Es fácil argumentar desde doctrinas religiosas, políticas y diversas posturas éticas lo útil de hacer pagar a los culpables. Es difícil hacerlo para hablar de la utilidad del perdón. Para los que se sienten agraviados, rencorosos, dolidos por el daño que le han hecho, son como un alivio –aunque sea aparente- refranes tales como “lo que aquí se hace, aquí se paga”, “Dios castiga sin vara y sin fuete” o “tiene lo que se merece”. Frente a eso, qué difícil de tragar y repetir de corazón: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
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El crimen es tristemente parte de la experiencia humana y hay momentos en la historia en los que este cobra proporciones más devastadoras que los desastres naturales. En las riberas del Amazonas sigue ocurriendo uno de los crímenes más horrendos movido por las diversas combinaciones de ambición: la destrucción sistemática de un pulmón necesario si queremos que sobreviva la especie humana. Pero no es castigando a los culpables del desastre como se salvará el Amazonas, sino uniendo voluntades para que no siga ocurriendo y para lograr los esfuerzos necesarios para mitigar los daños ya causados.
No basta con el castigo
Con meter en la cárcel a los asesinos no se les devuelve la vida a las víctimas ni se previene que ocurran más muertes violentas. Con llenar las cárceles de narcotraficantes no se pone fin al mercado de adicciones y con burlarnos de los corruptos e inmorales no se mejora un ápice la situación de depravación en la moral social.
Puerto Rico no es una excepción en la experiencia humana. Estos días, sin darle muchas vueltas, tenemos el caso de una gobernadora que antes fue fiscal y secretaria de Justicia, que es como decir una vida dedicada a castigar el crimen, que está bajo investigación por presunta protección de un esquema de corrupción. Tenemos también a una legisladora que recibió el pasado domingo decenas de miles de votos en una contienda electoral para que el lunes fuera arrestada junto con su esposo, su hijo y una empleado, acusados todos de diversos cargos de corrupción.
Un gran atractivo
¿Qué tiene la corrupción que, por más que la sociedad se esfuerce en capturar y castigar a los que la cometan –o se alegue que la han cometido–, sigue siendo un atractivo para que más personas entren en sus filas criminales? ¿Qué ha fallado?
No se trata de eximir de responsabilidad y del deber de mitigar el daño causado. Tampoco es cuestión de asumir una actitud de tolerar que se robe el dinero destinado a los pobres. Pero, por lo menos, ya deberíamos saber que la combinación crimen y castigo no ha resultado en lo que hubiéramos deseado. No me hago ilusiones de que vamos a lograr cambiar la forma de ser de los seres humanos. Pero, tal vez, ya va siendo hora de que tratemos algo nuevo.
Traidores a su pueblo
Si eliminamos las causas de un mal, el mal desaparece… Un imperio requiere corruptos para que traicionen a su pueblo y luego ellos mismos los encarcelan. Es un ciclo federal. Si rendimos culto al dinero, sembramos la corrupción.
Bueno, quizás no se trata de inventar algo tan nuevo. Tal vez estamos en un momento que es propicio para repensar aquello de perdónanos, porque no sabemos lo que hacemos… porque le hacemos el juego al emporio económico. Repito: estamos sembrando corrupción. ¡Despertemos! ¡Salgamos del letargo!