Por estas fechas, estamos viviendo los diez años del pontificado de Francisco y de su documento programático: ‘Evangelii gaudium’. Aún recuerdo con cuanto interés y esperanza gozosa nos abalanzamos a leer este primer documento del Papa argentino.
- OFERTA: Esta Navidad, regala Vida Nueva: la suscripción anual a la revista en papel por solo 99,99 euros
- PODCAST: Un soplo de esperanza informativa
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Por primera vez en la Historia de la Iglesia, de más de dos mil años de tradición, llegaba a ocupar la cátedra de Pedro un hombre proveniente de la lejana tierra de América del Sur. Su elección supuso todo un cambio de paradigma y una bocanada de aire fresco, para una iglesia que desde el Concilio Vaticano II pedía por ‘aggiornamento’.
Francisco, volviendo su mirada hacia las cosas esenciales, parado desde el corazón del Evangelio de Jesucristo, nos habló de la necesidad de un anuncio misionero inmediato, basado en el encuentro genuino con Cristo, saltando las vallas de los ropajes antiguos que dificultaban el Anuncio de un Dios que vino a los hombres para darnos vida y vida en abundancia. Recordándonos fundamentalmente que el seguimiento a Cristo es servicio a los hermanos, lejos de las sofisticadas costumbres cortesanas y privilegios que tantos ostentaban y gustaban vivir, pero que nada tienen que ver con la Iglesia del Pescador.
Brota la alegría
Muchos nos apropiamos de esas palabras, sin embargo, para otros tantos en la Iglesia supuso un cambio non grato. Sobre todo, en aquellos sectores anquilosados en sus comodidades y estilos que, prácticamente, se han transformado en verdaderas ideologías religiosas. ‘¡Servidores!’, nos decía el Papa. Eso es lo que todos en la Iglesia –todos aquellos que nos preciemos de cristianos– debemos vivir. Es en el servicio y la entrega donde Francisco descubre que brota la alegría. Siendo ésta una experiencia evangélica, que surge de compartir con los otros el amor que mueve nuestros corazones.
Al cumplirse diez años de su ministerio, el Papa Francisco –durante el Sínodo de la Sinodalidad– publicó la exhortación apostólica ‘C’est la confiance’, el 15 de octubre, que con motivo del 150° Aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, fue dedicada a la confianza en el amor misericordioso de Dios. En esta breve exhortación, el Santo Padre vuelve a retomar categorías propuestas ya en la ‘Alegría del Evangelio’.
Francisco parte del concepto ‘confianza’ como el puente que nos conduce a la entrega verdadera. Si no hay confianza, no podemos entregarnos, a nada ni a nadie. La confianza entonces de la que hablaba Santa Teresita de Lisieux es la clave para vivir el abandono y por lo tanto experimentar el amor de Dios. Quien confía en Dios se abandona al amor de Dios porque, de suyo, quien confía solo puede hacerlo en aquel al que ama. Ya Hans Urs Von Balthasar, en una de sus célebres obras –’Solo el amor es digno de fe’– nos invitaba a pensar que unas de las condiciones del verdadero amor es la confianza esperanzada.
Desde este abandono en Dios, que es fruto de la confianza, Francisco retoma lo que ya había planteado en el año 2013: la urgencia de la Misión en la Iglesia, pero no pensada como una actividad mas de la Iglesia sino como un requisito inherente al ser de la misma. Es decir que brota naturalmente de ella, porque el amor tiene necesidad de comunicarse.
Qué nos quiere decir el Papa entonces en este dos mil veintitrés. Pareciera ser como un grito de Francisco al corazón del Pueblo católico. En primer lugar, abre un paréntesis entre ‘Evangelii gaudium’ y ‘C´est la Confiance’. En este paréntesis nos da la impresión de que la Iglesia aún no ha entendido su mensaje. Por eso vuelve a retomar las categorías del inicio de su Pontificado. Parece un intento desesperado del Santo Padre para hacernos reaccionar… Como si la voz de su nueva exhortación nos dijera: la Iglesia que no comunica, que no anuncia, que no misiona, es una iglesia que se muere.
Anuncio y misión
Sin embargo, es allí donde se abre a la novedad… Esa misión no debe encorsetarse solamente en las actividades programáticas de una diócesis o parroquia. Está mucho más allá lo que nos pide el Papa. Todo aquel hombre, varón o mujer, que haya experimentado el amor Dios en su vida debe necesariamente convertirse en misionero. Como ya nos lo decía en Aparecida en el 2007: ser discípulos misioneros. El discípulo que verdaderamente ha hecho experiencia de Dios, necesariamente se ve movido a hablar de Dios y de lo que Él ha hecho en su vida. El hombre de Dios no puede callar lo que ha visto y oído (Hch 4,20).
Esta evangelización misionera no es el compartir un tratado de dogmática y menos aún, nos recuerda el Papa, de un anuncio moral. Esta misión kerigmática se realiza por “irradiación” concepto del que ya había hablado en EG 2013. Y es el anuncio de un Evangelio encarnado en un corazón creyente, que anuncia a sus hermanos, la belleza del amor salvífico de Dios que ha tocado su vida.
Es la evangelización por desborde. Solo posible en una persona mística. “Cabría decir que el cristiano del futuro o será un ‘místico’, es decir, una persona que ha ‘experimentado’ algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales”, en palabras proféticas del teólogo alemán Karl Rhaner, escritas en el siglo XX y que Francisco no desconoce. Como tampoco desconoce la experiencia genuina de Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz, que encendida de amor, sabe que aún en la Clausura de un Carmelo, el amor de su corazón trasciende los muros y fructifica como fuerza de misión desde el corazón de la Iglesia.
En dos mil veintitrés, el Papa nos llama nuevamente con premura a la evangelización. Pero esta deberá ser encarada por todo el pueblo creyente comprometido con su fe. No nos sirven los números que hacen bulto. Son necesarios los cristianos apasionados que puedan dar testimonio de lo que Dios hace en sus vidas. La misión es mucho más que una visita a un barrio periférico o lugares alejados de los centros urbanos, en una época conveniente del año. No sirve si no hay fuerza de arrastre, que solo un corazón lleno de Cristo puede provocar. Por si acaso nos recuerda el Papa que, el gran Misionero, que puede tocar un alma y moverla como hierro movido por un imán, es únicamente: Jesucristo. Recordándonos que somos meros servidores… por si a alguno se le sube la mostaza del éxito. Pues todo momento y lugar es propicio para el anuncio misionero.
Periferias existenciales
Una parroquia, una comunidad, una diócesis son misioneras cuando sus miembros no dejan de hablar del Dios que les hace arder el corazón (Cf Lc 24,32). Hoy las periferias existenciales de las que nos hablaba el Papa en el dos mil trece, están bajos nuestros techos, entre nuestros familiares y amigos. Son parte de nuestras vidas. Hoy el mundo occidental cristiano ha dejado de serlo. Y existen entre nosotros muchos de los nuestros que andan perdidos del camino de la fe, caminando a tientas, detrás de muchas cuestiones que no hacen más que aturdirlos y confundirlos más. Muchos amigos y seres queridos desconocen a Jesucristo, en nuestras propias casas y bajo nuestra propia nariz.
La misión entonces es permanente, es cuerpo a cuerpo, ad extra y ad intra. Hacia afuera, hacia las gentes, hacia las naciones, pero también hacia dentro de lo que alguna vez fue un pueblo creyente y que paulatinamente se ha ido alejando de la fe en el Dios verdadero.
Entonces, nos dice el Papa en ‘C´est la Confiance’, la misión no es ya una tarea que la Iglesia organiza, sino un estilo de vida cristiano. Y pensar la misión como estilo de vida es verdaderamente novedoso, ya que nos llama y convoca a cada bautizado a vivir el anuncio evangélico en un mundo que le ha cerrado los oídos y el corazón a Dios.
Solo un amor desbordante puede hacerlo reaccionar y ese debe ser el fermento cristiano que aún tiene mucho que decir a todos los pueblos y culturas del mundo. Mas aún en un tiempo donde las personas están sedientas de fe y esperanzas, y que solo el amor de un Dios que es misericordia podrá calmar.