solo mujeres) pueden seguirlos.



Si la menciono a los amigos consagrados se llenan de entusiasmo y si busco online sobre ella, descubro que a su alrededor florecen grupos de reflexión y oración, grandes y pequeños, en México y Estados Unidos. Conchita, como la llaman quienes la sienten cercana, nació en 1862 en México y fue madre de nueve hijos, algunos fallecidos a temprana edad. A los 38 años quedó viuda. Vivió su matrimonio con una espiritualidad muy profunda que dejó patente en miles de páginas de manuscritos.

Tras la muerte de su esposo, su dimensión espiritual floreció plenamente en el mundo. Conchita era muchas cosas: laica, mística, escritora, fundadora de congregaciones y en varios sentidos madre. Es responsable de la fundación de cinco institutos religiosos, entre ellos las Hermanas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús y las Misioneras Hijas de la Purísima Virgen María. En el centro de su vocación está la idea de preparar corazones para la vida eterna y de estar cerca de los sacerdotes para ofrecer santos a Dios.

Siento una gran fascinación por las madres santas, mujeres capaces de mantener una rutina diaria de cuidados y cariño en la que incluyen la ascesis. Conchita hace más, reivindica la maternidad, revela su necesidad espiritual e indica la posibilidad de que allí resida una de las respuestas a las preguntas de la condición actual de la humanidad.

Primera beata mexicana

Es la primera beata laica de México. Nació a finales del siglo XIX, una época en la que ya echaron raíces las semillas del presente y brotaron las primeras hojitas.

En esos años el rol de la mujer cambió, las jóvenes caminaron hacia un nuevo protagonismo, muchas se sintieron llamadas a asumir la autoridad pública y así lo intentaron convirtiéndose en madres educadoras y maestras. Algo parecido se puede decir de Conchita, aunque su forma de entrar en el mundo no fue como la de la actriz que solo pisa el escenario, sino como un viento fresco que revoluciona la escena. Todavía sigo escuchando de algunos que la fe es un consuelo fácil frente a las cuestiones radicales de la vida humana. A mí me parece todo lo contrario.

Creo que el pensamiento religioso y, en concreto, el pensamiento místico, –y Conchita es también una mística–, se acerca como ningún otro a los lugares oscuros de la condición humana, asediada por la soledad, el desconsuelo y el miedo. Conchita murió el 3 de marzo de 1937. Su vida fue larga, a caballo entre dos siglos, cuajada de vivencias y de obras, todas emprendidas desde su condición de madre. En el corazón de la obra de Conchita está la intuición de la maternidad espiritual hacia todos, pero, sobre todo, hacia los sacerdotes por su posición de extrema responsabilidad y porque corren el riesgo de sentir demasiado la soledad.

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La Congregación para el Clero (que promovió la Adoración Eucarística para la santificación de los sacerdotes y la maternidad espiritual reconociendo que los sacerdotes están expuestos a peligros internos) recomienda que se potencie la maternidad espiritual, -que siempre ha existido y siempre ha animado la vida de la Iglesia-, como un camino accesible para todas las mujeres: “Para ser madre espiritual de sacerdotes no es necesario ser una madre natural (…) Independientemente de la edad y condición, todas las mujeres, sean madres de familia, viudas, religiosas o consagradas y, sobre todo, las que ofrecen sus sufrimientos, pueden convertirse en madres espirituales de sacerdotes”.

En el documento, junto a Santa Mónica, Santa Teresa de Lisieux, encontramos el ejemplo de Conchita: “Jesús explicó una vez a Conchita que hay almas sacerdotales que tienen vocación sin tener la dignidad y la ordenación sacerdotal. Se mueven en unión conmigo”. Son almas que se dedican a un sacerdocio silencioso y generalizado. Un sacerdocio que se hace visible a través de figuras como la de Conchita.

Para tratar de comprender el impacto y el significado de su inspiración, le pedí a Kristina Piñero, consagrada del Regnum Christi, que me hablara de Conchita. Kristina vive en San Antonio, Texas, donde trabaja en la parroquia de la Santísima Trinidad como directora de formación. Escribió una tesis titulada La dimensión mariana de la gracia de la encarnación mística en Concepción Cabrera de Armida para la Faculty of Oblate, School of Theology.

Encarnación mística

“Desde niña, Conchita se había distinguido por su amor a Jesús. Después se enamoró y se casó con Francisco de Armida tras nueve años de compromiso. Quedó viuda a los 38 años con 8 hijos. El matrimonio y la maternidad fueron una forma de descubrir su maternidad espiritual. Escribía de noche o cuando su marido estaba en el trabajo. Ayudaba a los pobres, a los enfermos, a los que le pedían consejo espiritual y si había un bebé desnutrido lo amamantaba”, cuenta Kristina.

En su voz distingo gran emoción cuando me explica que “Conchita se identifica con la Virgen María porque su ejemplo le ayuda a ejercer su propia maternidad. Hay armonía entre la maternidad concreta y la espiritual”. Armonía es una palabra que le importa a Kristina. “La capacidad maternal es la habilidad de crear corazones que amen al Señor. Conchita ha disfrutado de la maternidad. Después de la muerte de su esposo, recibió una gracia especial, la gracia de la encarnación mística, un rayo de amor maternal que la llevó a experimentar el afecto maternal por Jesús. Desde este momento, su vida será un desarrollo de la encarnación mística. Conchita entendió que podía ofrecerse con Jesús por la salvación de todos, empezando por la de su marido y sus hijos”, resume Kristina.

En sus Meditaciones Eucarísticas recogidas en Italia en el pequeño volumen Frente al Altar (Ancilla 2010), Conchita escribe a Jesús: “¡Te pido consuelo para consolarte, alivio para aliviar, amor, un amor intenso de sacrificio para amarte! (…) ¡Amor y consuelo! He aquí, mi buen Jesús, lo que encontraste en el Corazón de María. Concédenos la gracia de que en cada uno de nuestros corazones que laten al unísono con el tuyo en la Casa de la Cruz, puedas encontrar todavía amor y consuelo Que así sea”.

Es apóstol

Consolar a Jesús me parece una posibilidad vertiginosa. Pregunto a Kristina cómo se puede resumir el mensaje de Conchita en pocas palabras. Su voz desde Texas convierte en doméstico lo que nunca deja de ser abismal: “Conchita nos muestra servicio, ternura, acogida, dedicación, dulzura, firmeza, entrega y fecundidad espiritual. En su condición de laica, Conchita es apóstol, llama a los laicos a la santidad en la realidad ordinaria de la vida. Nos muestra la riqueza espiritual que existe en el matrimonio y en la familia”.

Finalmente, Conchita, como hacen los místicos, contempla el dolor, lo llena de sentido y así, sin negarlo, lo transforma. “Una cosa que encuentro importante es que Conchita estaba llena de vida y experimentó el sufrimiento. Eso le ayudó a desarrollar la compasión. Consideró el sufrimiento como una oportunidad de conocimiento, como un lugar de encuentro. En el sufrimiento encontró luz en María, María después de la muerte de Jesús, entristecida por la ausencia terrena de su hijo. En la soledad de María, el dolor se convierte en puro dolor. Conchita contempla a María y aprende de ella. La Eucaristía da sentido al sufrimiento. Al contemplar el tiempo de la soledad de María, soledad que para Conchita resuena en su propio dolor por la separación de sus hijos, Conchita acepta la ausencia de Dios con el misterio del sufrimiento. Y a través de María el sufrimiento se llena de esperanza”, explica Kristina.

Lo que indican las palabras de Kristina sobre Conchita me parece un gran cambio de perspectiva más allá de la oración de los hijos a María consoladora, la identificación en ella, en su subjetividad, en su atención, en su sufrimiento, en su capacidad para cuidar de su Hijo, del mundo y de quienes lo habitan; un camino que llama a la humanidad a una nueva madurez.

*Artículo original publicado en el número de noviembre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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