Tribuna

Creatividad, audacia y discernimiento para tiempos recios vocacionales

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¡Qué hermosa es la misión cuando se vive como vocación! El resto de consideraciones suelen ser, con perdón, disculpas para el conformismo, alianzas con la mediocridad y excusas para la misión.

Desde hace dos años y medio estamos iniciando una nueva misión escolapia en el Perú, la primera en este hermoso país. Nos venimos cuando la Demarcación estaba en momentos de ‘supuesta falta de vocaciones’ y la Orden, según decían también las encuestas, envejeciendo. Nuestros superiores prefirieron dar signos de vida arriesgando más que lamentar y contemplar ‘cómo se viene la muerte, tan callando’.

Manual de vida fraterna

El primer año estuvimos dos religiosos sacerdotes. Nos conocimos al compartir la casa y la misión. Personas tan diferentes que a cualquier jefe de personal le hubiese salido un sarpullido al contemplar dicha selección. Pero Dios tiende a confundir a los sabios escogiendo a los necios (léase mi hermano escolapio y a mí). Y vivimos un año ‘en pareja’. Algo que está fuera de cualquier manual de vida fraterna y que excede la audacia comunitaria. Si algo puedo decir de ese año es que ha sido el curso más intenso fraternalmente hablando de mi vida religiosa (y voy a cumplir 30 años en comunidad). En pareja no hay excusas, ni escapatorias, ni refugios… el otro es tu hermano y con él has de aprender a vivir, a servir, a amar, a compartir…

Carles Such (izda.), con su actual comunidad escolapia

Carles Such (izda.), con su actual comunidad escolapia

El segundo año volvimos a vivir otra situación ‘anómala’. Una joven laica, profesora de un colegio nuestro en otro país, se unía a la comunidad (bueno, a la pareja fraterna). De nuevo, algo tan contrario y anómalo a la espiritualidad de la vida religiosa: compartir vida y techo con una mujer laica y dos célibes. Fue un año de intenso trabajo y de iniciar muchos proyectos y procesos que solos los dos hubiesen sido imposibles. De nuevo la creatividad desdecía a la lógica interna de nuestros planteamientos de la vida consagrada. La realidad, en este caso, la misión, hacía posible una vida comunitaria intensa, religiosa y saludable.

El tercer año vuelve a ‘complicarse’ la ecuación. Aparece un religioso sacerdote más y un joven laico, también profesor de uno de nuestros colegios. Recordando aquel primer año esta cantidad de hermanos en la comunidad casi me daba vértigo. Cocinar para cinco, trabajar para mantenernos todos, organizar la vida comunitaria que todos vivamos y crezcamos según nuestras necesidades… Todo esto son disquisiciones que se amoldan como anillo al dedo cuando el centro es la misión. Y así ha sido. Descubrir que el servicio en la escuela a los pobres, niños y adolescentes, nos une, nos enriquece, nos da una mirada compartida y reduce casi a la inexistencia el catálogo de preocupaciones, manías, ‘derechos adquiridos’, necesidades personales… que suelen aparecer en la vida comunitaria.

Hemos vivido cómo la vocación laical se enriquece y enriquece al compartir vida con la vocación consagrada y viceversa. La fidelidad a la oración de los laicos estimula muchas veces la pereza de los religiosos; en otras ocasiones es la regularidad y la estructura interna de los consagrados la que mantiene y sostiene la estabilidad de los laicos. Unidos, las vocaciones se enriquecen, se defienden y multiplican la capacidad para entregarse a la misión del evangelio, al despliegue del propio carisma.

A vueltas con las crisis

¿Crisis vocacional? Me preocupa mucho más la crisis de creatividad, de audacia y de discernimiento. Las fuerzas, el tiempo, las personas, los proyectos que a veces gastamos para dar con el quid de la cuestión vocacional podrían invertirse en el riesgo de la misión, en un momento donde hay zonas (como la Amazonía) donde la presencia católica se está reduciendo hasta la extinción y cuya razón de este desierto que avanza es la mayor parte de las veces: ‘la falta de vocaciones’.

Ojalá no caigamos en la trampa de las miradas humanas, de los cálculos estadísticos, de la supremacía del número y la seguridad. El Espíritu siempre desborda las previsiones humanas, también las eclesiales.

Lo extraordinario de lo cotidiano

Algunas de las claves para que esta aventura comunitaria funcione han sido, entre otras, la fidelidad a la oración y la celebración, la ausencia de televisión y sala de estar (las sobremesas son nuestros descansos comunitarios), el reparto de las tareas comunitarias -lavar, limpiar, cocinar…-, la hospitalidad y acogida y, fundamentalmente, la pasión por la misión compartida, respetando y alentando los dones y talentos de cada cual. De esta manera, hasta la actividad más rutinaria se hace extraordinaria. Gracias a los amigos de PPC, comenzamos a recibir la revista Vida Nueva; pues cada semana, la lectura personal de la publicación nos da para hablar de libros, comentar anécdotas eclesiales, sentirnos Iglesia y formarnos en un lugar donde no existe una librería en bastantes kilómetros a la redonda. Pero la ausencia, incrementa en nosotros la sed y el deseo.

El escolapio Carles Such, en Perú

El escolapio Carles Such, en Perú

Desde el Perú, rodeados de piedra y tierra en cerros pelados y secos, una comunidad religiosa escolapia, formada por religiosos y laicos, amanece cada día a una nueva aventura evangélica, entregándonos a los más pequeños, fortaleciéndonos como hermanos y viviendo felices.